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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

La hipótesis de la abuela

Queridos copulantes: La naturaleza es sabia, y podría haber prolongado la vida de los ovarios, si le hubiera dado la real gana, eliminando, por ejemplo, el proceso de atresia que echa a perder los óvulos, o dotando a la mujer de más folículos. Mejor aún, dándole capacidad para reponerlos, como hace el hombre con los espermatozoides.

Pero, en lugar de eso, prefirió desarrollar un arma poderosa para hacernos humanos: la Maruja, que es una señora menopáusica que, lo mismo en Tanzania que en Guarnizo, sólo piensa en su familia. Y os diré una cosa: tanto hablar del Gran Cazador, y luego resulta que la encefalización nos vino por vía de la Gran Maruja. ¡Toma ya! ¿Que no? Fijaos bien.

La evolución tuvo una buena razón para proceder al linchamiento de los ovarios prematuramente, y os la voy a explicar en términos económicos, que mola más. Imaginemos que una persona ha obtenido con su trabajo un gran capital y le proponen invertirlo todo en un negocio peligroso que, si saliera bien, le proporcionaría un pequeño beneficio y, si saliera mal, le haría perder todo, incluso la vida. ¿Correría el riesgo de invertir? Si lo hiciera, sería una merluza. La maternidad humana se puede identificar como un modelo de rendimiento decreciente en el que la fertilidad va haciéndose menos rentable a medida que aumentan los costes de producción, hasta que llega un momento en que el beneficio neto de la unidad marginal es negativo.

Sabemos que los embarazos y partos han tenido, y tienen, un elevado coste y un gran riesgo físico para la hembra humana. Con la edad de la madre aumentan considerablemente las complicaciones, en especial por la sobrecarga que soporta en el aparato circulatorio durante el embarazo, por problemas de elasticidad en los tejidos durante el parto y por vulnerabilidad a las infecciones en el posparto. La menopausia es el truco que la selección natural utiliza para proteger el buen fin de una gran inversión. Es un anticonceptivo natural que demuestra que el éxito reproductivo para las mujeres no consiste, como nos insisten los santos varones, en tener muchos hijos. Para la hembra humana, menos es más. La menopausia es una expresión más de la estrategia femenina de gran inversión; ya sabéis: pocos hijos, pero caros.

Vosotros diréis que también las gallinas se escuernan criando pollitos, pero no tienen menopausia y ponen huevos hasta que alguien decide hacer un caldo con ellas. Pero es que no es lo mismo criar a un pollo de esos que tienen plumas que a un pollo humano. Lo que complica extraordinariamente el trabajo de una madre humana es la neotenia, o sea la inmadurez cerebral de la cría humana, que dura muchos años.

La neotenia afectó a la temporización del desarrollo embriológico del cerebro, que fue esencial para conseguir una mayor capacidad cerebral en la edad adulta. El tamaño del cerebro al nacer, aunque es muy grande comparado con el de otros primates, equivale sólo a la cuarta parte del que alcanza en la plenitud de su vida; y es que durante sus primeros veinticinco años no deja de desarrollarse, hasta que alcanza su tamaño máximo y no deja de acumular información el resto de su vida.

El éxito reproductivo de una madre se incrementa si consigue vivir lo suficiente para acompañar a todos sus hijos hasta que les madure el cerebro –pobrecita, muchas veces no les madura jamás–; por ello, aun joven, la mujer ya no vuelve a quedarse embarazada, porque es más rentable para sus genes que no disperse más su inversión.

Pero aún hay más, porque los genes de la menopausia pueden tener efectos beneficiosos en una sociedad primitiva.

Kristen Hawkes estudió el forrajeo de mujeres de diferentes edades entre tribus cazadoras-recolectoras hazda de Tanzania y descubrió que los rendimientos del forrajeo, medidos en kilos de alimento recolectado por hora, aumentaban con la edad y la experiencia. La combinación de más horas y más eficiencia en el forrajeo tenía como resultado que las mujeres que habían superado su etapa fértil aportaban más alimento por día que cualquiera de los grupos más jóvenes de mujeres, que compartían sus excedentes con hijos y nietos. Es la "hipótesis de la abuela", que cabrea mucho a los partidarios del gran cazador.

Desde una perspectiva biológica, los humanos, en realidad, nunca somos posreproductivos, porque, sea cual sea nuestra edad, siempre somos capaces de mejorar la supervivencia de nuestros propios genes, ya heredados por la siguiente generación. Una característica de la vejez es la posesión de una memoria selectiva que opera mejor para rememorar hechos ocurridos muchos años antes que para acordarse de los asuntos que tuvieron lugar la víspera. En las sociedades primitivas resultaba esencial la experiencia de las ancianas porque en momentos de crisis representaban un seguro de vida para el grupo. Conocían las hierbas medicinales y las venenosas, dónde hay agua en época de sequía, cómo atender un parto, cómo recomponer un hueso, qué hay que hacer cuando los cerdos enferman o cómo buscar maridos y esposas. Algo así pasa con las elefantas y las ballenas rorcuales, que no es raro que tengan varios años de infertilidad porque son más útiles para su grupo si ejercen de madres superioras.

Queridos míos, hay gente progre que no sabe apreciar a la Maruja porque dice "cocreta" y "almóndiga" y forma cuerpo con un carrito de la compra o con una sillita de niño (o de minusválido) lo mismo que un caracol con su concha. Las feministas, ignorando que la evolución promocionó a la Maruja por menopáusica y cuidadora, se avergüenzan de ella y se empeñan en desnaturalizarla y reciclarla para convertirla, por ejemplo, en liberada sindical. Y hasta se han sacado de la manga el síndrome de la abuela esclava, que dicen que lo padecen las que cuidan a sus nietos y que se caracteriza por una presión arterial alta, la ansiedad, el estrés, los desmayos y la mala salud. Pero eso no es más que una leyenda urbana. Así lo ha demostrado hace poco un estudio del Instituto Catalán de Salud, que hizo un seguimiento a mujeres mayores de 55 años que dio como resultado que las abuelas que cuidaban a sus nietos se encontraban más integradas y arropadas socialmente, se sentían más útiles y disfrutaban de buena salud. Sólo se observó cierto deterioro cuando los nietos dormían de forma habitual en el domicilio de las abuelas, porque limitaban las relaciones personales de éstas.

Pues claro que sí. Desde una perspectiva evolutiva, si las abuelas hubieran sido una rémora para la supervivencia de su grupo no se habrían promocionado los genes de la menopausia y la longevidad. Cierto que en las sociedades modernas el peso de los ancianos, en edades extremas, llega a ser mayor que los beneficios que aportan, y eso no estaba previsto en la naturaleza. Pero el periodo anterior a la decadencia senil puede ser tan productivo como para compensar esos años extra.
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