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Eduardo Goligorsky

Es la estupidez, estúpido

James Carville, asesor de Bill Clinton en su campaña presidencial, prestó un gran servicio a los formadores de opinión cuando acuñó la frase "Es la economía, estúpido", que más tarde se aplicó a casi todas esferas de la vida social: la política, la cultura, el deporte, etcétera. Ignoro si alguien ya la empleó respecto de la estupidez misma, pero no puedo resistir la tentación de hacerlo frente a un panorama en que ella está rampante.

Con la salvedad de que si bien abordo el tema en relación con la actualidad española, soy plenamente consciente de que dicha tara está equitativamente repartida por todo el mundo como complemento inseparable de la naturaleza humana.

¿Un ejemplo de que la estupidez no tiene carta de ciudadanía? Ya me he ocupado del caso de Gabriel Rufián, quien se atribuyó una falsa e inexistente condición de inferioridad al mismo tiempo que se ponía al servicio de quienes se comportan como si esa condición fuera real y despreciable. Exactamente lo mismo que ha hecho el prestigioso cirujano estadounidense y aspirante negro a la candidatura presidencial por el Partido Republicano, Ben Carson, al dar su apoyo a Donald Trump precisamente cuando también se lo daba el Ku Klux Klan. Para no remontarnos al caso mucho más trágico de Daniel Burros, el joven judío ortodoxo que se convirtió al nazismo, llegó a ser Gran Dragón del Ku Klux Klan y se suicidó a los 28 años, en 1965, cuando el New York Times reveló sus orígenes (ABC, Historia, 6/11/2015, y la película El creyente, dirigida por Henry Bean, 2001).

Remedios heroicos

Volvamos a España. Si practicamos la radiografía de la estupidez imperante empezando por el vértice de la pirámide, hallamos material de sobra en el circo de la investidura. Nadie encontrará, en los muchos artículos que he escrito para Libertad Digital, una crítica a Mariano Rajoy. Por el contrario, descubrí méritos en lo que casi todos mis colegas consideraban defectos, incluidos el tancredismo y el inmovilismo. Juzgué un acierto que se sentara a esperar la autoinmolación del secesionismo, podrido hasta el tuétano. Esta táctica seguiría siendo válida si las urnas del 20-D no hubieran parido -por el despiste… ¿o la estupidez?, de los votantes-, un conglomerado totalitario predispuesto a pactar con la anti-España con tal de conquistar el poder hegemónico. No entender que a males de tanta magnitud corresponde aplicarles remedios heroicos es una estupidez mayúscula. Peor aun, es una claudicación imperdonable.

El remedio heroico -la Gran Coalición del PP, el PSOE y Ciudadanos-, lo han recetado Albert Rivera y su partido, los únicos que parecen conservar la sensatez y el contacto con la realidad en medio de este escenario tóxico. Pero si la estupidez paraliza, por ahora, los reflejos de supervivencia del primero de estos protagonistas, el PP, la lealtad del segundo, el PSOE, pende de un hilo. Y este hilo es muy débil, porque lo desgastan las quimeras retóricas del "gobierno de progreso", el "gobierno de cambio" o, llegados al paroxismo, el "gobierno de izquierdas".

Gobierno de izquierdas es lo que reclamó Josep (sic) Maria Álvarez, el submarino -o portaaviones- del secesionismo catalán en la cúpula de la UGT. Otra prueba de estupidez: una de las dos mayores centrales sindicales de España elige secretario, por muy exigua mayoría, a un personaje que aspira a convertirse en extranjero dentro de dieciocho meses… y a imponer idéntico cambio de nacionalidad a los restantes ciudadanos españoles residentes en Cataluña. Álvarez recibió la felicitación del secesionista Carles Puigdemont, de la secesionista Ómnium y de su partido, el desnortado PSC. El PSC, donde Miquel Iceta abomina de Ciudadanos, la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, Núria Parlon, pide el referéndum, y Carme Chacon también sueña con el gobierno de izquierdas y apoya, junto con sus correligionarios, la proscripción del castellano en las escuelas. Es la estupidez, estúpido. Un mosaico de estupideces.

El hecho de que Pedro Sánchez insista en correr tras el entramado chavileninista de Podemos, sus franquicias regionales y los despojos del Partido Comunista, es la prueba de su escasa fiabilidad. Y de su estupidez. Porque Podemos es el lenguaraz en España del referéndum secesionista y del ministerio de la Plurinacionalidad copiado del mamarracho indigenista de Evo Morales con sus 64 nacionalidades. Y se amanceba con el régimen teocrático de Irán para desestabilizar España (ver "Las pistas falsas de Podemos", de Ignacio Martín Blanco, El País, 16/3).

Purgas periódicas

Hasta aquí la radiografía de la estupidez ha enfocado el vértice de la pirámide. Si vamos bajando hacia la base, el diagnóstico no mejora. Nos encontramos, precisamente, con el codiciado -por Sánchez y sólo por él-, Podemos. Si Podemos llegara a gobernar, solo o valiéndose de títeres, su ideología totalitaria lo convertiría en un Leviatán monolítico, sacudido por las purgas periódicas que han desangrado a todos los regímenes de parecida matriz. Pero en el llano las que lo sacuden son las riñas entre caudillos y tendencias que se disputan parcelas de poder o discrepan sobre las tácticas más apropiadas para engatusar a la masa estupidizada. Ese es el espectáculo que nos están brindando. Su modus vivendi es la propagación de la estupidez colectiva.

Más abajo aun en la pirámide de la estupidez aparecen los grupúsculos de agitadores anticapitalistas que, no obstante su insignificancia y su indigencia intelectual, consiguen despertar simpatías entre la buena gente. Expertos en intrigas y chantajes, los cupaires y podemitas han sabido aprovechar las grietas abiertas en el contubernio secesionista para imponer su ley. O su fobia a la ley. Así es como los tenemos dictando órdenes en la Generalitat de Cataluña y adueñados del poder en el Ayuntamiento de Barcelona. ¿Acaso no es el colmo de la estupidez que la burguesía catalana haya permitido que sus enemigos jurados, con once concejales sobre 41, pongan la ciudad de Barcelona a los pies de okupas, manteros, depredadores incívicos y palmeros de etarras mal reciclados? Comerciantes, inversores, emprendedores, guardias urbanos, turistas, están en el punto de mira de la minoría nihilista, mientras la alcaldéspota Ada Colau alterna las ofensas a los creyentes con el rechazo a los militares que arriesgan sus vidas en las tierras bárbaras para salvarnos a todos, incluidos los más estúpidos pacifistas antisistema, del degüello.

Menosprecio injurioso

Es la estupidez, estúpido. Si ahora, en pleno desbarajuste, el señor Artur Mas se da el lujo de volver a la "realpolitik", como explica M. Dolores García (LV, 13/3), es porque toma por estúpidos y desprecia olímpicamente a sus conciudadanos, y sobre todo a las clases medias catalanas que dejó a merced de sus enemigos, herederos de la feroz demagogia antiburguesa del más rancio lerrouxismo. Hay que alimentar un menosprecio injurioso por la capacidad de discernimiento del ciudadano para imaginar que será posible venderle dos veces en muy poco tiempo la misma mercancía tarada. Sin embargo, añade la columnista y directora adjunta del diario:

Mas quiere recuperarlo. Eso supone que la independencia deja de ser la única salida. De hecho, en el encuentro con militantes en Vic, Mas se refirió a la posibilidad de un "estado asociado". Es la misma fórmula que empleó en su día el lehendakari Ibarretxe, quien ponía como ejemplo Puerto Rico. De hecho, Unió defendía un modelo confederal similar.

En este contexto, Mas repite estos días que el 48 % de los votos obtenidos por el independentismo el pasado 27 de septiembre es insuficiente para dar el paso. Es decir, por mucho que el Govern diseñe un nuevo Estado sobre el papel, la declaración de independencia no llegará al final de los 18 meses, plazo que, por cierto, impuso el propio Mas. (…) Mas está allanando el terreno para un nuevo relato.

Es la estupidez, estúpido. Confiemos en que la experiencia acumulada dé frutos y que quienes hagan el papel de estúpidos al finalizar el juego, en todo el territorio indiviso de España, sean los trileros y no los ciudadanos que hasta ahora han sido las víctimas de sus burdas trampas. Confiemos, también, en que Albert Rivera y su partido se mantengan firmes en la defensa de su programa frente al cúmulo de estupideces que todavía infectan a nuestra sociedad.

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