
Desde la década de los 90, Corea del Norte atraviesa una situación que, según un informe de la CIA de 1997, acabaría con la dictadura comunista que sojuzga aquel país en cinco años. La población está hambreada y vive en la miseria, los militares están asimismo malnutridos; la economía, inmersa en una depresión galopante, se mantiene con la venta de misiles de corto y medio alcance de bajo coste, el alquiler del espacio aéreo a las aerolíneas extranjeras y la exportación de mano de obra barata a Rusia.
El pasado 13 de febrero las dos Coreas, Rusia, Japón, China y los Estados Unidos firmaron un acuerdo por el cual el régimen de Pyongyang recibirá dos millones de toneladas de petróleo y ayuda humanitaria a cambio de que clausure, en un plazo de 60 días, su reactor nuclear más importante, el de Yongbyon, que se estima habría producido entre dos y diez bombas nucleares. El acuerdo prevé que se permita a los inspectores del OIEA confirmar dicho cierre.
Es posible que Corea del Norte no renuncie del todo a su programa nuclear, pues le garantiza una defensa militar más contundente, pero parece ser que cumplirá los acuerdos alcanzados. Y es que el régimen de Kim Jong Il ha tocado fondo y necesita recobrar el equilibrio, aunque sea un equilibrio inestable.
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El 5 de abril de 1986, un atentado con bomba contra la discoteca La Belle Club de Berlín mató a una mujer y a dos soldados norteamericanos, e hirió a más de 200 personas, de las que medio centenar eran asimismo soldados. Tras la interceptación de unos télex enviados desde la embajada de Trípoli en Berlín Oriental, se acusó del atentado a unos agentes libios. El 14 de abril de ese mismo año Ronald Reagan autorizó la operación El Dorado Canyon para llevar a cabo una serie de ataques aéreos contra Trípoli, Bengasi y otros puntos de Libia. Uno de los objetivos era la base militar de Bab el Azzizizya, donde se alojaban Gadafi y su familia. En el ataque contra la base murió una hija del dictador libio y resultaron heridos otros dos hijos de éste. Al parecer, el propio Gadafi estuvo a punto de morir.
Dos años más tarde, el 21 de diciembre de 1988, estallaba en pleno vuelo, sobre Lockerbie (Escocia), un avión de la Pan Am que acababa de partir desde el aeropuerto de Fráncfort. Murieron los 259 pasajeros, más 11 habitantes de la localidad escocesa. Después de tres años de investigación, se supo que los autores habían sido dos agentes libios. Como consecuencia de ello, en 1992 y 1993 el Consejo de Seguridad de la ONU impuso unas sanciones a Libia que aislaron a ésta de la comunidad internacional y la sumieron en una gran crisis interna. El régimen de Gadafi se tambaleó.
En 1999 Trípoli entregó a los dos sospechosos del atentado de Lockerbie para que fueran juzgados; entonces, la ONU suspendió las sanciones económicas. Cinco años más tarde Gadafi accedió a indemnizar con 2.700 millones de dólares a los familiares de las víctimas, y en 2004 George W. Bush levantó las sanciones comerciales contra Libia.
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Aunque la red de tráfico ilegal de componentes para ultracentrifugadoras del paquistaní Abdel Qadir Jan fue desmantelada en 2004, según Andrew Koch, del Subcomité Norteamericano sobre Terrorismo Internacional y No Proliferación, es posible que Irán la haya rehecho. No obstante, con respecto a su programa nuclear, parece que el régimen iraní no es uniforme a la hora de apoyar totalmente la postura de Mahmud Ahmadineyad. Así lo expresan diversas fuentes, que afirman la existencia de una división ideológica y burocrática interna cuya raíz habría que buscar en el mismo origen de la revolución jomeinista, de la que tomaron parte moderados, radicales, puristas, marxistas, incluso partidarios de un sistema laico constitucional al estilo occidental, como el ayatolá Shariat Madari.
Las discrepancias en el régimen de Teherán se ponen de manifiesto con las continuas contradicciones, al menos aparentes, que se están dando. En octubre de 2003 Irán aprobó la suspensión de su programa de enriquecimiento de uranio como parte de un acuerdo con Francia, Alemania y Gran Bretaña, pero luego dijo que pensaba seguir con él. En agosto de 2006 se ofreció a "negociar de nuevo seriamente"; después declaró que negociaría, "pero sin condiciones".
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El día anterior a esta rueda de prensa, un grupo de científicos de alto nivel, entre ellos cinco premios Nobel, enviaron una carta a la Casa Blanca en la que se manifestaban contrarios a una posible acción nuclear contra países no nucleares. Por el momento la han suscrito más de 2.000 científicos.
Efectivamente, después de 50 años, un ataque de este tipo rompería el statu quo que se estableció tras Hiroshima y Nagasaki, y moralmente daría rienda suelta a que otros países nucleares pudieran emplear estas armas en los múltiples conflictos que hay abiertos.
La respuesta de Teherán al presidente Bush no se hizo esperar. El ministro de Defensa, Mustafá Najar, declaró a Al Yazira el pasado 6 de febrero: "No hay duda de que cualquier amenaza contra Irán se encontrará con una fuerza agresiva y disuasoria, y la reacción será tal que hará que los invasores lamenten para siempre su acción".
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Hemos visto que la proliferación nuclear norcoreana se ha neutralizado a partir de acuerdos internacionales, y que la proliferación libia ha llegado a un punto muerto y aparentemente sin retorno, con la renuncia oficial y pública de Muamar el Gadafi. Sin embargo, la cuestión iraní empieza a parecerse peligrosamente a la situación que desencadenó la guerra en Irak, y la tensión entre las Administraciones de Teherán y Washington parece ir en aumento. Por su parte, Estados Unidos acusa a Irán de estar apoyando los ataques contra sus tropas en Irak.
La Administración Bush ha enviado un segundo grupo de portaaviones al Golfo Pérsico, hecho que se une a su campaña para que las instituciones financieras internacionales, europeas y árabes inmovilicen los capitales iraníes, para que con ello se estrangule la producción de petróleo de Teherán, lo que pondría en graves dificultades al régimen de Teherán. Condoleezza Rice cree en esa solución, pero la presión por ambas partes continúa. ¿Hasta cuándo?