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CRÓNICA NEGRA

En todas partes cuecen habas

La violencia machista acabó con la vida de Marie Trintignant mientras se encontraba rodando la película Colette a las órdenes de su madre, Nadine, ex del actorazo Jean-Louis Trintignant, en Vilna (Lituania). Fue en la madrugada del 26 al 27 de julio de 2003. El verdugo de la bella Marie fue su novio, un cantante de rock llamado Bertrand Cantat, líder del grupo Noir Désir, muy famoso en Francia.

La violencia machista acabó con la vida de Marie Trintignant mientras se encontraba rodando la película Colette a las órdenes de su madre, Nadine, ex del actorazo Jean-Louis Trintignant, en Vilna (Lituania). Fue en la madrugada del 26 al 27 de julio de 2003. El verdugo de la bella Marie fue su novio, un cantante de rock llamado Bertrand Cantat, líder del grupo Noir Désir, muy famoso en Francia.
Según las investigaciones, el muchacho, que había tomado drogas y bebido mucho, la golpeó hasta hundirle el cráneo. Marie murió en un hospital francés a consecuencia de las terribles heridas. Cantat ha cumplido algo más de tres años de prisión por homicidio voluntario. Ya está en la calle, para escándalo y horror de gran número de ciudadanos. Y para desesperación de Nadine, que escribió un libro, Mi hija Marie, impulsada por el deseo de que aquél se pudriera en la cárcel.
 
Pero Cantat, chico malo, tal y como si estuviera aquí, donde los criminales encuentran últimamente fácil comprensión y atenciones, se dispone a recuperar su vida de músico y de hombre joven; a tratar de olvidar que una mujer que le amó demasiado reposa para siempre en su tumba.
 
Se ha portado bien en la cárcel, como suelen hacer los maltratadotes. Ha mostrado signos de arrepentimiento y ha convencido a la justicia gala de que es un tipo recuperable. Alguien que cometió un error arrastrado por los excesos de su existencia. "Era joven e irresponsable; perdí los nervios", pudiera decir. Y nosotros debemos creérnoslo; todavía más: quitarle hierro al homicidio.
 
La violencia doméstica está presente en todas las esferas sociales; no se libra ni una chica tan protegida y cualificada como la hija de Jean-Louis Trintignant, el célebre protagonista de El trepa. En nuestro país, en lo que llevamos de año, 60 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, violentos criminales a los que sin duda se les dará la oportunidad de borrar los pecados mientras sus víctimas, ellas sí, se pudren bajo tierra.
 
Cantat, el rockero rebelde, no ha tenido la oportunidad de aprender que eso de maltratar mujeres no es cosa de hombres, sino más bien de acomplejados temerosos de su virilidad, seres incapaces de una relación normal, en plano de igualdad. Cantat golpeaba a Marie. Se aprovechaba de su fuerza y de la delicadeza de ella. También, de la pasión de que era objeto. En otras circunstancias tal vez ni se hubiera atrevido a levantarle la mano.
 
Fue un acto de cobardía, un arrebato sádico y criminal que venía gestándose desde mucho antes y que no se puede tapar con ninguna canción. El autor no tiene derecho a seguir como si nada, porque ofende a todas las mujeres, al público que escucha sus canciones, a los fans que veneran su música. Ha sido perdonado por una errática justicia, pero no ha pagado su deuda con la sociedad.
 
Es comúnmente aceptado que un individuo que mata a otro bajo los efectos de un consumo excesivo de droga o alcohol se beneficie de una atenuante o de una eximente completa. Pues bien, esto empuja a los homicidas a la bebida. En el caso que nos ocupa, Cantat debería haber cargado con una agravante, dado que golpeó a Marie hasta la muerte en un estado de sobrecarga de alcohol. De demostrarse que los maltratos eran cotidianos, el hecho de que se emborrachara y drogara debería pesar en su contra, puesto que debía tener comprobado que en ese estado se comportaba como una fiera enjaulada.
 
Se dice que discutieron en la habitación y que los golpes tuvieron por consecuencia una caída mortal. Pero eso no explica el misterio que rodeó a los hechos. Cantat no dio parte enseguida a la policía. Unos dicen que porque no estaba para darse cuenta de lo que había pasado, y otros porque intentó camuflar lo ocurrido. Lo cierto es que no fue capaz de dar una explicación coherente a las graves heridas que presenaba su compañera. Por eso estuvo encarcelado un año en Lituania. Cumplió el resto de la pena en Francia, donde lo entendieron más rápidamente. Pobre chaval.
 
(Por cierto, soy de los convencidos de que si cada año, en vez de 60 mujeres, murieran 60 hombres, en España se le quitaría el polvo al garrote vil para eliminar las agresiones).
 
El juez ha impedido a Cantat hablar en público de Marie –pobre Marie. En todos sitios cuecen habas–; tampoco puede hablar de lo sucedido, suponiendo que quiera hacerlo. Ni siquiera puede escribir sobre ella, ni evocarla en canción alguna. Es cierto que nunca ha negado la culpabilidad que se le atribuye, faltaría más, pero para muchos tampoco ha pagado lo suficiente.
 
Lo peor es que es un mal ejemplo. Una copia de lo que sucede aquí cada dos por tres. Nadine Trintignant lo resume así: "Un hombre que mata a su compañera puede ser condenado a 20 ó 25 años, incluso a perpetuidad, pero nunca le condenan a más de ocho años, y cumple sólo cuatro". Esta sociedad del siglo XXI tiene mano floja con el crimen.
 
El acto del cantante ha horrorizado a sus seguidores, pero no se sabe cómo reaccionarán ante su próximo concierto. Grabará o actuará en público porque está vivo y libre. Está recibiendo atención psicológica para mejorar su tendencia a reprimir los días de furia. Pero, como se dice ahora, es un icono de la violencia doméstica. La demostración de que es posible golpear hasta la muerte a una mujer y recuperar la vida por los "esfuerzos de readaptación social".
 
Marie Trintignant era madre de cuatro hijos, a los cuales Cantat ha tenido que indemnizar. Él, por su parte, tiene dos con la modelo húngara con la que está casado. Es decir, que lo suyo con Marie: amor tormentoso, amour fou, con violencia desatada, no fue nada más que un paréntesis, en un mundo incívico y descivilizado donde la muerte de una mujer vale menos que la vida de un hombre.
 
 
FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN, presentador del programa de LIBERTAD DIGITAL TV CASO ABIERTO.
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