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¿FUE EL 11-M UN ÓRDAGO LANZADO A LA CARA DE ZAPATERO?

El nuevo Pacto de Estella

Hace más de un año, Jaime Mayor Oreja, quizá el único político español que jamás se ha equivocado en lo que a ETA se refiere, avisaba de que el escenario se iba aproximando cada vez más al de un nuevo Pacto de Estella (...) La realidad demuestra que estamos, en efecto, ante una reedición del Pacto de Estella. La pregunta fundamental es: ¿por qué se ha producido ese pacto?

Hace más de un año, Jaime Mayor Oreja, quizá el único político español que jamás se ha equivocado en lo que a ETA se refiere, avisaba de que el escenario se iba aproximando cada vez más al de un nuevo Pacto de Estella (...) La realidad demuestra que estamos, en efecto, ante una reedición del Pacto de Estella. La pregunta fundamental es: ¿por qué se ha producido ese pacto?
Todo el mundo considera que el asesinato de Miguel Ángel Blanco fue un enorme error por parte de ETA, error que hizo que surgieran los movimientos cívicos de resistencia al terrorismo. Nada más lejos de la realidad: aquel vil asesinato no fue ningún error, sino un inteligente movimiento estratégico. Los dirigentes de ETA son unos miserables asesinos, pero conocen bien a la sociedad española y saben explotar las debilidades de su clase política. Especialmente su falta de constancia y sus querellas intestinas.
 
El asesinato de Miguel Ángel Blanco hizo, en efecto, que la sociedad reaccionara y plantara cara, por primera vez, a la banda etarra. Como consecuencia, ETA comenzó a sufrir un acoso social como nunca antes había experimentado, lo que la situó en trance de desaparición. Entonces, el PNV acudió al rescate y se abrazó a ETA para salvarla de morir ahogada. El resultado fue la declaración de una tregua y la firma del Pacto de Estella, que certificó la adopción de objetivos y tiempos comunes entre el nacionalismo asesino y el mal llamado nacionalismo moderado.
 
El asesinato de Miguel Ángel Blanco no fue un error, sino un órdago lanzado a la cara del PNV. Y el PNV acudió al rescate de ETA porque sabía que la desaparición de ETA comportaba su propia desaparición a medio plazo. ETA era consciente de que se produciría una reacción social en su contra, pero también contaba con que la clase política española no sería capaz de mantener viva esa reacción y con que el PNV terminaría por tenderle la mano salvadora.
 
A medida que vamos viendo la evolución de los acontecimientos desde los atentados del 11 de Marzo, con un PSOE embarcado en un pacto con ETA que no estaba en su programa electoral; a medida que el análisis de los datos del sumario nos muestra cómo se han falsificado datos para apuntalar la tesis de la autoría islamista y cómo se han obviado todas las pistas que condujeran hacia ETA, no podemos evitar hacernos la pregunta: ¿fue el 11-M un órdago lanzado a la cara de Zapatero?
 
Lo malo de esa pregunta es que resulta enormemente pertinente. Enfrentado a una masacre de ETA (con o sin colaboración de otras instancias), ¿cómo reaccionaría el PSOE aquel 11 de marzo? ¿Se encogería de hombros y daría por perdido el poder para muchas legislaturas, en las que los españoles veríamos sucesivamente la desaparición de ETA y la de los partidos nacionalistas en los que el PSOE había comenzado a apoyarse? ¿O aceptaría el órdago y tendería la mano salvadora a ETA, aferrándose a la única posible solución: un golpe de estado mediático que expulsara al PP del poder y que permitiera al PSOE intentar un final dialogado de la violencia?
 
Dicho de otro modo: el rosario de mentiras y cortinas de humo que inunda el sumario del 11-M, ¿estaba preparado de antemano, o fue improvisado sobre la marcha para responder al órdago de ETA?
 
Lo chapucero de muchas de las pruebas falsas, las inmensas contradicciones y lagunas de la versión oficial del 11-M apuntan a que hubo una gran dosis de improvisación en aquellos tres días de marzo. ¿Movilizó el PSOE a sus terminales en las fuerzas de seguridad para construir a toda prisa una tesis islamista y tapar, al precio que fuera, una posible participación de la banda terrorista ETA en la masacre? Situado entre la espada y la pared, ¿decidió Zapatero ligar su suerte a la de ETA? Es una de las hipótesis que se barajan. No es la única, ni tampoco la más inquietante, pero permite explicar a la perfección por qué estamos inmersos en una nueva edición de los Pactos de Estella.
 
Enigmas paralelos
 
Ni en sus sueños más delirantes podría haber imaginado el curso de los acontecimientos ninguna de las personas que dieron su voto a Zapatero el 14-M. Yo no fui una de esas personas, pero creo que todos intuimos con bastante claridad qué fue lo que movió a mucha gente a votar de buena fe por el Partido Socialista aquel 14 de marzo: la convicción de que el Gobierno del PP se había equivocado en su política exterior, apoyando una intervención que buena parte de la opinión pública consideraba injusta; la convicción de que esa política exterior nos había situado en el punto de mira del terrorismo islámico; la convicción de que habíamos sido golpeados salvajemente por ese terrorismo islámico; la percepción de que el Gobierno del PP había tratado arrogantemente de capitalizar primero el atentado y engañar después a la opinión pública; y el miedo a que pudiéramos volver a ser golpeados.
 
En consecuencia, votaron a una alternativa que creían que representaba lo contrario de aquello que desaprobaban: un Gobierno que cesara en el apoyo a Estados Unidos, alejando así la amenaza de nosotros, y que no cayera en la arrogancia ni en la mentira.
 
Realmente, Zapatero lo tenía muy sencillo para haber satisfecho las expectativas de quienes le votaron el 14 de marzo. Le bastaba con variar diplomáticamente la política exterior sin necesidad de ningún desplante; por ejemplo, pactando discretamente con Estados Unidos una salida consensuada de Irak. Le bastaba con haber realizado una serie controlada de concesiones puntuales a sus socios nacionalistas, para garantizarse su apoyo, mezclada con gestos simbólicos de mano tendida hacia una oposición absolutamente desarbolada, gestos simbólicos que le hubieran consolidado ante la opinión pública como un presidente de "talante", adueñándose así del voto moderado. Resulta curioso que los mismos que recomiendan al PP las virtudes de la moderación eviten señalar lo incomprensible que resulta que el PSOE no haya practicado esa misma moderación, que le hubiera sido enormemente más rentable desde el punto de vista electoral.
 
Zapatero tenía todas las cartas en su mano para asegurar una hegemonía del PSOE durante tres legislaturas, el tiempo que hubiera requerido el PP para recomponerse tras el varapalo. Y, sin embargo, renunció a jugar esas cartas.
 
Que Zapatero optara en Irak por una retirada ostentosa e inmediata, en lugar de pactada y prudente, puede explicarse por su escaso sentido de la diplomacia y de las relaciones internacionales. Que Zapatero decidiera prescindir de los gestos de mano tendida hacia la oposición, aunque fueran simbólicos, puede ser explicable por su arrogancia o su sectarismo. Pero para lo que no existe explicación ninguna desde la perspectiva de un votante del 14-M es para el frenesí de claudicación ante el nacionalismo catalán, primero, y ante ETA, después. Nada de eso estaba en el guión ni era necesario.
 
La gente no votó el 14 de marzo para que se iniciara un proceso de desintegración nacional, ni para que se concedieran a ETA todas y cada una de sus reivindicaciones, desde la salida de presos hasta la anexión de Navarra. En consecuencia, si eso no estaba en el guión y si Zapatero tenía otras opciones más rentables electoralmente, ¿por qué opta Zapatero por iniciar ese camino? Esa es la pregunta que cada vez más gente se hace.
 
¿Qué razón puede haber tan poderosa para que todo un Partido Socialista Obrero Español inicie un camino de depuración interna en sus filas (Gotzone Mora, Rosa Díez, Francisco Vázquez, José Bono, Juan Carlos Rodríguez Ibarra), apoye un Estatuto catalán claramente favorecedor de la casta político-financiera que gobierna Cataluña o acepte todas y cada una de las condiciones impuestas por sus socios nacionalistas y por una banda terrorista, negándose incluso a interrumpir el diálogo después de que los terroristas pongan dos muertos en la mesa de la negociación?
 
Todo eso era innecesario... a menos que existan factores que la opinión pública desconocía aquel 14 de marzo. Factores que justifican cosas inasumibles desde una óptica socialista, como expulsar de la vida pública al sector españolista de su propio partido, como garantizar que reciban más financiación las regiones más ricas o como aceptar la primacía de los derechos étnicos sobre los derechos individuales.
 
Quienes pretendían enterrar el 11-M bajo un manto de olvido y silencio están sorprendidos de que las dudas en la sociedad crezcan a un ritmo acelerado. Pues no sé de qué se sorprenden. Es precisamente lo inexplicable de la actuación del Gobierno lo que induce a la gente a buscar explicaciones. Y, al echar la vista atrás, lo que ven en el origen de esa serie de decisiones incomprensibles es una sola imagen: la de unos trenes reventados. Una imagen que el Gobierno se niega a aclarar después de tres años. Igual que tampoco nos aclara cuál es la poderosa razón que existe para destruir un sistema de convivencia que nadie, salvo ETA, estaba poniendo en cuestión.
 
Lo que temen aquellos votantes del 14-M es que el silencio del Gobierno signifique que esos dos enigmas están relacionados.
 
A paso de carga
 
Si Zapatero y el PSOE son prisioneros de ETA desde el mismo 11 de Marzo, todo lo que ha sucedido en España en estos últimos tres años resulta comprensible... y previsible. Zapatero no podía hacer nada para actuar de forma distinta a como lo ha hecho. Como no puede hacer nada en el futuro para evitar actuar como va a tener que hacerlo.
 
Si partimos de esa hipótesis del chantaje, era previsible que Zapatero se negara sistemáticamente a condenar los atentados de ETA. Era previsible que se permitiera a Batasuna volver a las instituciones, reencarnada en un PCTV que no oculta su condición de franquicia. Era previsible que fuera el mismo Zapatero quien hiciera lo posible para desbloquear un Estatuto catalán que ha de actuar como preludio del vasco, y que las chiquilladas de los maragalles, los carods y los mases estaban haciendo peligrar. Era previsible que Zapatero doblara la mano a su propio partido, para que hasta Alfonso Guerra avalara con su voto ese estatuto de semiindependencia para Cataluña.
 
Era previsible que se movilizaran todos los recursos financieros y de presión para desactivar cualquier oposición en los medios y, especialmente, en aquellos que más predicamento puedan tener entre los lectores, los oyentes y los espectadores de la derecha. Era previsible que se recurriera a cualquier cosa para evitar que la investigación del 11-M se saliera del guión. Era previsible que se utilizara cualquier procedimiento, por abyecto que fuese, para dividir, silenciar o marginar a las víctimas del terrorismo. Era previsible que se redoblara la presión sobre jueces, fiscales e instituciones penitenciarias, para ir allanando el camino a las medidas que tienen que venir. Era previsible que Zapatero tratara de vendernos la tregua de ETA como un luminoso sendero hacia la paz. Era previsible que Zapatero no pudiera romper las negociaciones con los asesinos ni siquiera después de que volvieran a asesinar...
 
Juan José Ibarretxe.Zapatero no tiene otra salida, y eso es lo que lo hace previsible: todas y cada una de las condiciones de ETA han sido aceptadas. El brazo político de los asesinos volverá a las instituciones, esta vez de manera abierta; veremos incluso una coalición electoral entre ese brazo político y aquellos miembros del PSE que no sean depurados por el camino.
 
El País Vasco tendrá un estatuto mucho más ambicioso que el rechazado Plan Ibarreche, un estatuto que le garantice un Estado dentro del Estado, lo que tiene –como en Cataluña– todas las ventajas de la independencia y ninguna de sus desventajas, ya que será el resto de España el que pague las facturas. Las competencias penitenciarias serán transferidas al Gobierno vasco, lo que garantiza la salida escalonada de los presos, independientemente de los delitos que tengan en su haber. El acoso a las víctimas continuará, para tratar de neutralizar cualquier oposición a esas medidas. La depuración interna en las filas del PSOE dará cuenta de cualquier discrepante que se atreva a levantar la voz. Y Navarra quedará, primero, como entidad subordinada a un órgano de coordinación con el País Vasco, y luego como una parte más de una Euskalherría que nunca existió, pero que Zapatero se encargará de crear. Así se lo mandan los pactos con ETA a Zapatero, y así se hará.
 
Durante estos tres años hemos podido ver en los medios de comunicación a todo tipo de comentaristas retirando paso a paso esas líneas rojas que creían que no se podrían traspasar. A los mismos que te espetaban un: "¡Cómo va a aceptar Zapatero que se defina Cataluña como nación!" no les quedaba más remedio unos meses después que recurrir al: "¡Hombre! El partido no le va a permitir a Zapatero que se apruebe un Estatuto inconstitucional". A los mismos que afirmaban con rotundidad que conocían los nombres de los cuarenta diputados del PSOE que se negarían a avalar con su firma la desintegración de España no les quedaba más salida, al cabo de unas semanas, que tratar de tapar el debate sobre el Estatuto con la "buena nueva" de la falsa tregua de ETA. A los mismos que anunciaban a bombo y platillo que ETA había decidido convertirse en una ONG no les quedaban más narices, anteayer, que quitar hierro a las evidencias de que ETA continúa aprovisionándose y discutir la corrección de los matasellos de las cartas de extorsión a empresarios. Pasito a pasito, pero retrocediendo siempre en la dirección que fue marcada el 11-M. Incluso después del atentado de Barajas, sigue habiendo analistas que justifican la actitud de claudicación total de Zapatero.
 
Entre los escombros
 
Sin embargo, algo ha cambiado en estos últimos meses. Si el atentado de Barajas no hubiera provocado víctimas, quizá el plan hubiera podido seguir adelante sin modificaciones. Pero los dos muertos les han cogido con el paso cambiado. Por supuesto que esperaban un atentado, pero no de esta magnitud, ni con víctimas mortales. ETA no buscaba tampoco esas víctimas, pero tampoco le preocupa que se hayan producido: sabe que es el PSOE quien va a tener que cargar con el coste de opinión pública de cualquier víctima que se produzca. Incluso, con una siniestra frialdad, los asesinos de ETA saben que esas víctimas acentúan la presión sobre un Zapatero que no tiene otra salida que huir hacia adelante.
 
Zapatero es consciente de que, abierta la veda de los muertos, ETA dispone aún de más poder de coacción sobre el Gobierno, poder que no dudará en utilizar con el fin de que éste respete el calendario de pagos. Pero, en el banco de la opinión pública, esos dos muertos han hecho que el índice de solvencia de Zapatero se reduzca hasta extremos alarmantes. ¿En manos de qué usureros tendrá que ponerse Zapatero para conseguir el crédito con el que pagar y del que ahora carece?
 
Zapatero.Preparémonos para lo peor. No habrá vuelta al Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo: ya lo anunció López-Garrido. Se cerrará de nuevo filas en un frente anti PP: ya lo sugirió Rubalcaba. Se continuará el proceso de cesiones a ETA-Batasuna: ya lo dejó traslucir Zapatero y lo está confirmando día a día el PSE. Y para compensar el coste que esa posición va a tener, la campaña contra el PP y contra los medios de comunicación independientes está siendo feroz.
 
Zapatero no va a detener su carrera hacia el abismo, y arrastrará con él a su partido. Y al propio régimen. Y la factura, como de costumbre, la pagaremos a escote entre todos los españoles.
 
A menos que la sociedad civil sea capaz de reaccionar y de decir de forma cívica y pacífica, pero firme y clara, que se acabó. Que se acabaron las mentiras. Que se acabaron las manipulaciones. Que se terminó lo de que la ley no se respete. Que ya no hay barra libre para ningún asesino. Que tenemos derecho a saber la verdad sobre todo lo que ha ocurrido en España desde las 7.37 del día 11 de marzo de 2004. Que el hecho de que en España haga falta un Partido Socialista fuerte no quiere decir que haga falta este Partido Socialista. Que los españoles no nos merecemos este presidente de Gobierno.
 
Y, sobre todo, que no estamos dispuestos a seguir siendo la carne de cañón dentro de un proceso "duro y difícil" que no busca conseguir la libertad, ni siquiera la paz, sino simplemente garantizar el poder a un individuo capaz de largarse a tomar las uvas rodeado de patos en Doñana mientras, entre los escombros de la T-4, los equipos de rescate seguían tratando de encontrar a los muertos.
 
 
Este texto forma parte de 11-M. GOLPE DE RÉGIMEN, el más reciente libro de LUIS DEL PINO. Editado por La Esfera, saldrá a la venta el próximo martes, 20 de febrero.
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