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ISRAEL

El Informe Winograd

La experiencia nos enseña que las derrotas, si uno vive para contarlo, son mucho más ilustrativas que las victorias. Durante la II Guerra del Líbano, un conflicto entre un ejército nacional y una guerrilla privada, Israel infligió un daño enorme al enemigo; sin embargo, la victoria corrió del lado chiita, al ser Hezbolá capaz de capitalizar su resistencia al castigo y no ser formalmente vencida. Israel no recuperó a los soldados secuestrados, no derrotó al enemigo y se encontró al final con una seria oposición internacional. Tal resultado requería una evaluación sosegada.

La experiencia nos enseña que las derrotas, si uno vive para contarlo, son mucho más ilustrativas que las victorias. Durante la II Guerra del Líbano, un conflicto entre un ejército nacional y una guerrilla privada, Israel infligió un daño enorme al enemigo; sin embargo, la victoria corrió del lado chiita, al ser Hezbolá capaz de capitalizar su resistencia al castigo y no ser formalmente vencida. Israel no recuperó a los soldados secuestrados, no derrotó al enemigo y se encontró al final con una seria oposición internacional. Tal resultado requería una evaluación sosegada.
La Comisión Winograd ha presentado al Gobierno la primera parte de su informe, que será completado en los próximos meses con la segunda y definitiva. Dicho informe es sólo un capítulo del proceso general de evaluación de lo sucedido. Tiene que enriquecerse con los estudios realizados por las propias Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia. Análisis más técnicos y menos políticos, que difícilmente serán hechos públicos en su totalidad pero cuyas conclusiones tendrán en el futuro mayor incidencia sobre la gestión de crisis que el elaborado por la Comisión Winograd, inevitablemente político.
 
"El hombre propone y Dios dispone", reza el dicho clásico español. En la política como en la guerra, la planificación es tan importante como insuficiente. Tenemos que racionalizar el escenario en que actuamos, estudiar las posibles variantes y tomar las decisiones más sensatas. Pero ser sensato no es suficiente. Hay que asumir que el futuro es imprevisible, y que tan importante como planificar escenarios es ser capaz, en un tiempo breve, de adaptarse a una situación nueva.
 
Los israelíes llegaron a la conclusión de que no era posible llegar a una paz negociada con los palestinos. Eran los días finales de Arafat y su Segunda Intifada, de los terroristas suicidas y de la valla de separación. Pero Israel necesitaba separarse de ellos, resolver la necesaria retirada de Gaza y de parte de Cisjordania. Sharon, un halcón entre los halcones, robó a los laboristas parte de su programa –era un especialista en la materia– y presentó un plan de paz unilateral. La sociedad le dio su apoyo, el Likud no, por lo que protagonizó una escisión que daría lugar a Kadima. Israel tenía un plan de acción en el corto y medio plazo respaldado por una mayoría. Con Sharon al frente, no había riesgo de cesiones que pusieran en peligro la seguridad nacional.
 
Ehud Olmert.Pero el guión no se cumplió. Sharon sufrió un derrame cerebral que acabó con su carrera política. Ehud Olmert, uno de los barones que le habían acompañado en su salida del Likud y en la creación de Kadima, asumió la jefatura del partido. Las elecciones generales se ganaron con menos votos de los previstos, lo que obligó a una amplia coalición de gobierno. El nuevo líder laborista, Amir Peretz, buscó el Ministerio de Defensa precisamente porque no tenía ninguna experiencia en temas de seguridad nacional y necesitaba mejorar su currículo para poder competir con garantías en las siguientes generales. Su inexperiencia en estos temas se sumaba a la de Olmert, que venía de ocupar la alcaldía de Jerusalén.
 
Mientras tanto, en el lado palestino las esperanzas generadas por la muerte de Arafat y la llegada de Mahmud Abbás se venían abajo con el triunfo de Hamás en las legislativas. El órgano representativo de los palestinos negaba el derecho a existir de Israel, justificaba el terrorismo y se negaba a aceptar el proceso de paz.
 
Puesto que el proceso de desenganche unilateral de Israel seguía su curso, la opinión pública internacional valoraba el esfuerzo político del Gobierno de Jerusalén al retirarse de Gaza y condenaba el giro palestino, lo que de nuevo redundaba en beneficio de Israel. Para romper esta dinámica, los islamistas actuaron desde dos frentes, atacando y secuestrando soldados desde Gaza y el Líbano. La provocación estaba bien medida, y lograron el efecto deseado: romper un proceso que iba en su contra.
 
El Gobierno israelí decidió atacar a Hezbolá, lo que implicaba actuar en territorio libanés. Con toda la razón de su parte, un fortísimo apoyo internacional y las plegarias árabe-sunnitas para que infligieran a los chiitas el castigo más duro posible en un tiempo mínimo, el trío formado por el primer ministro, el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor (Dan Halutz) se dispusieron a diseñar una operación.
 
Amir Peretz.Nunca antes se había dado la circunstancia de que tanto el premier como el ministro de Defensa fueran profundos desconocedores de la ciencia militar. Nunca antes un general del Ejército de Aire tuvo la oportunidad de demostrar, al frente del Estado Mayor, lo que tantos otros generales del Aire afirman en muy distintos países: que sólo con la aviación se puede resolver una crisis de esas características. El juicio no es desinteresado. Cabe suponer que, tras una hipotética victoria, habría llegado una revisión del reparto del gasto en Defensa. Es difícilmente imaginable que en otras circunstancias se hubiera atrevido a plantearlo, pero la ignorancia de sus superiores y el ensueño de una intervención rápida, contundente y precisa logró que el tándem Olmert-Peretz se embarcara en lo que a todas luces era un disparate.
 
Tras una semana de intervención, la efectividad de los ataques era evidentemente limitada, mientas que Hezbolá continuaba lanzando con total impunidad misiles sobre territorio israelí. Es verdad que la mayoría caía en ninguna parte, pero la sensación de vulnerabilidad israelí y operatividad islamista era una realidad de graves consecuencias políticas a ambos lados de la frontera. Tarde y mal, hubo que rectificar la estrategia y se movilizó a las fuerzas terrestres. Pero ya era tarde.
 
Aunque la parte del informe presentada está clasificada, se ha hecho público un resumen de las conclusiones a las que se ha llegado sobre cómo el Gobierno y las Fuerzas Armadas actuaron ante la decisión de invadir el Líbano y la forma en que se planificó la campaña. Y son desoladoras.
– Se reprocha al Gobierno que actuara sin un previo y serio análisis militar sobre las implicaciones de la campaña, que hubiera desvelado que la respuesta de Hezbolá sería una lluvia de misiles sólo controlable con la ocupación del territorio durante un tiempo prolongado, para lo que no se contaba con suficiente apoyo diplomático. No sólo se actuó irreflexivamente, tampoco se permitió a los órganos militares pertinentes desarrollar su trabajo, ni se informó correctamente al Gobierno.
 
– Tanto el primer ministro como el titular de Defensa carecían de la formación necesaria para asumir plenamente su responsabilidad, pero ni trataron de compensar esas carencias consultando a terceras personas ni plantearon seriamente a las autoridades militares y políticas un debate sobre medios y fines, lo cual que hubiera puesto en evidencia la falta de lógica de la campaña pergeñada por el jefe del Estado Mayor.
 
– Sobre éste último, que presentó su dimisión tiempo atrás, recaen las críticas más duras. Ni estaba preparado para la eventualidad de los secuestros, ni informó correctamente a sus superiores de la complejidad de la situación, ni ordenó y dirigió la elaboración de estudios sobre cómo actuar más correctamente, ni preparó adecuadamente la fuerza para intervenir. El resultado fue que dio a entender a unos superiores sin formación suficiente que las FFAA estaban en mejores condiciones de lo que lo estaban.
 
– A las Fuerzas Armadas se les reprocha carecer de la doctrina y la preparación adecuadas para actuar eficazmente en circunstancias como las vividas.
La lectura de la parte publicada del informe explica la alegría con que ha sido recibido en los cuarteles generales de Hezbolá. En conflictos distintos pero coetáneos, Estados Unidos e Israel, los dos ejércitos mejor preparados del mundo, han sido incapaces de vencer a milicias islamistas. No han sido derrotados, pero no han ganado. El reconocimiento de los errores cometidos es, desde su perspectiva, la prueba tanto del acierto de su estrategia como de la debilidad del adversario.
 
La segunda parte del informe llegará en verano, y es previsible que desate una tormenta política que aboque a unas nuevas elecciones generales, en las que el Likud, bajo el liderazgo de Benjamín Netanyahu, partirá como favorito. El próximo Gobierno habrá de asumir una profunda revisión de la política de seguridad y defensa que permita superar las carencias reconocidas. No es necesario insistir en la gravedad de la situación. Sólo aprendiendo de los fracasos y con voluntad de victoria podrá Israel garantizar su seguridad.
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