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Elías Cohen

Victor Laszlo contra el "No a la guerra"

Tenemos que hacer algo. Podríamos empezar a unirnos un poco, como hacen los franceses.

Tenemos que hacer algo. Podríamos empezar a unirnos un poco, como hacen los franceses.
EFE
Para derrotar al ISIS y a otras organizaciones yihadistas, como el Frente Al Nusra o Al Qaeda en el Magreb Islámico, se han planteado varias estrategias. Desde actuar como en una guerra convencional, desplegando tropas sobre el terreno (en Siria e Irak), que plantea entre otros el historiador Andrew Roberts, hasta menos intervencionistas, como ha propuesto Podemos (aunque los puntos 1 y 2 de sus medidas requieren fuerza militar).

Sin embargo, por encima de las teorías y los planteamientos de unos y otros para acabar con el ISIS, sujetos a debate y discusión, la población y los dirigentes de Europa y el resto del mundo occidental han demandado, previa y vehementemente, unidad, permanecer juntos para aguantar, luchar y finalmente prevalecer ante la sangre fría y voracidad de los que han declarado santa una guerra en la que quieren matarnos y acabar con lo que nuestras sociedades representan.

En París lo entendieron instantáneamente: un grupo de ciudadanos, evacuando el estadio de Saint Dennis de forma ordenada y sosegada, comenzó espontáneamente a cantar La Marsellesa, ese himno que emociona a los amantes del cine siempre que lo cantan los clientes del Rick’s Cafe Americain. Eso no es chovinismo ni patriotismo fascista: es entender que, estando sitiados, hay que presentar batalla, tal como la historia nos ha demostrado en demasiadas ocasiones. Los franceses seguramente tendrán cientos de debates sobre cómo mejorar y reformar su república, pero acabar con ella y con los valores que representa no tiene cabida en la mayoría de ellos. La República puede tener muchos defectos, pero es lo que les hace ciudadanos libres, lo que les une.

Cuanto menos, esa dramática pero hermosa escena, protagonizada por personas dispuestas a no dejarse llevar por el miedo, el pánico o la ira, evoca admiración. Sentimos orgullo, incluso la envidia reconocida por David Jiménez, de unos ciudadanos conscientes de su posición y de su responsabilidad, de que su preciado sistema de vida y de garantías está siendo atacado por un enemigo contra el que no cabe otro remedio que presentar batalla. Porque, acudiendo de nuevo a ese milagro del séptimo arte que es Casablanca, Victor Laszlo advierte que "renunciar a luchar es estar muertos". Uno de nuestros filósofos de cabecera, afrancesado, y enamorado también de la película de Michael Curtiz, Gabriel Albiac, lo ha escrito cada vez que el zarpazo del yihadismo ha sacudido Occidente: la libertad se defiende con las armas.

Pero aquí, en nuestra querida España, ya han aprovechado los de siempre –léase: los que duermen a pierna suelta mientras el ISIS asesina y degüella a miles en Siria e Irak, o mientras los aviones de Putin dejan caer sus bombas, pero que se sobresaltan si un a un occidental se le ocurre intervenir en la zona, no digamos si es israelí para hilar fino y señalar a otros culpables, empezando por las víctimas, y a advertir que no cabe respuesta militar si queremos seguir siendo europeos.

Nadie con responsabilidad política que haya calificado a los atentados de París como "acto de guerra" ha dicho que hay que perpetrar un genocidio de musulmanes, ni ha propuesto intervenir en Siria para llevar a cabo una masacre de civiles. Ninguno de los líderes políticos y analistas que consideran que hay que responder a estos brutales ataques defiende que los musulmanes deben ser encerrados en campos de concentración. No he oído ni he leído que haya que marcarlos con un distintivo, o recluirlos en guetos. Cualquiera de esas opciones es una barbaridad moral y estratégica, y ninguna de ellas es realizable si se quiere vencer la amenaza del yihadismo. Hasta el último de los oficiales de la fuerza aérea francesa sabe que bombardear posiciones del ISIS no es lo único que debe hacerse para acabar con las fuerzas yihadistas.Caben muchas respuestas, y no sólo la militar. Lo que está sobre la mesa es que estamos en medio de una maldita guerra y que debemos ganarla.

No obstante, la mayoría de los que hoy claman "No a la guerra" responden a un pacifismo interesado, que sólo resurge según quién está implicado en el conflicto; de no ser trágico e hipócrita, luciríamos cierta sonrisa al pensar no ya sólo dónde estaban todos los que acusan a los propios occidentales de ser asesinados, casi 300.000 muertos en Siria después, sino también qué habrían dicho o hecho cuando Hitler se anexionó Austria y Checoslovaquia, o cuando invadió Polonia. Son los mismos que resucitaron las dos Españas esos trágicos días de marzo de 2004 y luego, al terminar las elecciones, se olvidaron de todo.

Aceptar la idea de responsabilidad colectiva, de que somos culpables del ISIS, tolerar la histeria que entre líneas deja entrever un "nos lo merecemos", es sinónimo de derrota. Estamos perdiendo la narrativa, la idea de que lo que hemos creado vale la pena ser salvado. Hoy, de existir, Victor Laszlo estaría en contra de lo que envuelve el No a la Guerra tras los atentados de París. Y también Churchill, todos los que no se doblegaron y sacrificaron todo para vencer a los nazis.

"La guerra es el infierno", que dijo el general Sherman, y nadie quiere ser un "apóstol del demonio" por predicarla, como dijo John Ray. Aunque no queramos tener nada que ver con la sangre y la pólvora, ni con la muerte y la destrucción, sí queremos ignorar que un enemigo está dispuesto a destruir todo por lo que nuestros padres y abuelos lucharon y, al decir de Edmund Burke, tenemos que hacer algo. Podríamos empezar a unirnos un poco, como hacen los franceses.

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