Hasta hace poco, hubiera jurado que había una lápida con mi nombre. Pero como hoy ni siquiera veo mi lápida, ya no sé qué pensar. Cuando pasé por Tablada, a despuntar una partida de dominó con mis amigos muertos, no vi ninguna tumba con mi nombre.
Aparentemente, la semana pasada robaron lápidas de este cementerio. Puede que entre ellas se hayan llevado la mía, y efectivamente yo esté igual de muerto que mis compañeros del dominó, cuyos nombres aún refulgen bajo la luna.
Esto tal vez haya sido únicamente un robo. Pero, en cualquier caso, la profanación de tumbas judías siempre me pareció una de las actividades definitorias de nuestros enemigos. Trataba de imaginarme a los nazis argentinos reuniéndose en sus catacumbas, decidiendo romper o pintarrajear tumbas judías. ¿Lo decidirían por votación? ¿Se esmerarían para que les tocara en suerte poder profanar una tumba? ¿Volverían del cementerio judío y le contarían orgullosos a sus hijos: hoy escupí a un muerto? ¿ Se vanagloriarían frente a una mujer, oliendo a cadáver: ¡no sabés, hoy insulté a un muerto!?
El Reich de Hitler anunció una duración de 1.000 años, y no llegó a 13. Seis años duró su guerra. Todavía están enojados con los judíos, a quienes quisieron destruir, que han durado mucho más de cinco mil años. Pero no hablo de los muertos judíos, a quienes vanamente, con un temperamento infantil y ambiciones monstruosas, pretenden ensuciar. Hablo de los judíos vivos: llevamos más de cinco mil años de existencia, amando la vida. Incluso los sobrevivientes de la Shoá tuvieron hijos, nietos y bisnietos. Y los propios sobrevivientes, y sus hijos y bisnietos, crearon el primer Estado judío en 2.000 años. Y los nazis, que se propusieron durar mil años y no duraron 13, a lo máximo que pueden aspirar es a profanar tumbas. Es un destino triste.
No me gustaría dedicar mis noches a enredarme con muertos. Cuando yo estaba vivo, al menos cuando estaba seguro de que estaba vivo, no venía nunca al cementerio. Mis padres murieron en la Shoá, y mis ex esposas me rogaron que al menos en el Otro Mundo las dejara en paz. No me gustan los cementerios. Ni siquiera ahora, que no sé si estoy vivo. Vengo a ver a los amigos, pero no me quedo. Visito Venecia, París, paso mucho tiempo en Israel. Realmente, si me dieran a elegir: ser un judío al que le roban la tumba o ser un nazi que profana tumbas, seguiría eligiendo ser judío. Tal vez eso es lo que más desespera a los nazis, y lo que los lleva a profanar tumbas judías: que los judíos eligen seguir siendo judíos, pese a todo. Se desesperan, los nazis. Mucho más ahora que, como existe Israel, ya no les resulta tan fácil matar niñas, ancianos, mujeres, judíos desarmados.
Entonces, como no pudieron detener la continuidad judía ni con la Shoá, ni lograron destruir el renacimiento judío en Israel, en un acto de impotencia infantil, atacan a los muertos. Como si pudieran librar un combate en el más allá. Pero no... este combate también lo pierden. Las tumbas se cambian, los nombres se vuelven a inscribir. Pero el olor de la muerte en los huesos para el profanador que ataca a un muerto, esa podredumbre que lo persigue a la cama, que le impide acariciar a un hijo, que lo puebla de un olor pestilente cuando intenta acercarse a una mujer... eso no se puede borrar ni cambiar.
Debe de ser muy molesto para un nazi, ver cómo los judíos prosperan, y continúan su existencia milenaria, en las diásporas, en la única democracia de Medio Oriente; mientras el destino nazi, aquel destino que el arquitecto Speer había imaginado resplandeciente de edificios cuadrados, ese destino que hubiera librado a Goebbels de su renguera, y hecho relucir a Hitler alto y rubio..., se limita ahora a la profanación de tumbas judías. Qué infelices. ¿Qué hiciste hoy, papá? No sabés, le rompí la tumba a un Moishe... ja, ja. Es un cuento de Bustos Domecq.
Es verdad que a los nazis siempre les ha gustado la muerte. Viven para ella, y mueren por cualquier estupidez. Pero sus herederos han desarrollado más la veta patética que el poder destructivo. Hamas, por ejemplo, que les promete a sus bombas humanas que si explotan en un colectivo o una pizzería israelí conseguirán 72 huríes en el paraíso. Que el muchacho que se vuela en pedazos, con la bendición de su padre y su madre, se crea que su cuerpo se reunirá en el Paraíso y que recauchutado tendrá acceso a 72 vírgenes... en fin, no me parece un avance resonante en la mitología nazi. ¿Qué tienen en la cabeza? Muchos de ellos son universitarios, de clase media; incluso los hay que son mujeres. Sus líderes son millonarios. ¿Por qué se les ocurren esas cosas?
Y los que profanan tumbas aquí, en un país como Argentina, que es tan dulce... ¿Por qué no estudian? ¿Por qué no escuchan un disco? O salen a caminar. ¿Qué los impulsa a vivir en el cementerio? Lo de ellos tal vez sea peor que no saber si se está vivo: ni siquiera saben qué es estar vivo. Y por eso merodean los cementerios, intentan buscarle pelea a un muerto. Obligan a todos los suyos a vivir en la inmundicia.
Es cierto: es doloroso y molesto que profanen las tumbas de nuestros parientes. También es molesto y doloroso que las roben. Y posiblemente haya que redoblar la seguridad en Tablada, ya que nuestros enemigos son escatológicos. Pero no somos víctimas. Hemos perdurado, sobrevivido y prosperado. Los enemigos que atacaron a Israel en las historias que narra la Torá sólo son conocidos porque se les nombra en la Torá; mientras que Israel es el nombre del nuevo país de los judíos. Y nuestros actuales enemigos, o prometen 72 vírgenes en el Paraíso a sus suicidas-homicidas, o profanan tumbas.
Nosotros festejamos 5770 años ininterrumpidos de vida. Todo parece indicar que, igual que los filisteos, los profanadores de tumbas desaparecerán de la faz de la Tierra, y ni siquiera tendrán el consuelo de figurar en nuestro Libro.
Aparentemente, la semana pasada robaron lápidas de este cementerio. Puede que entre ellas se hayan llevado la mía, y efectivamente yo esté igual de muerto que mis compañeros del dominó, cuyos nombres aún refulgen bajo la luna.
Esto tal vez haya sido únicamente un robo. Pero, en cualquier caso, la profanación de tumbas judías siempre me pareció una de las actividades definitorias de nuestros enemigos. Trataba de imaginarme a los nazis argentinos reuniéndose en sus catacumbas, decidiendo romper o pintarrajear tumbas judías. ¿Lo decidirían por votación? ¿Se esmerarían para que les tocara en suerte poder profanar una tumba? ¿Volverían del cementerio judío y le contarían orgullosos a sus hijos: hoy escupí a un muerto? ¿ Se vanagloriarían frente a una mujer, oliendo a cadáver: ¡no sabés, hoy insulté a un muerto!?
El Reich de Hitler anunció una duración de 1.000 años, y no llegó a 13. Seis años duró su guerra. Todavía están enojados con los judíos, a quienes quisieron destruir, que han durado mucho más de cinco mil años. Pero no hablo de los muertos judíos, a quienes vanamente, con un temperamento infantil y ambiciones monstruosas, pretenden ensuciar. Hablo de los judíos vivos: llevamos más de cinco mil años de existencia, amando la vida. Incluso los sobrevivientes de la Shoá tuvieron hijos, nietos y bisnietos. Y los propios sobrevivientes, y sus hijos y bisnietos, crearon el primer Estado judío en 2.000 años. Y los nazis, que se propusieron durar mil años y no duraron 13, a lo máximo que pueden aspirar es a profanar tumbas. Es un destino triste.
No me gustaría dedicar mis noches a enredarme con muertos. Cuando yo estaba vivo, al menos cuando estaba seguro de que estaba vivo, no venía nunca al cementerio. Mis padres murieron en la Shoá, y mis ex esposas me rogaron que al menos en el Otro Mundo las dejara en paz. No me gustan los cementerios. Ni siquiera ahora, que no sé si estoy vivo. Vengo a ver a los amigos, pero no me quedo. Visito Venecia, París, paso mucho tiempo en Israel. Realmente, si me dieran a elegir: ser un judío al que le roban la tumba o ser un nazi que profana tumbas, seguiría eligiendo ser judío. Tal vez eso es lo que más desespera a los nazis, y lo que los lleva a profanar tumbas judías: que los judíos eligen seguir siendo judíos, pese a todo. Se desesperan, los nazis. Mucho más ahora que, como existe Israel, ya no les resulta tan fácil matar niñas, ancianos, mujeres, judíos desarmados.
Entonces, como no pudieron detener la continuidad judía ni con la Shoá, ni lograron destruir el renacimiento judío en Israel, en un acto de impotencia infantil, atacan a los muertos. Como si pudieran librar un combate en el más allá. Pero no... este combate también lo pierden. Las tumbas se cambian, los nombres se vuelven a inscribir. Pero el olor de la muerte en los huesos para el profanador que ataca a un muerto, esa podredumbre que lo persigue a la cama, que le impide acariciar a un hijo, que lo puebla de un olor pestilente cuando intenta acercarse a una mujer... eso no se puede borrar ni cambiar.
Debe de ser muy molesto para un nazi, ver cómo los judíos prosperan, y continúan su existencia milenaria, en las diásporas, en la única democracia de Medio Oriente; mientras el destino nazi, aquel destino que el arquitecto Speer había imaginado resplandeciente de edificios cuadrados, ese destino que hubiera librado a Goebbels de su renguera, y hecho relucir a Hitler alto y rubio..., se limita ahora a la profanación de tumbas judías. Qué infelices. ¿Qué hiciste hoy, papá? No sabés, le rompí la tumba a un Moishe... ja, ja. Es un cuento de Bustos Domecq.
Es verdad que a los nazis siempre les ha gustado la muerte. Viven para ella, y mueren por cualquier estupidez. Pero sus herederos han desarrollado más la veta patética que el poder destructivo. Hamas, por ejemplo, que les promete a sus bombas humanas que si explotan en un colectivo o una pizzería israelí conseguirán 72 huríes en el paraíso. Que el muchacho que se vuela en pedazos, con la bendición de su padre y su madre, se crea que su cuerpo se reunirá en el Paraíso y que recauchutado tendrá acceso a 72 vírgenes... en fin, no me parece un avance resonante en la mitología nazi. ¿Qué tienen en la cabeza? Muchos de ellos son universitarios, de clase media; incluso los hay que son mujeres. Sus líderes son millonarios. ¿Por qué se les ocurren esas cosas?
Y los que profanan tumbas aquí, en un país como Argentina, que es tan dulce... ¿Por qué no estudian? ¿Por qué no escuchan un disco? O salen a caminar. ¿Qué los impulsa a vivir en el cementerio? Lo de ellos tal vez sea peor que no saber si se está vivo: ni siquiera saben qué es estar vivo. Y por eso merodean los cementerios, intentan buscarle pelea a un muerto. Obligan a todos los suyos a vivir en la inmundicia.
Es cierto: es doloroso y molesto que profanen las tumbas de nuestros parientes. También es molesto y doloroso que las roben. Y posiblemente haya que redoblar la seguridad en Tablada, ya que nuestros enemigos son escatológicos. Pero no somos víctimas. Hemos perdurado, sobrevivido y prosperado. Los enemigos que atacaron a Israel en las historias que narra la Torá sólo son conocidos porque se les nombra en la Torá; mientras que Israel es el nombre del nuevo país de los judíos. Y nuestros actuales enemigos, o prometen 72 vírgenes en el Paraíso a sus suicidas-homicidas, o profanan tumbas.
Nosotros festejamos 5770 años ininterrumpidos de vida. Todo parece indicar que, igual que los filisteos, los profanadores de tumbas desaparecerán de la faz de la Tierra, y ni siquiera tendrán el consuelo de figurar en nuestro Libro.