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PANORÁMICAS

El timo de la estampita capitalista

Hace poco Matt Damon, uno de los principales apoyos hollywoodienses de Obama, ha hecho público su desmarque y hasta su rechazo del presidente, porque, en su opinión, ha traicionado los ideales que lo llevaron al poder.


	Hace poco Matt Damon, uno de los principales apoyos hollywoodienses de Obama, ha hecho público su desmarque y hasta su rechazo del presidente, porque, en su opinión, ha traicionado los ideales que lo llevaron al poder.

Aunque Damon puso como ejemplo la política educativa de Obama, quizás haya sido más decisivo en su distanciamiento la experiencia del actor como narrador en Inside Job, Óscar al Mejor Documental este año, que trata de la crisis financiera.

Charles Ferguson, el autor de la cinta, aprovechó su discurso de agradecimiento en la ceremonia de la Academia de Hollywood para pedir que los responsables de la crisis de las finanzas mundiales, con epicentro en Wall Street, acaben en la cárcel. Aunque no especificaba, según su documental tendrían que ir a prisión unos cuantos académicos, varios políticos y numerosos financieros. Que en ocasiones, y esta es la clave acusatoria de Ferguson, son las mismas personas, implicadas en un corrupto y perverso tráfico de influencias y sobornos.

¿Exagera Ferguson? Los liberales llevan grabado en lo más hondo la indignación contra los que abusan del sistema de (libre) mercado, ese delicado equilibrio entre propiedad privada y libertad económica. El capitalismo se basa en el valor intangible de la confianza y en el mecanismo frágil de la competencia. Así que Ferguson no hace más que seguir la recomendación de Adam Smith en La riqueza de las naciones:

Rara vez suelen juntarse las gentes ocupadas en la misma profesión u oficio, aunque sólo sea para distraerse o divertirse, sin que la conversación gire en torno a alguna conspiración contra el público o alguna maquinación para elevar los precios. En rigor, es imposible impedir esas reuniones por medio de una ley viable, o que sea compatible con la libertad y la justicia. Pero si la ley no puede impedir que las gentes de la misma profesión se reúnan algunas veces, por lo menos no debe hacer nada para facilitarlas, y, mucho menos, para convertirlas en necesarias.

La crisis financiera de 2007-2010 no fue una crisis cualquiera. Fue la crisis perfecta. Un cúmulo de circunstancias se combinaron para dibujar un panorama parecido al apocalipsis financiero. En Fukushima, el meltdown se quedó en el aviso; en Wall Street se avisó... y final e igualmente sobrevino.

Entre las referidas circunstancias se cuentan las estructurales y las intencionales. Como explica Alberto Recarte, el sistema financiero es un oligopolio donde se libra una feroz competición por la supervivencia. Que esta lucha de todas las entidades bancarias contra todas no acabe en un desastre total es responsabilidad de las autoridades estatales, que son las garantes finales de los depósitos; pero, y aquí está a la vez la panacea y la pistola en la sien, las entidades financieras saben que el Estado nunca las dejará caer... si son lo suficientemente grandes. Así que a crecer y... sálvese el que pueda. Ya saben: si debe mil euros, tiene un problema; si debe un millón, el problema es del banco; si debe mil millones, entonces el problema es del Estado.

Obama, presuntamente un antisistema, se muestra en el documental como un mero continuista de las políticas de Reagan, Bush, Clinton y Bush Jr. Sobre todo cuando se repara en los protagonistas de la colusión de intereses entre el mundo finaciero de Wall Street, las autoridades gubernamentales encargadas de la regulación y las figuras académicas que teóricamente legitimaron un determinado modelo de falta de control y supervisión. Aquí van algunos de los nombres de los villanos (muchos han renunciado a intervenir en el documental: allá ellos): Alan Greenspan, Robert Rubin, Franklin Raines, Larry Summers, Glen Hubbard, Timothy Geithner, Henry Paulson; junto con compañías privadas y públicas como Moody's, Citibank, Freddie Mac, Fannie Mae, Merrill Lynch o AIG.

En este relato también hay héroes, los que advirtieron con conocimiento de causa sobre la gigantesca pirámide financiera, el impresionante timo de la estampita que se estaba produciendo: un conglomerado de apuestas económicas a favor de la desregulación total del sistema financiero, gigantescos salarios millonarios sin contrapartidas reales y crímenes financieros que se iban a saldar sin castigo: Michael Greenberger, Dominique Strauss Kahn, Eliot Spitzer, George Soros, Nouriel Roubini, Kenneth Rogoff y, sobre todo, la mujer que trató de regular los nuevos productos y servicios financieros, Brooksley Born, que dirigía la agencia reguladora de los mercados de derivados en la época de Clinton y que que fue masacrada por Summers y Greenspan; y Raghuram G. Rajan, el economista jefe del FMI, que fue el que primero alertó del tsunami que se estaba gestando y que también fue atacado sin piedad por... ¿adivinan? Exacto, por Summers y Greenspan, nuestra feliz pareja del mundo de los derivados financieros.

El sistema perverso basado en el riesgo moral fue denunciado por Rajan en una célebre reunión con las cabezas más prominentes de los mundos financiero, gubernamental y académico de los EEUU, a los que demostró que la desregulación acometida había aumentado la competencia de un modo que había elevado los incentivos de banqueros y gestores de fondos a asumir formas más complejas de pagos sin ningún límite, porque sabían que al final estaría siempre papá Estado para cubrirles las espaldas en caso de desastre. Y el desastre, como el abecé de la teoría de incentivos establece, llegó.

Lo interesante fue la reacción que suscitó Rajan. Como él mismo le cuenta a Ferguson, se sintió como un cristiano en mitad del circo romano, rodeado de leones hambrientos. Por ejemplo, Larry Summers lo acusó poco menos que de estar vendido a una conspiración judeo-masónica-marxista. En realidad, Summers y otros como Martin Fedstein estaban sutilmente interrelacionados con las empresas financieras a las que defendían, por un lado, mientras, por otro, eran patrocinados por ellas con cheques estratosféricos. Por mucho menos, Garzón ha sido acusado de prevaricación. Y precisamente esto es lo que plantea Ferguson: que no ha sido un caso de simple mala teoría económica, sino que se ha producido una auténtica prevaricación académico-político-financiera.

Inside job ha ganado con toda justicia el premio de la Academia. Porque es absorbente, informativo, analítico y apasionante. Montaje vibrante. Tesis claramente expuestas. No es fácil hacer un documental de denuncia sin caer en la demagogia y el sectarismo. Ferguson, doctorado en Ciencias Políticas por el MIT y empresario de software, lo consigue casi siempre. Salvo por algunos rastros de moralina a la hora de aboprdar conductas presuntamente licenciosas de los ejecutivos de Wall Street –la aparición de una madame de prostitutas de lujo es una falacia de la peor calaña– y la falta de una discusión más profunda sobre la complejidad de los nuevos instrumentos financieros (el trade-off entre flexibilidad e inestabilidad), que en realidad sólo cabe apuntar en el debe de los que se han negado a debatir en el documental, Inside Job es un trabajo de primer nivel con el que el cine demuestra por enésima vez que puede desempeñar un papel importante en lo relacionado con la dimensión intelectual de la actualidad, cumplir su vieja aspiración de combinar el entretenimiento con la formación, la diversión y la profundización en la sociedad y en la naturaleza humanas.

 

INSIDE JOB (EEUU, 120 minutos). Dirección: Charles Ferguson. Narrador (voz en off): Matt Damon. Guión: Chad Beck, Adam Bolt. Calificación: Para apasionados de la economía y la política (8/10).

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