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EDITORIAL

Una sesión de investidura transformada en debate preelectoral

Mas que un debate de investidura, ha resultado una sucesión de mítines electorales de cara a unos terceros comicios.

Sin sorpresas. Tal y como se esperaba, por 170 votos a favor, 180 en contra y ninguna abstención, el candidato a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, ha perdido la primera votación en un debate que, más que de investidura, ha parecido una sucesión de mítines electorales de cara a unas nuevas elecciones generales.

Tras la plúmbea y solitaria intervención de Rajoy del primer día, era lógico que la segunda sesión del debate resultase algo más entretenida y viva; pero lo cierto es que, aun así, ha venido a confirmar que los representantes del Parlamento que ha dado muerte al bipartidismo carecen de resortes y aptitudes para llegar a acuerdos con los que encarar el final de las mayorías absolutas. La única excepción la ha protagonizado el líder de Ciudadanos, quien sí ha hecho un auténtico discurso de investidura, centrado en los retos que tiene ante sí España y en la necesidad de que los grandes partidos dejen a un lado las siglas y los personalismos y den prioridad a lo que les une y no a lo que los separa.

Rajoy, más que a detallar un programa de gobierno, se ha dedicado a explotar –con brillantez y acierto, ciertamente– el absurdo y estéril obstruccionismo de un Sánchez que ni come ni deja comer y el radical maniqueísmo de un Pablo Iglesias que resultaría meramente ridículo e infantil si no fuera también profundamente totalitario. Sin embargo, de poco servirán a Rajoy sus recursos dialécticos para ganarse la abstención del PSOE y evitar las terceras generales. Y, desde luego, Rajoy juega con fuego concediendo tanto protagonismo al dirigente comunista y siendo tan cicatero en el agradecimiento a Ciudadanos.

Es cierto que Pedro Sánchez, por su parte, se ha encadenado a la contradicción insalvable de decir que quiere evitar unas terceras elecciones mientras se niega a la abstención que las impediría. Además, se ha desautorizado a sí mismo para criticar la fecha de la celebración de esos previsibles nuevos comicios desde el momento en que rechazó la oferta de Rajoy de consensuar con él la fecha de este debate de investidura, que pone en marcha el reloj para la celebración de las referidas elecciones, que el dirigente socialista afirma que quiere evitar... sin decir cómo.

Albert Rivera ha sido el único que ha sabido aunar la necesidad de cambio con el sentido de Estado, y el único capaz de describir la enorme capacidad de control y fiscalización que tendría un Gobierno en minoría como el de Rajoy si Sánchez se aviniera a desbloquear una situación en la que también la oposición va a seguir estando en funciones.

Así las cosas, sorpresas muy inesperadas habrán de producirse para que Rajoy, en 48 horas, logre las 11 abstenciones que hagan compatible la muerte del bipartidismo y el alumbramiento de un nuevo Gobierno.

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