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Emilio Campmany

Sánchez, ¿un gafe en la OTAN?

Si, a pesar de todo, insisten en hacerlo secretario general de la OTAN, habrá que repartir entre los generales patas de conejo y cuernos de coral.

Si, a pesar de todo, insisten en hacerlo secretario general de la OTAN, habrá que repartir entre los generales patas de conejo y cuernos de coral.
Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa ofrecida en la segunda jornada de la cumbre de la OTAN. | EFE

Corre por los cenáculos de la villa y corte que Sánchez ve perdidas las elecciones y se está buscando acomodo para cuando deje La Moncloa. Se ha hablado de la posibilidad de presidir la Internacional Socialista o incluso el Euromed 9. Sin embargo, se dan ciertas felices circunstancias que permiten a nuestro guaperas aspirar a más, a la secretaría general de la OTAN.

El actual secretario, el noruego Jens Stoltenberg, debería haber cesado el mes pasado. Para reemplazarlo, se tenía que haber elegido a alguien en la pasada cumbre de Madrid. Se dio por hecho que sería una mujer, quizá la ex primera ministra británica, Theresa May, o la exministra de defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, o incluso la ex alta representante de la política exterior de la UE, Francesca Mogherini. Pero la invasión de Ucrania ha aconsejado prorrogar por un año más el cargo a Stoltenberg. Para cuando acabe finalmente su mandato, nuestro presidente podría presentar su opción si hubiera ya perdido las elecciones generales. Esto sería posible si las hubiera hecho coincidir con las municipales y autonómicas de finales de mayo.

Sus rivales no son un inconveniente insalvable ya que la británica proviene de un país que está excesivamente del lado de Ucrania y las otras dos de sendos países muy dependientes de Rusia. Berlín racanea los tanques que Kiev le pide y en Italia va a gobernar la Meloni con Salvini y Berlusconi, que son amigos de Putin. En plena campaña electoral, el primero propuso levantar las sanciones a Rusia por inútiles y el segundo se mostró comprensivo con las razones que empujaron a Putin a invadir.

Hay un último inconveniente, no tan difícil de superar como parece: Pedro Sánchez no es mujer. Pero hasta esto se puede salvarse si se recuerda que es más feminista que nadie y, de no bastar eso, siempre cabe que vaya al Registro Civil a inscribirse como mujer tal y como su ley "trans" permite y asunto resuelto.

Queda una última cuestión de conciencia. ¿Avisamos a los aliados de que Pedro Sánchez es gafe o nos lo callamos? Si queremos ser leales, deberíamos explicarles que no sólo es gafe climático (Filomena), mecánico (avería del Falcon), geológico (volcán de La Palma) y patogénico (covid-19), sino que probablemente lo sea también bélico, lo que hace que sea una temeridad ponerle al frente de una alianza militar. Si, a pesar de todo, los descreídos del Norte insisten en hacerlo secretario general de la OTAN, habrá que repartir entre los generales de todos los aliados patas de conejo y cuernos de coral. Tampoco sobraría adiestrar a los militares a sus órdenes para que aprendan a hacer ostensiblemente con la mano los cuernos o cualquier otro signo, por ordinario que sea, de probada eficacia contra el mal de ojo antes de saludarle y evitar así en lo posible que el gafe nos arrastre hasta la Tercera Guerra Mundial. A mí no se me queda la conciencia tranquila si no les decimos nada. Pero, por otra parte, es tan placentera la posibilidad de librarnos de él que, en justo castigo por tener a Ceuta y a Melilla fuera del paraguas de la OTAN, se nos puede disculpar que nosotros, en esto, chitón y tente tieso.

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