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Eva Miquel Subías

Más conchas que un galápago

El descosido es demasiado grande, pero hay que arreglarlo, señaló Felipe González.

El mismo día en el que Artur Mas nos presentó sus 77 objetivos para el resto de legislatura –procurando demostrar que hay vida mas allá de la consulta–, la televisión del Grupo Godó reunía en un despliegue absoluto de poderío televisivo a nada más y nada menos que a Felipe González y Miquel Roca.

En una semana marcada por el espíritu aznarista y por conspiraciones diversas e hipótesis de todo tipo y condición al respecto de un posible retorno de José María Aznar, el periodista Josep Cuní convocó en el plató de 8TV a dos pesos pesados de la historia más reciente de la política española.

Lo cierto es que bien podían haber estado en el salón de un cálido hogar con un habano en mano y zigzagueando los cubitos de hielo de un vaso bajo con algo de whisky, que el efecto habría sido el mismo.

Lucían ambos un bronceado algo prematuro debido a las inclemencias temporales que hemos tenido en España últimamente. Se sentían cómodos, a gusto, se percibía esa empatía y solidaridad que une a dos monstruos auténticos de la política, la que se ha forjado tras horas y horas en tapicerías de despachos ya desgastadas, casi tanto como sus argumentos para lograr uno u otro objetivo.

No tiraremos ahora de hemeroteca. Da algo de pereza. Y los tiempos son otros. No entraré en elucubrar sobre lo que habría podido pasar o qué rumbo habría seguido mi querida Cataluña de no haberse zampado Jordi Pujol la cabeza de su hijo político y con él perfiles como el que era mano derecha de Miquel Roca por aquel entonces, Francesc Homs; un tipo listo, hábil, con don de gentes y con una visión amplia y repleta de matices, al tiempo que pragmático, como buen catalán. Imagino lo horrorizado que puede llegar a estar ante esta situación. Como otros convergentes de bien que conozco, por cierto.

En fin. A lo que iba. A la charla televisiva. Lo cierto es que Josep Cuní fue, sin duda, la envidia de muchos profesionales a los que les habría chiflado poder hacer el programa del martes por la noche.

Hablaron de liderazgo, de las relaciones entre Cataluña y (el resto de) España, de la capacidad de entendimiento. El pacto es la gran virtud de los que tienen coraje, apuntó Roca, así, como con cierta condescendencia y sin movérsele un sólo pelo. Inciso. Nota frívola. Habrán notado ustedes que el ex portavoz de CiU en el Congreso nos luce un aspecto mucho más saludable ahora que hace una veintena de años. La vida fuera de la política, supongo, y al abrigo de un próspero bufete y una familia repleta de nietos.

Sigo. En este punto, en el del pacto, me detengo un segundo. Porque francamente. No creo que los perfiles de Mariano Rajoy y de Artur Mas sean los de dos personas a las que no les resulte fácil sentarse a dialogar. Más bien lo contrario. Con lo que aquí, señores, falla algo más. Algo de mayor calado.

El descosido es demasiado grande, pero hay que arreglarlo, señaló Felipe González. O no es un problema de músculo, es un problema de comprensión del otro.

Pues lo que mis ojos vieron ayer fue, precisamente, un derroche absoluto de bíceps y conchas. En versión relajada, con canas, pero una demostración pública de que los líderes de antes siguen teniendo su peso, siguen emitiendo opiniones que importan, que interesan y que se analizan. Y querían dejarlo claro. Ambos. Querían diferenciarse del resto. Claramente.

Pero, admitiendo que las comparaciones con según qué tipo de personajes son demoledoras para los más contemporáneos, les puedo decir , si me lo permiten, que no escuché una única solución práctica a ningún problema en concreto.

Aunque, eso sí, disfruté como hacía tiempo que no lo hacía. Regresé mentalmente a aquellos gloriosos Debates sobre el Estado de la Nación con parlamentarios agudos y talentosos. Pero lamento decir que no fue mucho más que eso, algo de nostalgia y el regusto aterciopelado de la política.

En España

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