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Eduardo Goligorsky

Estamos de parabienes

Los partidarios del derecho a decidir democráticamente, en una sociedad abierta y por vías legales, estamos de parabienes. El 25 de mayo lo haremos.

Los partidarios del derecho a decidir democráticamente, en una sociedad abierta y por vías legales, estamos de parabienes. El 25 de mayo lo haremos.

Los partidarios del derecho a decidir democráticamente, en una sociedad abierta y por vías legales, estamos de parabienes. El 25 de mayo los ciudadanos españoles, incluidos por supuesto los catalanes, así como nuestros iguales europeos, podremos votar con un censo legal, unas urnas legales, unas papeletas legales y un escrutinio legalmente supervisado, para dejar en claro cuáles son nuestras preferencias políticas y cuáles serán las mayorías que definirán el futuro de la Unión Europea.

Bravatas demagógicas

Si las fuerzas políticas que participan en estos comicios dentro de Cataluña se ciñeran a las reglas de juego democráticas, el estricto respeto a la legalidad debería relegar al desván de las típicas artimañas totalitarias las convocatorias a referéndums manipulados por el poder hegemónico, las manifestaciones de muy incierta magnitud numérica y la movilización de grupos insumisos teledirigidos por ese mismo poder hegemónico mediante el empleo regimentado de todos los medios de comunicación oficiales y subvencionados. En el caso concreto de Cataluña, solo si la suma de votos de todos los partidos que exigen la secesión superara con creces los 2.700.000 votos, o sea la mitad del censo electoral, tendrían derecho a pedir el comienzo de una negociación con el Gobierno de España, que es su Gobierno, pero hasta entonces todas sus pretensiones de hablar en nombre de "los catalanes", o, peor aun, en nombre del 80 por ciento de ellos, no pasarán de ser bravatas demagógicas desprovistas de todo fundamento.

Sin embargo, las patrañas que continúan diseminando los partidos secesionistas y sus apéndices travestidos como movimientos sociales inducen a desconfiar de su predisposición a aceptar el veredicto de las urnas y a encarrilarse por los cauces de la democracia parlamentaria. La mayor y más burda de estas patrañas consiste en hacer creer a sus seguidores potenciales que al votarlos estarán consiguiendo escaños para Cataluña. Falso. Irán al Parlamento Europeo como representantes de España. Ya está documentado oficialmente que una Cataluña separada de España se autoexcluiría automáticamente de la Unión Europea y de sus instituciones. No sería expulsada, se autoexcluiría. Esa Cataluña independiente no tendría ni voz, ni voto ni escaños. Los lenguaraces del secesionismo niegan que sea así y achacan la advertencia al discurso del miedo urdido por los españolistas. Su obstinación en negar la realidad adversa recuerda el comportamiento suicida de quienes, sintiéndose omnipotentes, rechazaban el uso del preservativo para protegerse del sida con el argumento de que esa era una campaña del miedo organizada por los homófobos. El miedo puede salvar vidas cuando está científicamente justificado y puede salvar sociedades cuando es producto del conocimiento de las leyes que rigen la convivencia en el mundo civilizado.

Entraña de talibán

La perseverancia con que los abanderados del secesionismo utilizan su entramado de mentiras para aumentar un caudal de votos a todas luces insuficiente y la temeridad con que mienten y tergiversan los hechos para polemizar con quienes los desenmascaran no tienen límites. Francesc de Carreras ha invertido mucho tiempo y sabiduría en la tarea de desmontar dicho entramado, como lo demuestra la recopilación de sus artículos periodísticos en Paciencia e independencia (Ariel, 2014), y ha sido precisamente otro artículo suyo, más reciente, "La independencia que viene de lejos" (El País, 5/5), el que movió a Francesc-Marc Álvaro a exhibir su entraña de talibán en una diatriba plagada de desatinos. Afortunadamente, el plumilla sintetiza sin querer, en su afán denigratorio, una verdad como la copa de un pino, verdad que él no atina a digerir (LV, 8/5):

El profesor y fundador de C's añade que la situación [el independentismo] viene de antiguo, que todo arranca de 1980 y del primer gobierno Pujol, que puso en marcha "una inteligente obra de ingeniería social cuyo objetivo ha sido el de transformar la mentalidad de la sociedad catalana con la finalidad de que sus ciudadanos se convenzan de que forman parte de una nación cultural, con una identidad colectiva muy distinta al resto de España, que solo podrá sobrevivir como tal nación si dispone de un Estado independiente". De estas afirmaciones se desprende que Pujol siempre habría sido un independentista encubierto y que, desde hace más de treinta años, tendría un plan secreto de secesión que, finalmente, habría podido aplicar mediante su heredero político.

Imposible explicarlo con más precisión. A Álvaro también le "da risa" que Francesc de Carreras denuncie que "en Cataluña ha habido unas redes clientelares y un sutil maccarthysmo que han inspirado miedo para así comprar y vender voluntades". No tanta risa. Voces discordantes como las de los Diez de Hollywood no durarían ni un minuto en la televisión pública catalana o en otro medio oficial o subvencionado, donde el maccarthysmo campa por sus fueros. En TV3 el bloque de propaganda es monolítico y abarca desde la programación infantil hasta la de humor. Humor que dosifica su veneno cainita ciñéndose a las recetas de Toni Soler, comisario (nunca mejor aplicada la palabra) de los actos de conmemoración del Tricentenario. Antoni Puigvert, rara avis que se empeña, infructuosamente, en limar las aristas más esperpénticas del nacionalismo con el que simpatiza, pone los puntos sobre las íes (LV, 5/5):

En Catalunya impera desde hace años el humor oficial del programa Polònia. (…) Nunca cuestiona las verdades catalanas, el Polònia. Al contrario: confirma la validez de los tópicos del catalanismo, pellizca de manera inocua a los protagonistas de nuestra vida política, deja a la altura del betún a los antagonistas y, en la mejor tradición de la demagogia, consigue que la audiencia se sienta infinitamente superior al poder.

Maccarthystas vernáculos

Sobran los testimonios de maccarthysmo. A partir del año 2000, el inquisidor José Antich desarrolló una purga implacable de firmas críticas en el diario donde Álvaro practica su militancia. Francisco L. de Sepúlveda, Manuel Trallero, Francesc de Carreras, Valentí Puig, fueron algunas de sus víctimas. A mí me truncó dieciocho años de colaboraciones aprobadas por auténticos periodistas profesionales como Manuel Ibáñez Escofet, Horacio Sáenz Guerrero, Juan Tapia y Lluís Foix. Y así como el maccarthysmo estadounidense calumnió al presidente y héroe de guerra Dwight Eisenhower, el maccarthysmo secesionista coacciona a la jerarquía de la Iglesia. El que está en su punto de mira es Antonio Cañizares, cardenal primado de España, candidato a sustituir en la archidiócesis de Barcelona al complaciente cardenal Lluís Martínez Sistach. ¡Cañizares, un valenciano sospechoso que pronunció un sermón íntegramente en castellano "en la ciudad valencianohablante" de Alcoi (LV, 5/5)! Vade retro, claman los maccarthystas vernáculos, al tiempo que corean el cismático Volem bisbes catalans! Ahora, el maccarthysmo secesionista ha defenestrado a su ídolo Raimon porque este le aconsejó maquillar sus delirios con una pizca de astucia táctica.

A Álvaro le "da risa" que Francesc de Carreras acuse al "sutil maccarthysmo" de inspirar miedo. Miedo puede parecer una palabra demasiado dura. Curiosamente, es Pilar Rahola quien, al describir con precisión la atmósfera que impera en un país oprimido por un régimen totalitario, en este caso Ecuador, retrata, una vez más, lo que sucede aquí donde gobiernan sus favoritos… aunque ella quiera disimularlo (LV, 7/5):

Hay miedo. Un miedo que se cuela por los poros de los empresarios, late en los comentarios de los periodistas, resuena en las charlas sociales, se hace más vivo en unos, y más opaco en otros, quizá porque muchos tienen miedo incluso de reconocer el miedo. Más allá de las fuentes oficialistas, el miedo es una constante en la sociedad civil del país, cada día más atenazada por un poder magmático y mesiánico que lentamente lo va copando todo.

Y, dos días más tarde, Rahola remacha:

Aseguran muchos de mis interlocutores que la independencia judicial ya es un chiste [en Ecuador].

Evidentemente, las fuentes oficialistas ecuatorianas que menciona Rahola, donde se desconoce el miedo que es una constante de la sociedad civil, equivalen al insensible Consell Assessor per a la Transició Nacional del que ella forma parte. Pero esto no la justifica para alegar ignorancia. Sabe que aquí la independencia judicial todavía no es un chiste, pero lo será si el citado Consell convierte en realidad sus proyectos de leyes hechas a medida para gobernar una hipotética república autista. Y sabe, en fin, que mientras tanto la Generalitat se pasa por el arco de triunfo las resoluciones del Tribunal Supremo de Justicia de Cataluña que obligan a dictar un rácano 25 por ciento de clases en castellano. El totalitarismo desprecia en todas partes la separación de poderes.

El tema del miedo

Lo cual nos devuelve al tema del miedo. Es imposible determinar el número de familias que se abstienen de reclamar el derecho constitucional de sus hijos a estudiar en castellano, aunque desean hacerlo, porque saben que algunas autoridades escolares, algunas asociaciones de padres e incluso algunos ayuntamientos están practicando un descarado acoso intimidatorio contra quienes se atreven a romper la disciplina del rebaño. Tienen miedo. Solo el miedo rampante explica el hecho de que entre los cientos de miles de votantes que tienen el PP, C's y UPyD en Cataluña no haya ninguno que se atreva a colgar la bandera española en su balcón.

"Queremos votar", es la consigna con que la Generalitat hace su costosa campaña torticera a favor del referéndum ilegal, dentro y fuera de España. Quienes optamos por la legalidad estamos de parabienes. El 25 de mayo votaremos. No nos abstendremos porque somos nosotros quienes realmente queremos votar y decidir dentro de la legalidad. Y si los chavistas, castristas, antisistemas y botiguers engañados que forman el conglomerado secesionista no suman más de 2.700.000 votos, podremos pedirles que nos dejen convivir en paz entre nosotros y con los 40 millones de conciudadanos españoles. Yo, por si acaso, ya tengo a mano la papeleta del Partido Popular.

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