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EDITORIAL

La excepción española de la izquierda europea

Tenemos que lamentar la falta de madurez de unos partidos de izquierda que con la irrupción de Podemos ha agudizado su deriva hacia posturas cada vez más radicales.

El giro en la política económica de Francia, con el nombramiento de Manuel Valls como primer ministro y la última reforma de su Gabinete, es la prueba más reciente del giro de la socialdemocracia europea hacia el liberalismo. El socialismo francés, caracterizado históricamente por sus defensa de los planteamientos de la izquierda más ortodoxa, ha modificado radicalmente su estrategia económica y se dispone a profundizar en la senda reformista iniciada por Valls, basada en la austeridad estatal y la bajada de impuestos, para estimular el crecimiento sano de la economía gala.

Pero Francia es sólo el ejemplo más reciente de la capacidad de la socialdemocracia europea para corregir sus errores keynesianos y avanzar por la senda de la libertad económica, la única que garantiza el crecimiento de la riqueza, la prosperidad de un país y el bienestar de los ciudadanos. Con anterioridad, la izquierda del norte de Europa ya había recorrido ese camino, con el ejemplo del giro de Suecia a comienzos de los 90 del siglo pasado como vierteaguas de un proceso, en virtud del cual las formaciones socialdemócratas aceptaron sustituir su ideología caduca por un programa de reformas liberales que ha permitido unas tasas de crecimiento y riqueza sin parangón en el continente europeo. El laborismo inglés y la socialdemocracia alemana hicieron poco después también ese trayecto ideológico hacia el liberalismo, gracias al cual sus mercados laborales y estructuras productivas han podido esquivar con mayor solvencia los rigores más extremos de la actual recesión.

La excepción a esta evolución ideológica del socialismo europeo es la izquierda de los países meridionales, España, Grecia y Portugal, anclada todavía en los viejos esquemas fracasados, responsables precisamente de la devastación todavía padecen en mayor o menor grado las citadas tres economías. En lo que a España respecta, tenemos que lamentar la falta de madurez de unos partidos de izquierda que con la irrupción de una formación marxista y antisistema como Podemos ha agudizado su deriva hacia posturas cada vez más radicales. Puestos ante la tesitura de aceptar que las ideas liberales funcionan y las socialistas no, como han hecho sus socios europeos, el PSOE continúa defendiendo vastos programas de gasto público para estimular artificialmente la economía y oponiéndose a cualquier liberalización del mercado laboral o de cualquier otro sector intervenido de la economía, precisamente los dos grandes errores keynesianos en que la socialdemocracia europea ha decidido no volver a incurrir.

La sana alternancia en el poder en España no provocaría tantas incertidumbres si contáramos con un partido socialista homologable a sus pares europeos. La distancia ideológica que, por desgracia, separa todavía a la izquierda española de la Europea, aventura un largo periodo antes de que una victoria electoral del socialismo en España no sea la garantía de un nuevo fracaso económico que los españoles tengan nuevamente que soportar.

En España

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