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BLAS DE LEZO

El vasco que asombró al mundo

Blas de Lezo no será el español más ilustre que ha dado la historia, pero sí, probablemente, el más valiente. Fue, como los también marinos Elcano, Urdaneta, Oquendo y Churruca, un hombre de honor y un abnegado soldado al servicio de su patria.

Blas de Lezo no será el español más ilustre que ha dado la historia, pero sí, probablemente, el más valiente. Fue, como los también marinos Elcano, Urdaneta, Oquendo y Churruca, un hombre de honor y un abnegado soldado al servicio de su patria.
Blas de Lezo.
Nuestro personaje nació en Pasajes de San Juan (Guipúzcoa) en 1689, y comenzó su carrera militar, siendo apenas un niño, como guardamarina. En 1704, durante la Guerra de Sucesión y ante las costas de Málaga, tuvo lugar su bautismo de fuego. Le fue mal: tras alcanzarle una bala de cañón, perdió una pierna. Su serenidad y valentía asombraron a sus mandos y le valieron ser nombrado alférez de bajel y alto bordo por Felipe V.
 
Como si fuera un pirata de novela o de una película del Hollywood clásico, con su pata de palo a rastras continuó sirviendo a la Corona española, muchas veces como corsario. No serán pocas las veces que, haciendo gala de su genio, vencerá al inglés incluso encontrándose en inferioridad de condiciones.
 
Andando el tiempo será nombrado teniente de navío y destinado a Tolón, en cuya defensa acabará sufriendo un nuevo percance de gravedad: perderá el ojo izquierdo. Pero él seguirá adelante con su carrera militar, y a los 24 años, ya como capitán de navío, le veremos involucrado en el segundo sitio de Barcelona. Allí, en la Ciudad Condal, volverá a resultar herido; esta vez, en el brazo derecho, que le quedará inservible. Con sólo 25 años, en aquel momento es el marino en activo con más heridas de combate.
 
Posteriormente lo encontraremos en América, persiguiendo contrabandistas, piratas y corsarios. Para entonces sus enemigos le conocen como el Invencible Almirante Pata de Palo. Volverá a España en 1730, después de casarse con una criolla llamada Josefa Pacheco.
 
Al cabo la Corona le envía a Génova con una importante misión: recuperar dos millones de pesos retenidos en el Banco de San Jorge. Con una fuerza de seis navíos, Lezo llegó, vio y exigió la liberación de ese dinero: de lo contrario, sometería a cañoneo la ciudad. Los estupefactos genoveses no tuvieron más remedio que ceder, y Don Blas volvió a España con el deber cumplido.
 
Nos queda por mencionar el último servicio de Lezo a la Corona; el último y el más importante de todos: la defensa de Cartagena de Indias ante un ataque de la Marina británica.
 
En 1741 el almirante Vernon, un arrogante inglés ávido de gloria, se presentó en Cartagena con una formidable flota de 180 navíos y 30.000 hombres. Eufórico tras su victoria en Portobelo, Vernon desprecia las defensas de la ciudad y, lo que es peor –para él–, el genio militar de Blas de Lezo. Don Blas sabe que su única esperanza ante un enemigo tan superior en naves y hombres es aguantar todo lo posible.
 
El guipuzcoano sólo disponía de seis navíos y de unos pocos miles de hombres, pero sus espías descubrieron el talón de Aquiles del enemigo: parte de la tripulación de Vernon estaba enferma. Lezo aprovechó tal circunstancia para doblegar a los anglos y, de paso, salvar al Imperio Español.
 
José Manuel Rodríguez acaba de publicar un libro, titulado precisamente El vasco que salvó al Imperio Español, donde se da cuenta de la vida de este gran marino del siglo XVIII. Pero no se trata sólo de una biografía: es también un ameno recorrido por el Setecientos que nos permite profundizar en las causas políticas y económicas subyacentes a los conflictos que enfrentaban a las potencias europeas de aquella hora. Rodríguez acaba con el mito de la decadencia de España, de su manifiesta inferioridad militar y económica en esa centuria.
 
A diferencia de Churruca o de Elcano, Blas de Lezo es una figura olvidada en España, especialmente en su patria chica, el País Vasco. El nacionalismo imperante en las Vascongadas ha ocultado deliberadamente las grandes figuras del pasado a sus propios descendientes, cuando no los ha manipulado tan burda como abiertamente. Y es que se trata de incómodos fantasmas que para nada casan con las doctrinas sabinianas; de nombres señeros que nos recuerdan la profunda vinculación de los vascos a España.
 
Blas de Lezo, el vasco que salvó al Imperio Español, fue enterrado en el olvido. ¿Por los ingleses? ¡Ca! ¡Por los españoles! En el libro arriba citado, Rodríguez afirma: "España tiene una deuda con él y, en mi modesta opinión, no la ha pagado todavía". No puedo estar más de acuerdo.
 
Paradójicamente, el bravo Lezo es todo un héroe nacional en Colombia...
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