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Eva Miquel Subías

El interés siempre tiene color

Se trata de un hecho evidente que España no está acostumbrada al ajetreo del pacto. Nos tiene a todos algo alterados, de hecho.

Se trata de un hecho evidente que España no está acostumbrada al ajetreo del pacto. Nos tiene a todos algo alterados, de hecho. A algunos, desde luego, noqueados. A otros, esperanzados y a la mayoría, expectante.

Lo cierto es que no resulta tarea sencilla la de conjugar los intereses de un territorio y el bienestar del ciudadano con los intereses de una formación política. Y no lo es, puesto que en pocas ocasiones es compatible.

Lo que podría beneficiar a un municipio, podría fagocitarte como partido. Y lo que, como tal, podría consolidarte, podría no ser la mejor opción para el dinamismo y agilidad de gestión que necesita una comunidad autónoma o una localidad.

Y siempre está la letra pequeña, la que te recuerda en los peores momentos la realidad y el trasfondo del acuerdo en cuestión.

El show de Truman no ha hecho más que empezar y el espectáculo sociológico a modo de laboratorio es, simplemente, fascinante. Lástima que se deba gobernar. Un pequeño detalle al respecto que, si no del todo obligatorio, es conveniente para que la nave arribe a algún puerto, o por lo menos no decida ir a la deriva.

No se apuren que abandono de inmediato las metáforas marineras, que no tengo la intención de convertirme en discípula de Mas.

Sigo. Ahora tenemos abierto en canal el debate al respecto de si se deben o no dar a conocer los aspectos de los acuerdos en cuestión. Está bien que conozcamos los entresijos. Pero no me sirve la conclusión de que "lo que han querido los ciudadanos " es el pasteleo posterior al que él o ella ha llevado a cabo con el otro o la otra.

Por poner un ejemplo. Si un ayuntamiento se forma por cuatro o cinco partidos políticos con una mayoría simple pero no suficiente para gobernar en solitario, ello no significa que el ciudadano haya querido que el resto de las fuerzas se junten para garantizar la mayoría suficiente. Ni mucho menos.

Porque es tan simple como que cada votante ha querido que saliera al que directamente le ha dado el voto. Que no somos tan sofisticados, oigan. Queremos que gobierne a quien le otorgamos, con mayor o menor entusiasmo, nuestra confianza. Y poco más. Lo demás, son cábalas de los aparatos y de los intereses a inmediato plazo.

Todos los partidos poseen votos propios -lo que se viene llamando suelo electoral- y votos prestados. Las formaciones mayoritarias son, por razones obvias, las que tienen un mayor número de votos fijos. Pero, es también evidente, que los los partidos emergentes son los que concentran un mayor porcentaje de votos prestados.

Y si me permiten el apunte, este hecho pasó inadvertido por Rosa Díez, quien obvió por completo la volatilidad del voto que viene en un momento determinado. La fragilidad de una fidelidad postiza.

Está muy bien y resulta refrescante que haya caras nuevas que zarandeen el árbol. Está bien que tensen la cuerda. Pero deberían, antes de romperla, tener en cuenta la dirección del fruto al caer de tanto mover las ramas en cuestión.

Porque de lo contrario, la lección política y estratégica del fenómeno UPyD, habrá caído en saco roto. Más allá de soberbias y vanidades que, por otro lado, no me parece que sean nada novedosas en política. Qué quieren que les diga.

La semana pasada leía un artículo-entrevista en la Harvard Business Review, cuyo título respondía así: "We Can't Recall Logos We See Every Day"

El profesor de UCLA, Alan Castel, nos relataba el curioso ejemplo de que un altísimo porcentaje de estudiantes eran incapaces de dibujar y recordar el logo de Apple al pedirlo en cualquier momento.

Así que imaginen ustedes, pues, si el ciudadano recordará otros logos en otros determinados momentos. Con o sin siglas.

En España

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