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IRAK

El Plan Maliki

No lo ha dicho públicamente, pero el nuevo primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, se ha dado cien días de plazo para conseguir lo que su entorno describe como "el principio de un cambio completo". El éxito de Maliki podría determinar las cosas en Irak durante meses, acaso durante años.

No lo ha dicho públicamente, pero el nuevo primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, se ha dado cien días de plazo para conseguir lo que su entorno describe como "el principio de un cambio completo". El éxito de Maliki podría determinar las cosas en Irak durante meses, acaso durante años.
Nuri al Maliki.
El plan de Maliki, que lleva por lema "Juntos, adelante", tiene tres objetivos:
 
– Hacer que funcionen las instituciones, empezando por el recientemente electo Parlamento y por el Consejo de Ministros, y que se perciba que están funcionando.
 
Esto podría chocar a quienes dan por sentado que los gobiernos funcionan; no obstante, en el Irak posterior a la liberación ha de levantarse todo desde los cimientos.
 
Maliki sabe que no se puede poner en pie un nuevo ejército y una nueva policía en medio de la nada, y que en cualquier sociedad el esqueleto de la ley y el orden lo procura una burocracia activa. La importancia de este punto ha quedado ilustrada con los casos de varias unidades de la policía y el ejército que no recibieron a tiempo sus sueldos porque la burocracia estaba paralizada.
 
Rodear Bagdad con un perímetro de seguridad, para privar a los terroristas del "oxígeno" y la "publicidad" que sacan de los ataques que sufre la capital.
 
El plan pretende hacer de Bagdad una zona restringida protegida con los sistemas que se emplean en los principales aeropuertos internacionales.
 
En teoría, no debería ser difícil de conseguir. El aeropuerto londinense de Heathrow recibe más gente de la que entra o sale de la capital iraquí. No obstante, en la práctica el acordonamiento de Bagdad podría requerir una cantidad mayor de recursos: Heathrow no tiene que hacer frente a grupos terroristas concretos que con frecuencia reclutan a sus miembros entre los servicios de seguridad del defenestrado régimen baazista, que conocen el terreno a la perfeccción.
 
Los terroristas que asuelan Irak atentaron también contra la ONU en Bagdad.Persuadir a tantos insurgentes como sea posible de que abandonen la lucha armada y se unan al proceso político.
 
Maliki ya ha cosechado algunos éxitos en este punto: siete grupos, todos ellos árabes sunníes, han declarado que están dispuestos a entablar negociaciones con el Gobierno. Dos de esos siete se cuentan entre los más importantes grupos insurgentes que operan en la zona de Bagdad; uno de ellos, el Ejército de Mahoma, puede que sea el más mortífero.
 
No obstante, el plan de Maliki ha de afrontar un buen número de obstáculos. En primer lugar, el primer ministro no puede pedir a los árabes sunníes que se desarmen mientras los kurdos y los chiíes siguen contando con sus milicias, fuertemente armadas. Cualquier tentativa de desarmar y desarticular dichas milicias podría dar lugar a luchas intra e intercomunitarias.
 
Algunos líderes chiíes y kurdos no confían en que la nueva policía y el nuevo ejército les protejan de los terroristas, así que dependen de sus propias milicias. Y privar de su empleo a unos 150.000 combatientes profesionales kurdos y chiíes crea otros tantos enemigos al nuevo régimen.
 
El asunto de las milicias podría solventarse mediante su reorganización en una Guardia Nacional que movilizara a sus miembros cuando el Gobierno lo necesitara. Sus integrantes seguirían en la nómina del Estado hasta que encontrasen empleos en el sector civil. (En Kosovo tuvo éxito una fórmula similar: en efecto, la ONU financió la reinserción en la vida civil de los combatientes pertenecientes al Ejército de Liberación de Kosovo).
 
Maliki también se enfrenta al rechazo que suscita en potentes sectores de su coalición la aprobación del tipo de amnistía que ha insinuado para los insurgentes. Hay insurgentes que son responsables de la muerte de muchísimos kurdos y chiíes, destacadas figuras políticas y religiosas incluidas. Es difícil que un Parlamento con un 70% de representantes kurdos y chiíes apruebe una amnistía de tipo cheque en blanco. Puede que la solución pase por la creación de una Comisión de Verdad y Reconciliación que, al tiempo que establece la responsabilidad de lo ocurrido, intente romper el ciclo de violencia y venganza.
 
Sadam Husein.Para complicar más las cosas, Estados Unidos y sus aliados de la Coalición no aceptarán ningún proyecto que deje en libertad a los responsables del asesinato de sus soldados y civiles. Una solución podría ser que una comisión investigase los casos denunciados por los aliados, con el compromiso de procesar a los procesables de acuerdo con la legislación iraquí. Además, esto permitiría al Gobierno distinguir entre los terroristas, especialmente a los procedentes de otros países árabes, y aquellos iraquíes que, engañados como estaban, creyeron estar resistiendo una ocupación extranjera.
 
Para mejorar las perspectivas de su plan, Maliki necesita hacer más. Debería ignorar a las voces discordantes en el seno de su coalición y permitir la vuelta a sus trabajos de cientos de policías y militares árabes sunníes que accedieron a los mismos en tiempos del régimen anterior. Estos funcionarios "purgados" no están en posición de minar el nuevo Irak, y el que hayan sido privados de su modo de vida por el mero hecho de su obligatoria pertenencia al partido Baaz de Sadam Husein es visto por muchos árabes sunníes como prueba de que se les trata como a parias.
 
Como algunos señalamos antes de la guerra, prohibir el Baaz fue un error. Sí, el Baaz era un bastión fascista, con una ideología mortífera y un historial criminal. Pero el nuevo Irak democrático debería y podría derrotar en la arena política al Baaz y a los demás partidos antidemocráticos. No hay peligro de que una multitud de iraquíes corran a inscribirse a un Baaz redivivo. Levantar la prohibición se verá como un signo de confianza en sí mismo del nuevo Irak.
 
Se mire como se mire, Maliki ha empezado con buen pie. Aquellos que desean que Irak fracase –por razones que nada tienen que ver con Irak, y todo con el odio a América o a George W. Bush– ya han despreciado su plan por "muy pequeño y muy tardío". La verdad es que el nuevo Gobierno iraquí ha tomado la iniciativa como jamás lo hicieron sus predecesores en la era posterior a la liberación.
 
La gestión de Nuri al Maliki no debería ser juzgada sólo en función del terrorismo, aunque éste continúa siendo un factor clave. Si la experiencia de los demás países árabes va servir de guía, es probable que Irak sufra los embates del terrorismo en los próximos años. La verdadera medida del éxito de Maliki vendrá dada por si logra conservar la iniciativa política y utilizarla para construir instituciones democráticas en el contexto de una nueva política de reconciliación nacional.
 
La lucha en Irak ya no es tanto una batalla militar, sino un duelo político entre las fuerzas del progreso y la democracia y las del terror y la reacción.
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