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Eva Miquel Subías

La 'performance' de tu vida

Casi he llegado a enamorarme del bajito, regordete y de pelo alborotado ex primer ministro laborista del Reino Unido, Gordon Brown. Así. Tal cual.

If you don't like me –I won't be here forever. If you don't like this government –it won't last forever. But if you leave the UK –that will be forever.

Así se expresaba David Cameron pocas horas antes del que ha sido el referéndum más tenso que se conoce en tiempo, no sólo por las consecuencias que podría haber acarreado, sino por el inevitable contagio con respecto a nuestra delicada situación en el noreste peninsular.

En efecto, y más allá de valorar el enorme riesgo que corrió el primer ministro británico cuando no sólo permitió que se celebrara éste, sino que se eliminara de la lista el Maximum Devolution de entre las posibles preguntas, reduciéndolas a unos claros y rotundos Yes o No, se trataba de una elección que iba a condicionar a las generaciones futuras. Porque "si dejas Gran Bretaña, será para siempre".

Bien. Ya conocemos el resultado y la consecuente renuncia de Alex Salmond en una semana intensa y plagada de dimisiones patrias.

Y les confesaré algo. Repasando las diversas intervenciones de los diferentes actores en este proceso, casi he llegado a enamorarme del bajito, regordete y de pelo alborotado ex primer ministro laborista del Reino Unido, Gordon Brown. Así. Tal cual.

Aprovecho para recomendarles vivamente que recuperen la apasionada charla de 13 minutos que el escocés Brown dirige –sin el apoyo de un solo papel– a un público a priori entregado que demandaba contundencia en torno a una respuesta negativa en la consulta.

Quien, hasta entonces, se había mostrado como un personaje bastante gris, que pasó sin mucho entusiasmo por el Gobierno de Gran Bretaña al sustituir a Tony Blair, se nos ha revelado como un auténtico maestro de la escena cuyos argumentos deberíamos grabar a fuego lento en nuestros muslos para tenerlos bien a mano en los próximos meses.

No en vano, el periódico británico The Guardian calificó como "la performance de su vida" semejante arenga y que a una servidora no le duelen prendas admitir que le hizo saltar alguna que otra lágrima.

Y, ¿saben una cosa? Ignoro si fue medianamente espontáneo o respondió a la máxima churchilliana de que no hay mejor improvisación que aquella que se ha estado preparando durante la tarde anterior. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que su intervención respondía a una convicción firme y contundente de la idea a transmitir. Un argumento elaborado con la razón, pero que partía de una pasión conmovedora. Y señoras y señores, no creo que exista mejor guión al respecto y para tales efectos.

Y por este y no otro motivo, con los riesgos que conlleva, el pequeño Brown salió a escena con la tranquilidad que te proporciona el saber que actúas en la correcta dirección y nos deleitó con una de las mejores intervenciones políticas que se han podido escuchar en mucho tiempo.

Porque una cosa les digo. España necesita Gordons Browns. Por doquier. Los que hagan falta. Y que se reproduzcan.

Verán. El mismo día del referéndum escocés, desayunaba en Barcelona con un buen amigo, parlamentario convergente. Dentro del escenario que me dibujó –bastante desolador, por cierto– quiso confesarme algo: tengo la sensación, señaló, de que estamos conduciendo un autocar por una carretera sin asfaltar al borde de varios precipicios, con unos tipos detrás que, lejos de frenarnos, nos empujan a ellos y nosotros no hemos sabido cómo detener el vehículo.

A lo que ustedes, avispados, apuntarán: a buenas horas mangas verdes.

Y yo, desde aquí, imploro a España entera que nos proporcione los Browns que sean necesarios para coger el autobús, enderezarlo y convencer a todos los coches que han decidido seguirle, para que, al menos, cambien el líquido de los frenos antes de coger la siguiente curva. Y acaso intentar darlo todo en la que debería ser la performance definitiva.

En España

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