Menú
POLÍTICA EXTERIOR

Más de lo mismo

Tras un lustro de gobierno socialista –con la misma persona al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores–, la diplomacia española ha seguido en 2009 una línea de clara continuidad con los años precedentes. Los mismos presupuestos ideológicos y el mismo equipo humano han profundizado en la política de la anterior legislatura, y cosechado resultados similares.

Tras un lustro de gobierno socialista –con la misma persona al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores–, la diplomacia española ha seguido en 2009 una línea de clara continuidad con los años precedentes. Los mismos presupuestos ideológicos y el mismo equipo humano han profundizado en la política de la anterior legislatura, y cosechado resultados similares.
A pesar de las fuertes críticas recibidas, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, Rodríguez Zapatero y Moratinos han mantenido sus posiciones, y los resultados a la vista están: España continúa perdiendo peso internacional, la defensa de los intereses nacionales brilla por su ausencia y la opinión pública considera, de forma cada vez más generalizada, que la gestión de la política exterior deja mucho que desear.

La obsesión por el diálogo con regímenes antidemocráticos y la negativa a adoptar posiciones de firmeza continúan siendo el lógico resultado del rechazo a la idea de España como nación, por rancia y conservadora; de la superación la democracia liberal como objetivo último –que no deja de poner de manifiesto el fracaso histórico de la izquierda marxista–; de la falta de valores reconocibles –pero se muestra comprensión hacia los que chocan con nuestra cultura y se minusvalora los de alcance universal–. Por todo ello, nuestra diplomacia ha sido más útil en el debilitamiento de la posición española y europea ante regímenes u organizaciones antioccidentales y antidemocráticas que en la afirmación de la democracia y de los valores que la sustentan.

Europa es la región más importante para nuestra acción exterior; de ella formamos parte y en ella nos desenvolvemos. La renuncia a adoptar una política económica decidida a superar la crisis y limitar sus efectos sobre el mercado de trabajo nos ha situado a la cola de Europa en lo relacionado con la actividad productiva y en cabeza de los índices de desempleo y riesgo. En muy poco tiempo hemos pasado de ser un modelo en materia de creación de empleo y garantización del denominado "Estado del Bienestar" a ser un contraejemplo, una amenaza para nuestro entorno. La sucesión de informaciones, recomendaciones y avisos para que pongamos en orden nuestras cuentas y adoptemos las medidas necesarias para hacer frente a la crisis han dañado gravemente nuestra imagen y prestigio en la Unión Europea, profundizando un proceso que venía de atrás y al que hemos hecho referencia en anteriores comentarios de fin de año. Hemos pasado de ser un actor de primer nivel, logrando formar grandes coaliciones e imponer nuestras posiciones, a ocupar un lugar secundario y permitir que otros se aprovechen de logros que nos habían costado años de trabajo.

Rodríguez Zapatero hizo uso y abuso de antinorteamericanismo durante la anterior legislatura, con excelentes resultados domésticos y pésimos en el panorama internacional. El pesidente trató de dar un giro a esta tendencia jugando con la idea de que el problema no era Estados Unidos sino George W. Bush. Muerto el perro, se daba por finalizada la crisis, más aún si el sucesor era un icono progresista como Barack Obama. Pero la pirueta no ha funcionado, o no lo ha hecho de la manera esperada. Obama puede ser un progresista, pero las diferencias entre los liberals norteamericanos y la izquierda postsocialista europea son todavía considerables. Por otro lado, el cambio en la Casa Blanca no implica rupturas en la gestión diplomática. El mismo Departamento de Estado de los años Bush gestiona la relación con España en la era Obama, y su gente es más consciente que nadie del esfuerzo realizado para tender puentes con Madrid… y de los escasos frutos cosechados. Obama ha ignorado conscientemente a nuestro presidente, al tiempo que se enviaban mensajes de que si desde nuestro país se quería dar un vuelco a la relación, iba a ser necesario ir más allá de las palabras. "Obras son amores", y si Zapatero buscaba una relación preferencial acompañada de buenas fotografías, iba a tener que demostrar voluntad de cooperación en asuntos de interés común.

El presidente del Gobierno hizo gala de esa voluntad proclamando a los cuatro vientos que lo importante no era lo que Obama podía hacer por nosotros, sino lo que nosotros podíamos hacer por Obama. La referencia a Kennedy era un hito más en su querencia por la cursilería, además de otro ejercicio de irresponsabilidad y frivolidad. Afganistán era el trasfondo de esta historia de amor no correspondido. Nuestro presidente daba a entender su disposición a enviar más soldados a cambio de las ansiadas fotografías, dejando a un lado si era o no de interés nacional un aumento del contingente. Sin embargo, la credibilidad del Gobierno español está bajo mínimos en Washington, ya anden los republicanos o los demócratas de por medio, y nadie cree que desde Madrid se vayan a cambiar las reglas de funcionamiento de las unidades desplegadas en Herat o en Qala i-Now, o que el aumento del número de hombres sería significativo.

Rodríguez Zapatero ha conseguido normalizar las relaciones con Estados Unidos, pero no ha logrado salir del cesto de países que carecen de un margen aceptable de influencia. No ha retenido el papel de Aznar… ni siquiera el que González consiguió tras años de complejas y contradictorias relaciones.

La crisis económica ha dado pie a una reorganización de los mecanismos de gobernanza mundial. El primer paso lo dio el entonces presidente Bush al convertir el G-20 en marco de referencia. Es muy discutible si este grupo ha estado a la altura de las expectativas, aunque su actividad en el terreno económico ha sido intensa y ha elaborado importantes reformas previstas por el Fondo Monetario Internacional. El hecho de que España no fuera convocada fue un serio contratiempo para el Gobierno socialista, pues puso de manifiesto el grado de irrelevancia al que Zapatero ha condenado a nuestro país. Tras un gran esfuerzo, y a un precio aún desconocido, nuestra diplomacia logró un puesto de invitado... y poco más. No parece que el G-20 vaya a ser en el futuro la institución de referencia, pero de todas formas es altamente improbable que el Gobierno español, a la vista de sus más destacados logros, consiga un puesto permanente en él.

América Latina no es sólo una zona con la que tenemos importantes vínculos históricos y culturales, sino un activo diplomático fundamental en nuestra política europea y en nuestras relaciones con Estados Unidos. Durante 2009 hemos seguido renunciando la defensa de la democracia y los mercados abiertos, y velando por nuestras relaciones con regímenes antidemocráticos empeñados en desestabilizar la región. La misma España que años atrás sirvió de ejemplo de cómo transitar desde un régimen autoritario a otro democrático no ha tenido reparo ni escrúpulo a la hora de sumarse, con la Organización de Estados Americanos, a una operación de desestabilización de una democracia, Honduras, cuya población había cometido el sacrilegio de resistirse, desde el respeto a la ley, a un intento de subversión del orden constitucional protagonizado por el entonces presidente Zelaya.

América Latina era el asunto idóneo para reconducir las relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, el paso de los meses no ha hecho más que poner en evidencia hasta qué punto el renovado populismo latinoamericano necesita demonizar a los Estados Unidos, la más antigua de las democracias y el defensor por antonomasia de los mercados abiertos. El deterioro de la democracia en la región es un problema real para el vecino del Norte y otra razón para que las relaciones hispano-norteamericanas no pasen del nivel bajo.

El sistema de las cumbres iberoamericanas y el fortalecimiento del entramado institucional de las mismas fue durante años un objetivo fundamental de la diplomacia española, empeñada en ganar influencia regional y prestigio internacional. El año 2009 ha vuelto a poner de manifiesto el declive de esa apuesta. Si las diferencias entre regímenes populistas y democráticos no facilita la operatividad de estas reuniones, la falta de ideas y objetivos de nuestro Gobierno, unido a su ausencia de liderazgo, no contribuye a revertir la tendencia, lo cual afecta gravemente a nuestros intereses.

Rodríguez Zapatero se presentó en sociedad (internacional) con la vergonzosa retirada de las tropas desplegadas en Iraq, la invitación desde Túnez a otros Estados para que siguieran sus pasos y la presentación de la Alianza de las Civilizaciones, de la mano de Turquía y siguiendo la estela dejada por el Diálogo de Civilizaciones iraní. El tiempo trascurrido no ha hecho más que demostrar la inoperatividad e irrelevancia de tal iniciativa. Seguimos sin saber qué es una civilización, ni cómo se pueden forjar alianzas entre ellas. No parece que el problema de la seguridad internacional resida en una falta de foros para el diálogo, sino en los términos en que se quiere establecer. España se ha brindado a ser una herramienta para la legitimación de posturas radicales o fundamentalistas renunciando, como en América Latina, a defender los valores democráticos. El relativismo y la mala conciencia occidental se han puesto al servicio de aquellos estados u organizaciones que cuestionan la legitimidad de un orden internacional fundamentado en el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento de unos valores universales.

Otros elementos que han influido en la irrelevancia de la Alianza de Civilizaciones han sido la evolución de la política turca, en una línea cada vez más islamista, y la deriva de la crisis iraní. La vía diplomática para poner fin al programa nuclear de Teherán ha fracasado. Las autoridades iraníes se han burlado descaradamente de todos aquellos que se han esforzado por buscar un diálogo estratégico, por ingenuidad o por voluntaria ceguera. La crisis del régimen de no proliferación es una realidad, y España no sólo no ha hecho nada para evitarlo, sino que, en otro ejercicio de irresponsabilidad, ha dado cobertura a quienes debía contener.

La cuestión islamista está sobre la mesa, en Oriente Medio y en Europa. El fracaso de los distintos modelos de integración de la población musulmana queda reflejado en las elecciones, consultas y encuestas. Cuando en torno a la mitad de la población en países de referencia rechaza la edificación de minaretes y en torno al 40% la construcción de nuevas mezquitas, el discurso pacificador y entreguista de la Alianza de las Civilizaciones está fuera de lugar.

El año comenzó con la operación Plomo Fundido, la entrada de fuerzas israelíes en Gaza para reducir la capacidad operativa de las milicias islamistas de Hamás. El Gobierno español fue fiel a sí mismo y, de la misma forma que previamente había apoyado a Hizbolá ante la invasión israelí del sur del Líbano, denunció el comportamiento de Israel en la Franja. El problema no era que Hamás hubiera quebrado la Autoridad Palestina, provocado una guerra civil que costó la vida a cientos de palestinos, negado el derecho a existir del Estado de Israel, practicado el terrorismo contra propios y ajenos y recibido el apoyo de Hizbolá y la Guardia Revolucionaria iraní. No. El problema que había que denunciar era el de la entrada de Israel en la Franja para, haciendo uso del derecho de legítima defensa, perseguir a los terroristas, en una campaña militar que pasará a la Historia por los esfuerzos realizados para causar el menor daño posible a la población civil.

Como ocurrió durante la invasión del sur del Líbano, la diplomacia española, fiel a la mejor tradición franquista, se alineó junto a los árabes. El precio de semejante parcialidad fue, una vez más, la irrelevancia, sobre todo si se tiene en cuenta que las grandes potencias europeas se manifestaron comprensivas con la acción israelí y muy críticas con el papel desempeñado por Hamás.

En Oriente Medio, como en Latinoamérica o en las relaciones trasatlánticas, la política exterior de Rodríguez Zapatero ha alejado a España del núcleo central de la política europea.

El Magreb es, desde hace siglos, un área especialmente sensible para los intereses españoles. Rodríguez Zapatero ha abundado en el giro promarroquí iniciado por González, fundamentado en una conciencia de debilidad frente a Rabat y en la idea de que cediendo en la cuestión saharahui se podrá lograr un mejor entendimiento en temas tan delicados como la emigración ilegal, el narcotráfico o el terrorismo islamista. El sacrificio de la antigua colonia facilitaría una mejor relación con Francia y crearía una atmósfera apropiada para gestionar el futuro de Ceuta y Melilla.

Aminatu Haidar.El año 2009 ha concluido con el caso Haidar, un incidente diplomático que ha puesto en evidencia tanto la incompetencia de ambas diplomacias como, sobre todo, el fracaso de la estrategia de apaciguamiento ensayada por los socialistas. Las concesiones no llevaron a un aumento de la confianza sino del desprecio. Las declaraciones amenazantes del ministro de Asuntos Exteriores marroquí, impropias de un dirigente de un país amigo y del todo inaceptables por un Estado soberano, fueron la prueba de un fracaso anunciado con antelación por muchos analistas. Desconocemos todavía el alcance de las concesiones realizadas por el Gobierno español para que Rabat aceptara la entrada de la activista saharaui, pero no hay duda de que, frente a lo ocurrido durante la crisis del islote de Perejil, la iniciativa ha corrido a cargo de Mohamed VI, y el respaldo de Estados Unidos a España ha sido a todas luces mucho menor. Rodríguez Zapatero sacrificó las relaciones con Argelia a fin de fortalecer la más prioritaria con Marruecos pero al final no las tiene buenas con ninguno de los dos países norteafricanos.

Los secuestros de que han sido víctimas ciudadanos españoles en aguas de Somalia y en las arenas de Mauritania, aun siendo de naturaleza distinta –pitaretía y yihadismo–, presentan unos rasgos comunes que dicen mucho de la actual política exterior española. El secuestro de los marineros del Playa de Bakio produjo un gran impacto y, luego, una gran polémica, por la fácil disposición del Gobierno a resolver un grave delito internacional cediendo al chantaje planteado por los secesutradores. Aun así, era la primera vez y se concedió al Gobierno cierto margen. Ahora bien, desde distintas posiciones se le exigió que adoptara medidas para que no volviera a suceder algo parecido volviera a ocurrir.

La inacción del Gobierno, sumada a su rechazo al uso de la fuerza y a su pública disposición a pagar cuantos rescates se le exigieran, hizo que el secuestro del buque Alakrana se convirtiera en una pesadilla para Rodríguez Zapatero y los ministerios implicados en el caso. Hubo que pagar por segunda vez, y al final el Gobierno se plegó a presiones internas y aprobó la incorporación de hombres armados a las tripulaciones de los buques. El Gobierno acababa reconociendo, por la vía de los hechos, que en ningún momento había tenido una idea práctica para garantizar la seguridad de nuestros barcos, sólo un estéril talante pacifista. El mismo que se ha mostrado a los terroristas de Al Qaeda, tras años de denunciar que el terrorismo islamista era la consecuencia de las políticas seguidas por Estados Unidos y de afirmar que el no intervencionismo garantizaría nuestra seguridad.

Los viejos discursos han quedado arrumbados, y desde el Ministerio del Interior se ha optado por una estrategia preventiva, por preterir el trabajo de los investigadores en beneficio de la acción, para cortar de raíz la formación de células yihadistas.

Ni la sociedad ni el Estado están preparados para asumir la amenaza islamista. Los españoles viajan por zonas de alto riesgo sin adoptar medidas de seguridad, y los servicios diplomáticos y de inteligencia, así como las Fuerzas Armadas, carecen de la preparación necesaria para coordinarse con sus iguales de otros países en pro de la localización y el apresamiento de los terroristas. No hay voluntad de ir a por ellos porque el rechazo al uso de la fuerza, el relativismo y la conciencia de debilidad han minado nuestras instituciones.

En definitiva: 2009 ha sido un año de continuidad en nuestra política exterior. Si algo ha tenido de original es que ha servido de marco para un relativo despertar de la opinión pública, que contempla con cierta estupefacción las consecuencias de una acción exterior que ha venido contado hasta la fecha con el beneplácito de importantes capas de la sociedad española.
0
comentarios