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EDITORIAL

Europa en decadencia

El islamismo radical, en una sorprendente alianza con lo peor de la izquierda, cree que puede imponernos su disparatada y liberticida forma de ver el mundo.

Con sus defectos y sus virtudes, con sus grandes errores y sus muchos aciertos, Europa lleva los últimos siglos configurándose como lo que, por desgracia, ha sido una excepción tanto en el espacio como en el tiempo: un oasis de libertad y seguridad en el que los individuos han podido aspirar a una vida próspera y perseguir su felicidad.

No ha sido una tarea fácil: ha habido que acumular un bagaje ético y cultural que, partiendo del legado judeocristiano, ha ido absorbiendo otras capas: la Ilustración, el liberalismo, los derechos humanos…; y también ha sido necesario superar amenazas que han llegado tanto desde el exterior –las invasiones islámicas, por gran ejemplo– como desde el interior –los totalitarismos de uno y otro signo durante la pasada centuria.

Millones de europeos y no europeos han luchado y muerto para mantener esta pequeña porción del mundo como un territorio libre; y, sin embargo, parece que ahora buena parte del continente se empeña en renunciar a ese legado, en tirarlo por la borda. Y lo hace, por ejemplo, renunciando a sus tradiciones, pervirtiéndolas o ridiculizándolas, como ha ocurrido en varias ciudades de España alrededor de las cabalgatas de los Reyes Magos. Aunque es obvio que la importancia de estos actos es relativa, no lo es menos que lo que se ha visto este año –en el que sólo se ha acentuado una tendencia ya existente– es una parte no desdeñable del programa de descristianización y cambio radical de una sociedad cuyas bases tienen que ser modificadas para crear ese nuevo mundo posible al que aspira la izquierda radical.

Otro síntoma aún más preocupante son los sucesos de la pasada Nochevieja que han conmocionado a Alemania y a toda Europa. Que cientos de delincuentes tomen el centro de una gran ciudad y se dediquen a atacar a las mujeres e incluso violarlas es inaudito; pero la tibia reacción de las autoridades, los medios de comunicación y los colectivos de la sociedad civil es aún más grave.

Ese espacio de seguridad y respeto por la ley del que hablábamos está lanzando mensajes terribles, como que si formas una muchedumbre lo suficientemente numerosa y violenta de una determinada minoría puedes contar con impunidad incluso para delitos gravísimos como una violación, que no existe la igualdad ante la ley o que algunos grupos van a tener fuerza suficiente para imponer a otros sus costumbres, su idea de lo que es apropiado o sus códigos sobre cómo deben vestir las mujeres.

En este sentido, las palabras de la alcaldesa de Colonia –cuarta ciudad del país más poblado del continente– son un ejemplo perfecto de la dejación de funciones de las autoridades y de su cobardía: en lugar de garantizar la seguridad que merecen sus ciudadanas, les propone una serie de ridículas –y bastante machistas– normas de comportamiento… muy al gusto de aquellos que pretenden, precisamente, recortar nuestras libertades.

El hecho de que estos fenómenos prácticamente coincidan con el aniversario del terrible atentado de Charlie Hebdo no hace sino dejar meridianamente clara la naturaleza del enemigo al que nos enfrentamos: un islamismo radical que en una sorprendente alianza con lo peor de la izquierda cree que puede imponernos su disparatada y liberticida forma de ver el mundo.

Lo peor de todo es que, como la alcaldesa de Colonia, Europa parece dispuesta a dejar de ser Europa con tal de evitar un conflicto que, probablemente, es inevitable.

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