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CRÓNICA NEGRA

El autobús de los horrores

El vehículo, grande, confortable, dicen que venía de un instituto, pero no puede ser verdad, porque venía cargado de bestezuelas. Dos cervatillos asustados, jóvenes de 12 o 13 años, hembras acosadas por pequeños jabalíes que no estudian en instituto alguno, porque no hay instituto que matricule bestias. Y otros dulces animalillos, chicos asustados, incapaces de defenderse de la partida de asilvestrados, que les redujo y acoquinó.

El vehículo, grande, confortable, dicen que venía de un instituto, pero no puede ser verdad, porque venía cargado de bestezuelas. Dos cervatillos asustados, jóvenes de 12 o 13 años, hembras acosadas por pequeños jabalíes que no estudian en instituto alguno, porque no hay instituto que matricule bestias. Y otros dulces animalillos, chicos asustados, incapaces de defenderse de la partida de asilvestrados, que les redujo y acoquinó.
Los del diente retorcido, como en la Rebelión en la Granja de Orwell, tenían la desenvoltura de un cerdo, y fueron capaces de acallar la disidencia o las posturas enfrentadas. Luego sujetaron por los pies y las muñecas a las niñas para sobarlas en sus partes, turnarse en el escarnio, perpetrar una agresión sexual masiva en el interior del autobús que cubre el trayecto Villalbilla-Loeches.

Las chicas eran compañeras de instituto de los agresores, y sin embargo estos no tuvieron empacho en agruparse contra ellas. Las bestezuelas rebeldes siguieron un rito de crecimiento, quizá consistente en demostrar que a machos no hay quien les gane: ejercieron el poder de los cobardes y mostraron la determinación de los mafiosos. Son niños sin educación ni ejemplo, sin respeto ni amistad, capaces de tratar a sus amigas como objetos sexuales, quebrando su libertad y produciéndoles vergüenza y dolor.

No era un autobús escolar, aunque viniera de un instituto, que no puede ser un instituto chicos sin debastar, pandilleros desatados a los que no les importa exhibir los peores instintos delante todos, provocando bochorno y el horror, como si fueran hienas.

Se echa una culpa muy grande de lo que pasó al chófer. Esto es muy injusto y señal de que se desconoce lo que es conducir un autobús cargado de rebeldes sin causa, menores infractores y aprendices de violador. Bastante tenía el buen señor con conducirlos sanos y salvos por el río de la circulación.

Quien suscribe solía trabajar a bordo de uno de esos artefactos, que surcan las autopistas como los barcos de rueda el Mississippi. Iba también lleno de bestezuelas, que pastaban en un colegio de curas, donde, por cierto, daban de merendar todas las tardes una jícara de chocolate y un bollo de pan.

Yo no era más que un estudiante hambriento, al que la crueldad de la infancia sometía a palmas, canciones y rechiflas. Había travesías que lograba pactar con aquellos cabroncetes y les dejaba alborotar y meter ruido si no se pasaban tres pueblos. Otras veces tenía que poner orden, muy a mi pesar, porque para eso alquilaba mi fuerza de trabajo: yo vigilaba, mientras el chófer conducía. Los dos teníamos suficiente. El que quiera probarlo, que se ponga al volante.

Ahora que Tráfico da la paliza con el no distraerse mientras se conduce, conviene que todo el mundo sepa que es totalmente imposible llevar uno de esos monstruos del asfalto y, a la vez, sofocar un motín de chiquillos. Para eso iba yo, estudiante desnutrido, hambriento y esforzado. Y la mayoría de los días aquellos niños, egoístas y malvados, evitaban darme una ración de pan y chocolate, porque eran unos jodidos graciosos muy crueles. Allí estaba yo, mirándolos cómo se chupaban los dedos, con el estómago lleno, y, mientras me sonaban las tripas, pensando en el día en que escribiría sobre un puñado de adolescentes desatados, en la sociedad sin valores, que no saben leer ni escribir, analfabetos funcionales incapaces de reconocer en las hembras a animales de su propia especie. Peor que salvajes, después de su bachillerato blandito. Y un ministro se prepara para obligarles a seguir en el colegio hasta los 18; sin aprender nada, como hasta ahora.

Si los alumnos de bachillerato atacan la libertad sexual de sus compañeras, ¿qué espera la sociedad de un maltratador, o de los violadores? ¿Cuáles son los valores que difunde el que manda? Una banda de crimen organizado es menos feroz que un grupo de estudiantes de segunda enseñanza. Ellos no maltratan así a sus chicas. Digan lo que digan, el mal está en la educación.
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