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CUBA

El director de Granma quiere más sangre

El señor Lázaro Barredo, director de Granma y miembro del Parlamento cubano, acaba de pedir que se castigue con mayor rigor a los demócratas de la oposición. Supongo que quiere que los golpeen con más saña, que las condenas sean más elevadas y que a las Damas de Blanco las ultrajen con mayor energía por estar al servicio del imperialismo yanqui.

El señor Lázaro Barredo, director de Granma y miembro del Parlamento cubano, acaba de pedir que se castigue con mayor rigor a los demócratas de la oposición. Supongo que quiere que los golpeen con más saña, que las condenas sean más elevadas y que a las Damas de Blanco las ultrajen con mayor energía por estar al servicio del imperialismo yanqui.
Me imagino que Barredo habrá disfrutado mucho cuando sus esbirros patearon hasta casi matarla a la madre de los hermanos Sigler, una ancianita diminuta que pesa ochenta libras y pide sin descanso la libertad de sus hijos presos, suficiente razón para partirle como le partieron varias costillas.
 
Barredo, de quien amigos y enemigos se burlan llamándolo Berrido, según su camarada Martín Medem, ex corresponsal de Radio Televisión Española en Cuba y persona muy vinculada a los comunistas, es un miembro de la Seguridad. Otros ex compañeros suyos aseguran que es un viejo peón del Departamento Tres de la Contrainteligencia, dedicado al acoso de los intelectuales, y lo describen como un organizador de turbas y actos de repudio que disfrutaba golpeando y escupiendo a las personas que deseaban abandonar el país durante el éxodo del Mariel. No sé qué pensó cuando su hijo Josué, un buen poeta, totalmente inocente de la conducta de su padre, decidió exiliarse.

A Barredo, que le sobra vocación para maltratar a sus semejantes, le falta, en cambio, rigor lógico. Por una punta proclama fieramente el derecho de la dictadura a practicar intensamente el "internacionalismo revolucionario" en cualquier lugar del planeta y en cualquiera de sus modalidades (dinero, propaganda, armas, adiestramiento, guerrillas, terrorismo), mientras por la otra sustenta su petición de que se extermine a los disidentes y a los opositores por beneficiarse de algunas tímidas manifestaciones de "internacionalismo democrático", consistentes en solidaridad política, pequeñas donaciones, computadoras, cámaras fotográficas, medicinas y otros elementos que les permitan resistir el embate del aparato represivo mientras sostienen en las cárceles a sus familiares presos.

Barredo, además, no conforme con pedir más atropellos contra los demócratas cubanos, quiere que me extraditen a Cuba.
 
No me gusta utilizar este espacio para examinar cuestiones personales, pero, como el asunto se ha convertido en una cuestión pública, creo que debo abordarlo. El director de Granma ha pedido mi extradición porque supuestamente soy prófugo de la justicia, algo que constituye una media verdad: hace casi medio siglo, en marzo de 1961, cuando tenía 17 años, me escapé de la cárcel junto a otro estudiante menor de edad, también preso político. Entonces tratábamos, como decenas de millares de estudiantes y campesinos, de impedir que la dictadura comunista consiguiera consolidarse. ¿Por qué Barredo dijo una media verdad? Porque yo no huía de la justicia, sino de la injusticia de un juicio absolutamente ilegal que duró media hora, con pruebas y testigos falsos, como me confesó avergonzado, en un testimonio valiosísimo que todavía conservo, uno de los miembros del tribunal que años más tarde se exilió en España.

¿Por qué esta extemporánea payasada del Gobierno cubano? Si intentaran, en serio, extraditarme a Cuba, se armaría un escándalo monumental en todos los medios de prensa y la dictadura saldría muy mal parada. Y si lo lograran y me llevaran a Cuba, tendrían dos caminos: fusilarme o encarcelarme. Si me fusilaran, la condena universal ante ese crimen injustificado sería tremenda, porque yo soy totalmente inocente. Si me encarcelaran, me convertirían en una víctima célebre por la que todos los días la dictadura pagaría un precio político. O sea, la dictadura sabe que el costo de tener éxito con esta payasada de Barredo es mucho más alto que los escasos beneficios de apresarme, especialmente porque no pueden acusarme de nada, salvo de haber huido de una condena injusta cuando era casi un niño.

Pero si la policía política sabe esto, ¿por qué ha montado este show ridículo? Supongo que por dos razones: primero, para tratar de desacreditarme o asustarme, cosa que jamás han podido lograr con todas sus campañas sucias a lo largo de décadas de calumnias e infundios; y, segundo, para intentar destruir a Yoani Sánchez, la muchacha que en La Habana, muy valientemente, escribe el blog Generación Y. Admiro mucho a Yoani, pero no la conozco ni directa ni indirectamente, aunque tratan de asociarla conmigo.

Debo advertir que no es la primera vez que el aparato represivo castrista intenta silenciar mi voz. En el otoño de 1987 los servicios de inteligencia cubanos, grandes cultivadores del terrorismo, me enviaron una bomba dentro de un libro a mi oficina de Madrid. Yo mismo abrí el paquete. El libro se llamaba Una muerte muy dulce, y el detonador no estaba conectado. No querían matarme. Era otra payasada encaminada a tratar de atemorizarme con este obvio mensaje: "Cállate, podemos asesinarte cuando queramos".
 
La inteligencia española, que investigó el caso con seriedad, hasta me dio el nombre del diplomático cubano que había organizado la operación: un señor llamado Eduardo Araoz. Supongo que pertenecía al mismo departamento en que hoy el director de Granma realiza sus sucias tareas.
 
 
© Firmas Press
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