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RAMSEY CLARK

El mayor apologista de Sadam

No hace muchos meses, en estas mismas páginas*, un ex fiscal general de EEUU defendía su decisión de presentarse como abogado de Sadam Husein. En su artículo, Ramsey Clark establecía el argumento, perfectamente obvio e irrefutable en la práctica, de que su infame cliente –su “demonizado” cliente, como dijo él– tenía tanto derecho como cualquiera a la defensa.

Nadie discute esta propuesta, ni mucho menos el tribunal iraquí, al que Clark describía como ilegítimo antes incluso de que se iniciara el proceso. Así que ahora Clark –uno de los principales portavoces del movimiento pacifista americano, líder de la coalición Answer que llenaba las calles de manifestantes y comparaba al presidente Bush con Adolf Hitler– está en Bagdad, sentado en la mesa de la defensa de un cliente que el lunes ponía el punto final a la sesión comparando a gritos su propia postura, al borde del abismo, con la heroica lucha de Mussolini.
 
Cualquier reportero con un ápice de talento podría dar buena cuenta de esta escena de zoológico. Pero aquí subyace una cuestión de principios que no debe ser pasada por alto. Husein está acusado de algunos de los crímenes más repugnantes perpetrados nunca por un déspota. Un abogado defensor está contratado (probablemente) para que sea absuelto de tales cargos. Pero, antes de que sus credenciales se aceptasen en el tribunal, Clark anunciaba que su cliente era: a) culpable de atrocidades repugnantes, y b) justificaba el que las hubiera cometido.
 
Para ser exactos, en una entrevista con la BBC, la semana pasada, y otra en el New York Times, el martes, Clark abordaba la acusación de que en 1982, tras una aparente tentativa de acabar con su vida en la ciudad iraquí de Dujail, Husein había ordenado el asesinato y tortura de unos 150 hombres y niños de la zona.
 
Lejos de negar que tal horror hubiera ocurrido –y es una de las cosas más suaves de la lista de acusaciones–, Clark afirmaba que estaba justificado. Ahora ha dicho dos veces en público que, teniendo en cuenta la guerra contra la república chií de Irán, Husein tenía derecho a tomar medidas severas. "Tenía en marcha esa enorme guerra, y tienes que actuar firmemente cuando tienes un intento de asesinato", declaraba a la BBC.
 
Sadam Husein.A esto añadía, tranquilamente, que él mismo había sido echado a un lado en más de una ocasión por agentes del servicio secreto deseosos de defender al presidente de Estados Unidos (por supuesto, uno recuerda las detenciones en masa, las palizas y las ejecuciones que siguieron a los intentos de asesinato de los presidentes Ford y Reagan). Es como si Husein no hubiera comenzado (con su sangrienta e ilegal invasión de Irán) la "gran guerra" que cita Clark como excusa para que aquél apuntase sus armas contra los iraquíes.
 
Yo me pregunto, ¿el antaño dueño absoluto de Irak se da cuenta, verdaderamente, de que un miembro de su equipo de abogados está proclamando a los cuatro vientos, y orgullosamente, su culpabilidad?
 
Por ahora no importa si el déspota ha recibido un mal asesoramiento, esto plantea otro tema que debe preocupar a todos los americanos serios. En la recta final de la guerra, dondequiera se encaminase el debate uno podía contar con que los detractores del presidente [Bush] estipulasen que sí, que Husein era ciertamente una figura terrible y criminal. Esta postura a duras penas era opcional, teniendo en cuenta las montañas de pruebas reunidas a lo largo de años, gran parte de ellas exhumadas más tarde de fosas comunes y centros de tortura, y las ruinas de dos estados vecinos.
 
Pero ahora uno de los portavoces más conocidos de la causa pacifista aparece en las televisiones del mundo diciendo abiertamente que el sistema de Husein estaba justificado todo el tiempo en su agresión exterior y su fascismo doméstico.
 
Yo era, y aún soy, uno de los que abogaban públicamente por el derrocamiento de Husein. En debates, propuse que la mayoría de los participantes podía al menos convenir en algo. Con independencia de la competencia y lo apropiado de la intervención, podía aceptarse con seguridad que los grupos de derechos humanos en Irak podrían utilizar cierta ayuda para excavarar las fosas comunes e identificar a los desaparecidos; que las organizaciones feministas necesitaban aliados en ambos lados del debate contra los fundamentalistas; que el pueblo kurdo –la mayor minoría apátrida de la región– precisaba solidaridad; y que los árabes "de las marismas", víctimas de uno de los peores genocidios jamás perpetrados, estaban pidiendo ayuda.
 
Casi siempre, la facción pacifista ha subordinado todo a su odio contra Bush, ha cerrado sus manos y mirado fríamente mientras los demócratas iraquíes luchaban en un mar de caos y violencia. Esa vergonzosa neutralidad es mala de por sí. Pero ahora los antiguerra sí tienen un representante permanente en Bagdad, en la forma de un apologista de los crímenes y agresiones cometidas por un hombre que hace parecer un aficionado a su héroe, Mussolini.
 
Yo me pregunto: ¿qué dirán esta vez Cindy [Sheehan] y los demás humanitarios? ¿O no son "pacifistas" en absoluto, sino simplemente partidarios de la guerra que están en el otro bando?
 
 
Christopher Hitchens, escritor británico residente en Washington.

Este artículo se publicó originalmente en Los Angeles Times el 9 de diciembre.
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