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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Rodolfo y el Gorila

Llegué a conocer a Rodolfo Walsh, en una etapa de su proceso político anterior, creo, a su decisión de entrar en la lucha armada, la guerra popular prolongada y todo eso que lo llevó a participar en la colocación de una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, con resultado de 24 muertos y 66 heridos.


	Llegué a conocer a Rodolfo Walsh, en una etapa de su proceso político anterior, creo, a su decisión de entrar en la lucha armada, la guerra popular prolongada y todo eso que lo llevó a participar en la colocación de una bomba en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, con resultado de 24 muertos y 66 heridos.

He escrito creo porque no sé cuánto duró ese proceso, ni siquiera si ya lo tenía todo en mente a finales de los años sesenta, cuando ya había ido y venido de Cuba varias veces.

Para mí, entonces, sólo era un periodista, un gran periodista de denuncia y el recreador en Argentina de aquel género periodístico-literario de investigación que tuvo su cumbre en el Truman Capote de A sangre fría, y que se inauguró en el sur de la mano de aquél con Operación Masacre en 1957, es decir, al mismo tiempo que en Estados Unidos. Pero desconozco lo que pasaba por su cabeza realmente, fuera de sus textos. Era un hombre de buena familia, como se solía decir entonces, de origen irlandés, bilingüe, gran lector y traductor. Un hombre dulce, de gafas, con aspecto de no matar una mosca. De él se esperaba una parte de lo que hizo: relatos, crónicas, denuncias. Era estéticamente difícil imaginarlo peronista. No parecía de muchedumbres. Pero son las buenas familias las que dan revolucionarios, hijos que se empeñan en acabar con su propia clase.

Pues bien: en la Argentina de hoy se otorga anualmente un premio de periodismo que lleva su nombre. Sería normal, de no ser porque el premio viene con carga ideológica: se concede a quienes pueden mostrar pedigrí de izquierdista reaccionario, y lo que se recuerda de Walsh no es su obra escrita, sino su heroísmo de revolucionario o como se quiera llamar a eso, que en última instancia, descorridos los ropajes románticos, es puro y duro terrorismo.

Por eso es perfectamente coherente que este año el premio, de alcance continental, haya sido dado al ilustre presentador de Aló Presidente en la televisión venezolana, y por lo tanto periodista, Hugo Chávez Frías.

No sé de qué se sorprende la gente ante ese hecho.

No le dan el premio al Gorila (¿rojo cubano?, ¿verde islámico?) porque se lo merezca, sino por todo lo contrario. Cristina K coquetea con los iraníes y Chávez está atado y bien atado a ellos. Cristina coquetea mal, en sus relaciones interfieren los matones de D'Elía, el más poderoso de los jefes de grupos de choque que sirven para barridos y fregados violentos: tanto corta carreteras como rompe cabezas o pega tiros, es multitarea. Sus chicos entrenan, no son improvisados, y lo hacen en terrenos que otrora fueron del ejército. Sitios adecuados para las bandas en un país en el que imponen su ley, con una ministra procedente de la cúpula montonera, guerrillera de la selva y de la ciudad, a cargo de la defensa primero, de la seguridad ahora.

El premio lo otorga formalmente la Universidad de La Plata, en la capital de la provincia de Buenos Aires. Y no es un simple premio de periodismo, sino "A la libertad de prensa". Otra de las envidias profundas de la presidente a Chávez: ella no ha logrado controlar la prensa en la medida en que se proponía hacerlo, no ha logrado someter totalmente a Clarín y La Nación. Chávez ha ido mucho más lejos en ese aspecto, es todo un triunfador en comparación con Cristina. Él sí que ha sometido a la mayor parte. Es un modelo que imitar. ¿Qué mejor lección para los aspirantes a la libre expresión de sus ideas –aquel viejo derecho de antes de 1776– que premiarlo por ello? ¿Y qué institución más adecuada para reconocer el valor de esa lección que una universidad con ilustre historial?

No esperes nada de ellos, ni de Chávez ni de Cristina. Sobre todo, no esperes libertad. Que se premien, que se abracen, que compartan socios: siempre será para peor. No descarto que el próximo premio Walsh a la libertad de prensa se lo den a alguno de los hermanos Castro, o a un oscuro director del Granma, o, por qué no, a Ahmadineyad. ¿Y al director de Al Yazira? Ciertamente, candidatos hay. Presidentes del sur de América en la misma línea, también. Hasta sobran.

Confío en que no me ofrezcan ningún premio, del Nobel abajo. Empezaría a dudar de mí mismo.

 

vazquezrial@gmail.com

www.izquierdareaccionaria.com

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