
De hecho, hubo de pedir un préstamo al banco para afrontar su regreso a la vida privada. De hecho, él y su esposa regresaron a su vieja casa de campo de Independence, Misuri, porque, entre otras cosas, "no tenían muchas más opciones, financieramente hablando" (McCullough).
Truman rehusó hacer caja a base de explotar su condición de ex presidente. Por poner un ejemplo: rechazó una oferta de un promotor inmobiliario de la Florida de no menos de 100.000 dólares (le quería como "presidente, directivo o accionista" de su compañía). No rodó spots comerciales, no aceptó pagos por "servicios de consultoría", no se ajuntó con los lobbies. Míster No incluso rechazó el coche que le ofreció Toyota como muestra del fortalecimiento de las relaciones americano-japonesas.
"Jamás me prestaría a transacción alguna, por muy respetable que fuera, si ello conllevara la comercialización de la dignidad y el prestigio de la Presidencia", escribiría más tarde el propio Truman. Si bien vendió los derechos de sus memorias a la revista Life por una bonita suma, rechazó cualquier otra tentación de sacar tajada de su condición de ex presidente.
Medio siglo después, la rectitud de Truman parece tan antigua y pintoresca como los dientes de madera de George Washington.

El portavoz de Clinton afirma que el equipo de éste realiza una investigación escrupulosa antes de dar el visto bueno a una conferencia. El caso es que Clinton ha aceptado invitaciones de entidades con historiales manifiestamente mejorables. El Washington Post ha informado de que en 2005 aquél percibió 650.000 dólares por impartir dos conferencias para The Power Within, una compañía especializada en discursos motivacionales cuyo fundador, procesado por fraude accionarial, tiene prohibido de por vida emprender negocios en bolsa. Asimismo, Clinton discurseó por 150.000 dólares para Serono International, el gigante suizo de la biotecnología, mientras éste estaba siendo investigado por si había sobornado a médicos para que prescribieran innecesariamente sus medicamentos. Posteriormente Serono se declaró culpable de conspiración, y desembolsó 704 millones de dólares en compensaciones.
Si conocemos las ganancias post Casa Blanca de Clinton es sólo porque su mujer, la senadora Hillary Clinton, está obligada a dar cuenta de ellas, en virtud de las normas de transparencia financiera (con todo, no conocemos los millones que ha recaudado la William J. Clinton Foundation con los discursos de su fundador).

"En los cuatro años que han pasado desde que abandonara la Presidencia, Bush, que ya era rico, ha ganado millones de dólares con sus intervenciones públicas", informaba The Wall Street Journal hace una década. "Bush se limita generalmente a dar discursos y a codearse con ejecutivos y altos cargos gubernamentales", añadía. Su tarifa: entre 80.000 y 100.000 dólares por aparición.
Semejante avaricia pospresidencial sería más comprensible si los mandatarios abandonasen el cargo como lo hizo Truman, es decir, sin recibir del contribuyente otra cosa que un sentido adiós. Pero no ha vuelto a ocurrir nada parecido desde 1958, cuando entró en vigor la Ley de Antiguos Presidentes.
Los ex perciben una generosa pensión –actualmente, de 186.000 dólares; y aumenta cada año que pasa–, pagadera desde el mismo momento en que abandonan la Casa Blanca. Además, disponen de cientos de miles de dólares para gastar en personal, oficinas y viajes; y de protección (a cargo del servicio secreto) para ellos y sus familiares durante las 24 horas del día. Se calcula que el coste de esto último asciende a 20 millones de dólares al año.
Según la National Taxpayers Union, Clinton disfrutará de una pensión de más de 7 millones de dólares (en el caso de que cumpla con la esperanza de vida del varón norteamericano); George Bush (padre), de una de 3; Carter, de una de 4. Por otro lado, en el año fiscal de 2007 el marido de Hillary percibirá del Tesoro aproximadamente 1,6 millones de dólares.
La época en que los ex podían llegar a encontrarse en apuros económicos ha pasado a la historia. Por desgracia, también es cosa del pasado ese sentido de la integridad y la decencia que impidió a hombres como Truman dedicar su expresidencia a amasar dinero a toda costa.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.