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Fernando Herrera

Lo de las patentes no es lo que parece

Las oficinas de patentes se arrogan el poder de decidir qué es nuevo y qué no lo es, pues son ellas las que van a autorizar la patente o denegarla, las que van a otorgar un monopolio legal a una empresa o a otra.

Una vez más, Microsoft bate records. Pero esta vez toca la de arena. Hablábamos hace poco de que la Kinect era el dispositivo más rápidamente vendido en la historia; ahora le toca la sanción más alta por un caso de infracción de patentes. En efecto, el Tribunal Supremo de los EEUU le ha condenado a pagar 290 milloncitos de dólares a una empresa llamada i4i. Eso sí, puede que el record le dure poco, ya que al parecer Oracle tiene demandada a Google por un concepto similar, y un importe entre 1.400 y 6.100 millones de dólares.

Ahondando un poco más en el caso de Microsoft, el problema estriba en que el ultra-conocido procesador Word utilizaba una herramienta de edición de XML, cuya patente pertenecía a i4i. Sin atreverme a valorar el posible daño infligido a i4i, sí confieso ser usuario de Word, bastante intensivo por cierto (como prueba esta columna), y desconocer completamente la existencia de la herramienta en cuestión. Me imagino que, como yo, el 90% de los usuarios del popular procesador.

Vamos, que el valor del Word como procesador, y a la vista de sus numerosísimas posibilidades y funciones, debía depender poquito de esta herramienta. La prueba más contundente de esta afirmación es que Microsoft quitó la herramienta en cuestión de versiones posteriores del procesador. Sin embargo, pese a estos indicios de sentido común, Microsoft se encuentra teniendo que resarcir los casi 300 millones de arriba a una empresa cuya herramienta sería completamente desconocida si no le hubiera dado Microsoft como plataforma de distribución el omnipresente Word.

El problema no es ni Microsoft, ni i4i, ni siquiera los jueces. El problema es el sistema de patentes, claro está. Oficialmente, las patentes sirven para incentivar la innovación, ya que otorgan una protección al inventor para que durante un tiempo pueda explotar en exclusiva su idea.

Para poner en marcha este sistema, la sociedad delega la declaración de patentes en esa entidad sobradamente probada por su eficacia y funcionamiento impoluto, que es el Estado.

A partir de aquí, ¿qué se puede esperar? Las oficinas de patentes se arrogan el poder de decidir qué es nuevo y qué no lo es, pues son ellas las que van a autorizar la patente o denegarla, las que van a otorgar un monopolio legal a una empresa o a otra.

Sí, por supuesto, el procedimiento puede ser tan técnico y objetivo como se quiera. Pero, al final del día, el expediente cae en un funcionario de mayor o menor rango, que es quien tiene la decisión en sus manos, decisión que será arbitraria en la mayor parte de los casos. Y más con temas tan complejos como los relacionados con el software.

Como curiosidad, es interesante saber que entre las patentes otorgadas en los EEUU en los últimos años está la del pan para tostar, la de los sándwiches de mantequilla de cacahuete o la del arroz Basmati (ésta, en conflicto con el Gobierno de India, claro). También sorprenderá al lector saber que el inventor del teléfono fue un tal Meucci (así lo reconoció en 2002 el Congreso de los EEUU); eso sí, Graham Bell tenía mejores relaciones con la oficina de patentes (al lector interesado en estos casos, se le recomienda esta excelente lectura).

Esto es lo que da de sí el sistema de patentes: arbitrariedad, bloqueo de la innovación y también multas gordas para Microsoft.

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