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Eduardo Goligorsky

Nuestros mercaderes de odio

Si España está al borde del desguace y si dentro de ella Cataluña padece la fractura social y la ruina económica, los culpables no son los jóvenes.

Si España está al borde del desguace y si dentro de ella Cataluña padece la fractura social y la ruina económica, los culpables no son los jóvenes.
Un bombero intenta apagar una de las barricadas incendiadas en Barcelona como consecuencia de los disturbios de radicales de izquierdas en protesta por Pablo Hasel. | Cordon Press

Desde el campanario de mis 89 años, me atrevo a opinar que quienes atribuyen indiscriminadamente a “los jóvenes” la ola de vandalismo que aqueja a diversas ciudades de España –con Barcelona a la cabeza– cometen una injusticia flagrante. ¿Cuántos jóvenes participan en estos episodios de barbarie? La manifestación más numerosa reunió, según las crónicas periodísticas, a 6.000 personas de diversas edades. Las restantes no pasan de las 1.000 o 2.000. Pero los grupos que se desprenden de ellas para perpetrar gamberradas nunca superan los 300 encapuchados. Esta también es la cifra de los que okupan los locales universitarios cuando declaran huelgas intempestivas. Y son 50 –incluyendo jubilados– los radicales que cortan el tráfico todas las noches en la Avenida Meridiana de Barcelona.

Promesas de impunidad

¿Dónde están los jóvenes? Millones de jóvenes apechugan con todos los problemas inherentes a su edad y a la crisis sanitaria y económica: en casa de sus padres porque no les queda otra opción, en el trabajo cuando lo consiguen, en el aula cuando los piquetes coactivos no les cierran el paso, o disfrutando como pueden de sus horas de ocio.

Lo que no hace la inmensa mayoría de los jóvenes mentalmente sanos, cualquiera sea su ideología –incluida la independentista– es levantar barricadas; quemar contenedores; arrojar botellas, adoquines y bengalas a las fuerzas del orden; romper escaparates; saquear tiendas; apedrear vidrieras del Palau de la Música; asaltar comisarías comarcales; pintarrajear leyendas insultantes. Estos desmanes son la especialidad exclusiva de un hatajo minúsculo de infelices cortos de entendederas, a los que han inculcado psicopatías virulentas y les prometen impunidad, aunque para otorgarla haya que descafeinar las leyes penales y desmontar las fuerzas del orden. Es falaz generalizar acusando a “los jóvenes”.

Doblemente culpables

En todo caso, son doblemente culpables nuestros mercaderes del odio, los adultos secesionistas, comunistas y antisistema que explotan como carne de cañón a los grupúsculos de jóvenes poseídos por estas psicopatías virulentas y los embarcan en sus cruzadas bélicas. Cuando estos adultos utilizan como factor desencadenante de las algaradas al energúmeno Pablo Hasél, no puedo dejar de recordar que sus precursores hicieron lo mismo, con el mismo fin, valiéndose de otro desecho humano: Jon Manteca Cabañes, apodado el Cojo Manteca porque le habían amputado una pierna tras caer de un poste al que había trepado en su adolescencia.

El Cojo Manteca era un mendigo que al presenciar en Madrid una manifestación de estudiantes contra la subida de tasas académicas y contra la selectividad, durante el gobierno de Felipe González, en 1987, se sumó a ella y rompió con su muleta el cartel de la estación de metro de Banco de España, una cabina telefónica y varias farolas de alumbrado. Las cámaras grabaron la escena, la imagen circuló por todo el mundo hasta aparecer en la portada del Herald Tribune, y el tullido se convirtió en el ídolo de los antisistema de entonces. En su chupa de cuero lucía la leyenda “Mata curas, verás el cielo”, y en una de las múltiples entrevistas que concedió al periodismo complaciente confesó: “Paso de estudiantes, lo que me gusta es tirar piedras”. Si no hubiera muerto de sida a los 28 años, en 1996, hoy estaría practicando su deporte favorito en el Passeig de Gràcia.

Pureza de sangre

Hablemos de los adultos culpables de haber embarcado a los jóvenes en esta cruzada de odio. Pilar Rahola explica (“El odio”, LV, 19/2) que se sintió “derrotada” por “la imagen de una joven de dieciocho años [la nazi Isabel Medina Peralta] con el alma destruida por el odio y el cerebro carcomido por la peor ideología de la historia” . Y añade:

¿De dónde sale la fascinación por el mal, de qué pozo siniestro surge ese odio tan puro? Y, sobre todo, ¿cuántos responsables alimentan el repugnante huevo de la serpiente? Porque esa es la pregunta, ese es el dedo que señala la culpa.

Cataluña cultiva su propia “fascinación por el mal” y su “odio tan puro” afines a los de la joven nazi. Y el repugnante huevo de la serpiente lo alimentan los correligionarios supremacistas de la panfletista Pilar. Por ejemplo Quim Torra, que arengaba a sus cachorros para que apretaran, y les ponía como modelo a los asesinos hermanos Badia y a los jóvenes escamots fascistas de Esquerra Republicana de Catalunya. Ella misma se jactó de su pureza de sangre como lo habría hecho, en tiempos de Hitler, una fraulein orgullosa de su abolengo de raza aria (“Nos con nos”, LV, 10/8/2017):

El sentimiento de comunidad era tan fuerte [en Cadaqués] y se había tejido con tanta dureza, que todo lo que era externo era extraño. Como ejemplo, mi propia experiencia: mi madre siempre fue considerada “forastera” porque era de Barcelona, y yo, en cambio, al ser Rahola, era cadaquense, a pesar de no haber nacido allí. Ochocientos años de Raholes en Cadaqués me avalaban (…) Los foráneos eran vistos como un cuerpo tan ajeno, que incluso llegó a haber un espacio en el cementerio reservado para los que eran de fuera.

El foco de la subversión

Si España está al borde del desguace y si dentro de ella Cataluña padece la fractura social y la ruina económica, los culpables no son los jóvenes. Ni siquiera lo son los escasos centenares de depredadores ágrafos que descargan su rabia contra la convivencia, el Estado de Derecho y la Monarquía parlamentaria. Esta chusma es tan despreciable e inservible como el mamarracho fóbico cuya libertad reclama.

El foco de la subversión desde donde se irradia el odio está mucho más arriba y ya ni siquiera disimula sus intenciones. Lo componen los ayatolás adultos, no jóvenes. El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias Turrión, es el cabecilla y el ideólogo del movimiento encaminado a implantar una república plurinacional comunista, tal como lo proclama sin el menor recato. Para reforzar su posición privilegiada estrecha vínculos con los capitostes sediciosos del supremacismo antiespañol y con los albaceas del paleoterrorismo etarra. Ah, y también le presta sus servicios un sedicente presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que le importa un comino la suerte que corra su país con tal que el guion le permita representar el papel de patrón del circo mientras dure el espectáculo. Todos adultos.

Echarlos a patadas

Sorpresa. Es posible -y hasta probable- que las nuevas generaciones tomen conciencia de que una confabulación de caciques totalitarios las han elegido como instrumentos para poner en práctica un plan retrógrado de ingeniería social, en el que las discriminaciones racistas étnico-tribales se amalgaman con la aniquilación de la iniciativa privada y de las libertades individuales, tal como la practican todas las dictaduras comunistas.

Esa será la hora –esperemos que próxima– en que los jóvenes se sumarán a sus padres para echar a patadas desde las urnas a los mercaderes de odio y para restaurar la normalidad democrática en una España de ciudadanos libres e iguales, gobernada por patriotas fieles a los valores de nuestra Constitución, que son los de nuestra civilización.

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