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EDITORIAL

La doble moral de Podemos

Acusaban sin pruebas, sentenciaban sin juicio y se jactaban de una honradez que no iba a resistir las más mínimas pruebas.

A los jóvenes inquisidores de Podemos se les comenzó a ver el plumero muy temprano, nada más irrumpir en la política nacional y convertirse en personajes públicos. Duros e inclementes como sus admirados comisarios políticos, también se mostraron grandes practicantes de la doble moral, igual que sus grandes referentes. Las exigencias éticas que pregonaban como bandera de la regeneración política eran máximas de obligado cumplimiento salvo para ellos, encarnación de las excepciones, miembros de una clase dirigente tan privilegiada como exenta del cumplimiento de las obligaciones que habían venido a imponer a la casta. Había aprendido en Cuba y Venezuela.

Podemos, con Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón al frente, era el partido que había venido a limpiar la política y acabar con la corrupción, una formación cuyos predicadores fustigaban a las direcciones de los demás partidos porque no estaban a la altura de las exigencias de los nuevos tiempos, en los que no cabía no ya la corrupción, sino la mera sospecha. Acusaban sin pruebas, sentenciaban sin juicio y se jactaban de una honradez que no iba a resistir las más mínimas pruebas.

He ahí el caso del sueldo que cobraba Íñigo Errejón de la Universidad de Málaga, 1.800 euros al mes por no pisar las aulas y elaborar con refritos un estudio sobre la vivienda en Andalucía, bicoca que le duró unos pocos meses, tal fue el escándalo. O el piso del joven Ramón Espinar, hijo del primer alcalde socialista de Leganés, que trincó una vivienda de protección en Getafe de la que se desprendió con un beneficio de 20.000 euros porque decía que no podía pagar una hipoteca de 500. Qué lejos queda ese episodio residencial de la compra de la dacha de Pablo e Irene en Galapagar. O el protagonizado por el marido de la exalcaldesa Carmena, que pasó todos sus bienes a su esposa para no hacer frente a las indemnizaciones a sus extrabajadores en el despacho de arquitectura. O el chusco asunto protagonizado por Pablo Echenique, que no pagaba la Seguridad Social de su asistente personal.

Todo lo que era máxima exigencia y tolerancia cero con los demás se tornaba en papel mojado en el caso de los capitostes de Podemos, que no estaban obligados según sus propias reglas a predicar con el ejemplo. Esas prácticas tienen un correlato en la administración del partido, lo que podría ser constitutivo de varios delitos. Los comportamientos personales de algunos dirigentes de Podemos cuadran perfectamente con la denuncia de supuestas irregularidades del exabogado de la formación José Manuel Calvente.

La reacción de Echenique, arremetiendo contra el juez que ha abierto la investigación e imputado al partido y parte de la cúpula, o la de Iglesias, agazapado en Twitter, acrecienta las dudas. No se entiende que, si tan inocentes se proclaman, tengan necesidad de poner en tela de juicio al propio juez o se escondan bajo un hilo tuitero, en vez de dar la cara, aunque sea a través de un plasma, cosa que tanto criticaban de Rajoy. El líder morado tampoco acepta que los periodistas puedan interrogarle sobre las vicisitudes contables y financieras del partido. Tanto presumir de transparencia para acabar corriendo un tupido velo sin dar explicaciones. Además de hipócritas y farsantes, cobardes.

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