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EDITORIAL

La conjura de los cobardes y los mediocres

Es la derecha sin remedio, tan cobarde con el enemigo como implacable con quien desde su propio seno no se resigna a la cobardía, el oportunismo y la indignidad.

Lo que están haciendo Mariano Rajoy y sus secuaces con el PP de Madrid es tan ruin, tan impresentable, que parece obra de un infiltrado de Podemos. Pero no; eso, de hecho, sería menos grave que lo que realmente sucede: la dirigencia popular anda de cacería contra algunos de los activos más valiosos del partido y dinamitando, de hecho, su mejor baluarte. Una traición en toda regla y a la vista de todos, para desolación de propios y alucinado regocijo de extraños.

"Nos estamos volviendo locos", dicen algunos seniors del partido. No. No es eso. Es algo peor, pues ni siquiera admite la enajenación mental como descargo. Es, lo dicho, una traición en toda regla. La conjura de los cobardes, los mediocres y los resentidos para acabar con todo aquello que permita al electorado recordar que alguna vez hubo otro PP, casa común de liberales y conservadores comprometidos con los principios del ideario liberal-conservador y dispuestos a dar la batalla en los ámbitos económico, social y cultural. Rajoy y sus lacayos –y lacayas– quieren un PP a su mediocre imagen y semejanza y harán todo lo que esté en sus manos para conseguirlo. Empezando por defenestrar y arrojar a los pies de los caballos a un presidente autonómico en ejercicio y terminando por exigir a una presidenta regional del partido que consienta ser tratada y públicamente presentada como una marioneta sin voz ni voto en la elaboración de su propia lista electoral.

Este PP parece empeñado en aniquilarse despeñándose por el Barranco UCD; en volver a convertir la derecha de la que abomina en una delirante jaula de grillos incapaz de gobernar no ya el Gobierno central sino algún ayuntamiento de cierta importancia. Es la derecha sin remedio, tan cobarde con el enemigo como implacable con quien desde su propio seno no se resigna a la cobardía, el oportunismo y la indignidad.

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