A finales de 2011, los españoles concedieron a Mariano Rajoy una oportunidad histórica mediante una inédita mayoría absoluta para desarrollar las profundas reformas institucionales y económicas que precisaba con urgencia el país para mejorar la escasa eficiencia del Estado e impulsar la ansiada recuperación sobre bases sólidas a fin de superar la crisis cuanto antes. El PP, sin embargo, con Rajoy a la cabeza, despreció con absoluta desidia e irresponsabilidad el mandato que le concedieron los ciudadanos a través de las urnas. Cuatro años después, España recoge los frutos de tales errores.
Tal y como ha venido advirtiendo Libertad Digital, el gran drama de la economía nacional es que no depende de sí misma. La recuperación es endeble y frágil, ya que todavía no se han corregido algunos de los graves desequilibrios acaecidos al calor de la pasada burbuja crediticia. A saber, un sector público sobredimensionado e ineficaz, un sistema de pensiones ruinoso e inviable financieramente, un mercado laboral excesivamente rígido -causa real de la elevada tasa de paro- y una estructura productiva poco competitiva debido a la elevada fiscalidad, las enormes trabas al crecimiento de las empresas y un contexto de escasa libertad económica. Con estos débiles mimbres, cualquier tormenta mínimamente intensa que acontezca en el plano internacional podría hacer zozobrar la actual senda de crecimiento y creación de empleo, sumergiendo de nuevo al país en la crisis, tal y como está sucediendo en Grecia o en Portugal.
España evitó la quiebra en el verano de 2012 porque el BCE salió, in extremis, al rescate, comprometiéndose a comprar toda la deuda necesaria para alejar el fantasma de la ruptura del euro. Ese particular salvavidas, sumado al crecimiento del PIB mundial y el panorama de tipos históricamente bajos y petróleo barato, ayudaron, y mucho, a que España, poco a poco, fuera recobrando la confianza perdida, con el consiguiente repunte de la actividad. Y ello, gracias, exclusivamente, al denodado esfuerzo del conjunto de las empresas y familias españolas. Si hoy la economía crece y algunos de sus fundamentales -como productividad, exportaciones o deuda privada, entre otros- están mejor que hace unos años, no es gracias al Gobierno del PP, sino a pesar de él.
Lo único realmente loable y positivo que han hecho los populares en materia económica durante la pasada legislatura fue la reforma laboral, pese a quedarse muy corta, y, en menor medida, el saneamiento de las cajas de ahorros, aunque su rescate corrió a cargo de los contribuyentes en lugar de recaer sobre los acreedores de dichas entidades -bancos alemanes y franceses, básicamente-. El resto, o bien no es digno de mención o es abiertamente criticable. El Ejecutivo de Rajoy protagonizó la mayor subida de impuestos de la historia reciente de España, incumplió todos y cada uno de los objetivos de déficit acordados, disparó la deuda pública, se negó a reformar el anquilosado, caro e ineficiente Estado del Bienestar y agravó aún más los profundos defectos del sistema autonómico mediante rescates indiscriminados y un perverso modelo de financiación.
No es de extrañar, por tanto, que la prima de riesgo de España, al igual que la de Italia, Grecia o Portugal, se haya visto afectada en las últimas semanas por las turbulencias financieras que está experimentando la economía global, o que la bolsa española sea también de las que más está sufriendo, tal y como sucedió durante la crisis helena en la primera mitad de 2015 o el primer gran susto que propició China el pasado verano. Si la situación de la economía mundial empeora, tal y como vaticinan numerosos analistas, España será uno de los países más damnificados, ya que muchos de los deberes que urgía hacer siguen pendientes debido a la desidia e irresponsabilidad de Rajoy.
Y lo más trágico es que, pese a éstas y otras evidencias, los políticos españoles siguen sin aprender la lección, puesto que todos, en mayor o menor grado, coinciden en aumentar el gasto, el déficit, la deuda, los impuestos y las rigideces económicas. Si a ello se suma el riesgo político que representa Podemos, adalid del bolivarianismo en España, el cóctel al que actualmente se enfrenta el país resulta, simplemente, explosivo.

