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CUBA

Los yanquis se fueron a casa y Fidel lo celebró

Hace 50 años, en octubre de 1960, el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower impuso un embargo comercial a Cuba. Fidel y Raúl Castro llevaban en el poder menos de dos años, pero ya les había dado tiempo para confiscar empresas cubanas y estadounidenses, abrirse a la URSS, tratar de desestabilizar los países vecinos, ejecutar a muchos cubanos, acusar a los EEUU de todas las desgracias de la isla y poner a gritar a las masas el famoso "Yankee, go home!".


	Hace 50 años, en octubre de 1960, el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower impuso un embargo comercial a Cuba. Fidel y Raúl Castro llevaban en el poder menos de dos años, pero ya les había dado tiempo para confiscar empresas cubanas y estadounidenses, abrirse a la URSS, tratar de desestabilizar los países vecinos, ejecutar a muchos cubanos, acusar a los EEUU de todas las desgracias de la isla y poner a gritar a las masas el famoso "Yankee, go home!".

"Hay un límite que los Estados Unidos, en aras de su propia dignidad, pueden soportar. Ya hemos rebasado ese límite", dijo Eisenhower cuando Washington endureció su política cubana. La Habana lo veía de otra manera: "Ahora los yanquis tendrán que acostumbrarse a tomar café amargo", dijo Ernesto Che Guevara cuando los Estados Unidos, que pagaban por el azúcar cubano precios superiores a los del mercado mundial, decidieron cerrar el grifo.

Hoy en día el embargo sigue ahí, pero de manera muy distinta: desde 1960 sus cláusulas se han modificado numerosas veces. Actualmente, las empresas estadounidenses exportan a la isla más de 500 millones de dólares al año en productos agrícolas, cantidad que en 2008 llegó a los 710 millones. Los hermanos Castro siguen aferrados al comunismo y han reducido la economía cubana a la de un estado mendigo. Tanto, que han tenido que congelar las cuentas bancarias de las compañías españolas que operan en la isla, y el país depende fundamentalmente de las remesas que envían los exiliados y de la caridad de Hugo Chávez.

Hace dos años, el presidente Obama tendió la mano al régimen mediante el levantamiento de las restricciones que pesaban sobre los cubanos emigrados en lo relacionado con el envío de remesas y con viajar a la isla. Esperaba que los Castro relajaran su puño de hierro, pero al final le tomaron el pelo. La Habana aceptó los dólares, pero siguió con su yihad antiamericana –en alianza con Bolivia, Nicaragua y Venezuela–, proveyendo apoyo diplomático a Corea del Norte e Irán. Incluso detuvo a Alan Gross, un contratista de la Agencia de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (Usaid). Sin haber sido juzgado, Gross lleva ya un año en prisión en Cuba por el crimen de haber regalado un ordenador portátil y un teléfono móvil a un cubano. Aparentemente, se le considera una "moneda de cambio".

Lo que quieren los Castro son créditos de los Estados Unidos y acceso a las instituciones financieras internacionales. Lo que no quieren es llevar a cabo las reformas económicas fundamentales que demandan estos organismos y la propia realidad que padece la isla. Es verdad que Raúl Castro se ha mostrado de acuerdo en que los peluqueros cubanos puedan trabajar "de forma independiente", y en que las amas de casa puedan confeccionar flores de papel y venderlas en las esquinas. Pero se trata de cambios poco significativos: Cuba, como Corea del Norte, desdeña la puesta en marcha de cambios fundamentales y recurre de manera rutinaria a la intimidación para obtener concesiones. El régimen está pidiendo al presidente Obama que silencie los programas de radio y televisión norteamericanos que se emiten para que sean escuchados en la isla y que renuncie a los esfuerzos que hace su gobierno para promover la democracia en la misma.

El Parlamento Europeo, a pesar de las muchas gestiones del anterior ministro español de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, se ha mostrado firme ante presiones similares: así, se ha mantenido la Posición Común, que condiciona los favores comerciales y la normalización de las relaciones a la realización de reformas de peso.

Cuando se decretó el embargo, los líderes comunistas se alegraron de librarse de los "perniciosos" lazos con los Estados Unidos, especialmente porque los soviéticos estaban dispuestos a procurarles ayudas generosas. Durante muchos años, Fidel Castro presumió de que el bloqueo (sic), más que perjudicarla, había resultado "favorable" a la revolución. En 1985 declaró que las relaciones económicas con los Estados Unidos no reportarían beneficio básico alguno para Cuba, "ningún beneficio esencial". Y proclamó que la isla produciría "más leche que Holanda y más queso que Francia"; leche suficiente para "llenar la bahía de la Habana". En 1986 alardeaba de que la Unión Soviética y los países socialistas pagaban a Cuba "precios mucho más altos" y le vendían a "precios reducidos"; y añadía:

Además, nos cobran intereses mucho más bajos por sus créditos y aplazan el pago de la deuda diez, quince o veinte años, sin intereses. De hecho, ¿qué deberíamos hacer? Hay un viejo dicho que dice: "¡Nunca cambies una vaca por una cabra!".

La actitud de los Castro no ha cambiado, tampoco lo ha hecho su propaganda. Si no hay cambios en Cuba, no hay razones que justifiquen que los Estados Unidos hagan el papel de cabra y cambien su política hacia la isla.

 

FRANK CALZÓN, director ejecutivo del Centro para una Cuba Libre (Arlington, Virginia, Estados Unidos).

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