El resultado global del proceder de millones de personas que piensan por sí mismas, sin que lo organice un genio o un dictador, es inmensamente mejor que cualquier construcción consciente del desarrollo de la sociedad humana.
Como nos ha mostrado el comunismo, las ambiciones humanas megalómanas, la falta de modestia y de humildad siempre terminan mal. Es cierto que el sistema de la sociedad humana es adecuadamente robusto, tiene sus mecanismos de defensa naturales y "soporta" cualquier cosa (igual que la naturaleza); pero todo intento de "mandar al viento y a la lluvia" se ha revelado hasta ahora muy costoso e ineficaz a largo plazo, además de liquidar la libertad humana. El intento de los ecologistas no puede terminar de otra manera. En cualquier sistema complejo (como lo son, por ejemplo, la sociedad humana, la economía, el idioma, el orden jurídico, el sistema de la naturaleza, el clima, etcétera), todo intento de ese carácter está condenado al fracaso de antemano. La humanidad ya tiene esta experiencia y no puede olvidar las diversas "rebeliones de masas" orteguianas que siempre, una y otra vez, querían olvidar esa experiencia. En esta parte nuestra del mundo lo sabemos muy bien, o por lo menos deberíamos saberlo.
Los socialistas, por un lado, y los ecologistas, por otro, piensan tradicionalmente que cuanto más complejo es un sistema, tanto menos puede y debe ser dejado libre y autónomo, tanto más tiene que ser dirigido, regulado, planificado, construido. No es cierto. Mises y Hayek (y alrededor de ellos toda la escuela austriaca de las ciencias económicas) nos enseñaron (para algunos quizá de forma un tanto contraintuitiva) que sucede exactamente al revés. Sólo se pueden dirigir y construir sistemas sencillos, y no complejos. Un sistema complejo no debe ni puede ser organizado de manera eficaz por un plan humano, por un proyecto humano, por una construcción humana (...); tan sólo puede ser creado –debidamente y sin errores trágicos– por la realmente libre acción humana ("human action", expresión que además da título al libro más importante de Mises), que es la agregación de millones o de miles de millones de vidas humanas. Estas son las instrucciones conceptuales básicas, válidas también para los temas ecologistas, incluido el del calentamiento global.
He mencionado la "libre acción humana", es decir, la libertad. Eso no es un cliché de mi parte, ni ningún dogma de fe. He afirmado en reiteradas ocasiones que aquí se trata de la libertad y no de la naturaleza, aunque es algo sistemáticamente silenciado. Siempre se nos impone "ecológicamente" el término "medio ambiente". Pero de la libertad humana no se habla. Hace ya algunos años recomendé utilizar la expresión "ambiente para la vida", lo cual mueve esta temática (por lo menos un poco) desde la orientación centrada en la naturaleza hacia el sistema social. Estoy más que de acuerdo con W. C. Denis, del Liberty Fund americano, que lo ha formulado con total acierto: "El mejor ambiente para el ser humano es el ambiente de la libertad" ("The best environment for man is the environment of liberty"). Insisto en que eso, única y exclusivamente, basta para medir todas las ideas ecologistas y todas sus categóricas exigencias. Por ello, el debate actual acerca del calentamiento global es, en el fondo, un debate acerca de la libertad. Los ecologistas quieren dirigirnos en todo lo posible y también en lo imposible.
En ningún caso se desprende de este ensayo que, dado que rechaza el núcleo de las propuestas ecologistas, no deba existir (o incluso que no deba ser desarrollada y promovida) una conciencia ecológica, una sensibilidad ecológica, una preocupación medioambiental. Tampoco significa en modo alguno que las personas no puedan o no deban hacer miles de cosas de una manera ecológicamente mucho más sensible, es decir, mucho mejor que hoy. Y desde luego tampoco implica que no sea posible y necesario tener una política sensata de protección del medio ambiente, o sea, una política no ecologista. (Que es lo mismo que tener política social, pero sin socialistas). No es necesario prohibir o limitar a la fuerza todo lo posible e imposible desde arriba, pero tampoco –aparentemente de un modo más liberal– encarecer de forma prohibitiva. No hay que frenar el crecimiento económico en modo alguno, porque sólo éste puede solucionar los problemas ecológicos que se originen sobre la marcha (y solucionarlos a largo plazo), y ello sucede (...) por el efecto de dos factores principales inseparablemente ligados al crecimiento económico. Por un lado, el desarrollo técnico, que posibilita a su vez un tratamiento más cuidadoso de la naturaleza; por otro, la riqueza de la sociedad, que se traduce en el cambio subsiguiente en la demanda de las personas: desde cosas imprescindibles, "de subsistencia", a bienes más lujosos, entre los que figura en uno de los primeros puestos justamente la protección del medio ambiente. (...)
Quedémonos con miles de pequeñas cosas. Apaguemos las bombillas encendidas inútilmente. Calentemos de manera adecuada y "enfriemos" de manera aún más adecuada, porque muchas veces basta con abrir la ventana. No nos saturemos con artilugios inútiles, es decir, electrodomésticos que no son imprescindibles y que más bien distraen nuestra atención y concentración. No adquiramos los coches más grandes posibles. (...) No maximicemos la posesión del mayor número de cosas, y además traídas de lo más lejos posible.
(...)
No obstante, aparte de miles de cosas pequeñas, es necesario hacer también algunas cosas grandes, pero de tipo sistémico básico, no específicamente ecológicas. Debemos crear (es decir, no estropear ni dañar) el sistema social, que tiene que ser capaz de asegurar la libertad humana con sus mecanismos políticos democráticos, y, con sus mecanismos económicos dominantes, es decir, con el mercado, unos precios que funcionan y unas relaciones de propiedad claramente definidas, asegurar la racionalidad económica (lo que también significa ahorro), que además es idéntica a la racionalidad ecológica y es el único camino hacia la prosperidad (y riqueza).
Un análisis minucioso de estas cuestiones supera en gran medida las pretensiones y objetivos de este ensayo, pero sobre las causas del ahorro ecológico, y también del no-ahorro, la experiencia comunista nos ha enseñado mucho. De ahí que sea más que irracional que los ecologistas critiquen el mercado, los precios, la propiedad privada y la búsqueda de ganancias y los señalen como únicos culpables de los problemas ecológicos del mundo actual. Es cierto que teóricamente muchos lo sabemos desde hace tiempo, pero la práctica comunista quizá convenció también al resto: sin el mercado, los precios, la propiedad privada y el beneficio no puede darse un trato correcto al ser humano, pero tampoco a la naturaleza.
Algo diferente a estos supuestos sistémicos son las intervenciones ecológicas concretas. Ahora no me refiero al comportamiento humano común, racionalmente formado en el propio interés del ser humano, sino a las prohibiciones terminantes de productos químicos (por ejemplo, la infame historia del DDT), a la maximalista directiva europea llamada REACH (Registro, Evaluación y Control de las Sustancias Químicas), a la construcción obligatoria de centrales eólicas (hace poco alguien me dijo muy acertadamente de "molinos de viento"), a los siempre novedosos límites impuestos a los gases de escape de los automóviles, etcétera. Símbolo de todo ello es, sin embargo, el Protocolo de Kioto sobre el calentamiento global, que es evidentemente un error fatal porque:
– Se propone objetivos inútiles, ya que en los debates sobre el cambio climático hay demasiadas inseguridades.– Soluciona lo irresoluble, porque ni las influencias exógenas ni los procesos endógenos naturales se pueden "solucionar".– Interrumpe el crecimiento económico, que es la única garantía para dominar todas las amenazas del futuro, incluidas las ecológicas.– Aunque se cumpla, no tendrá un efecto importante.– Desplaza de nuestra atención otras prioridades del mundo actual, de mayor calado, más actuales y más viables.
(...)
En una entrevista concedida al ICIS Chemical Business, [Bjorn Lomborg] dice que "si el Protocolo de Kioto fuera implementado por completo durante el próximo siglo, podríamos aplazar el calentamiento global en cinco años. Por consiguiente, la temperatura que tendría el mundo sin Kioto en el año 2100 se alcanzaría solamente en el año 2105" (...) No menos conocido es P. J. Michaels, quien en su artículo "Live with Climate Change" dice casi lo mismo: "Si todos los países del mundo cumplieran el Protocolo de Kioto sobre el calentamiento global, cada cincuenta años sería posible evitar el aumento de la temperatura como máximo en 0,059 ºC" (...). Su conclusión es por ello más fuerte todavía: "Climáticamente, Kioto no conseguirá nada".
Me temo que los espectadores de la película de Al Gore no saben nada de esto y tampoco llegarán a saberlo viendo su documental. Pero justamente de ello va todo esto, porque el asunto central no es la insensibilidad hacia la naturaleza. Estoy de acuerdo con Michaels en que tenemos más tiempo del que nos dicen los ecologistas. Me parece fiable también su conclusión de que "el calentamiento global lleva a un aumento de temperaturas a un ritmo constante, y no a un ritmo creciente. El incremento de la temperatura es notablemente constante –desde el año 1975–, en 0,152 ºC por decenio". Principalmente, coincido con él en su conclusión más importante (...): "Hoy, la mejor política es vivir con este moderado cambio del clima y apoyar el desarrollo económico, que nos aportará futuras tecnologías mucho más eficientes". Dicho de otro modo, protección del medio ambiente sí; ecologismo no.
¿Qué debemos hacer entonces?
– En vez del medio ambiente, promovamos la libertad.– No antepongamos cualquier cambio del clima a cuestiones fundamentales de la libertad y la democracia (...).– En vez de organizar a la gente desde arriba, propiciemos que cada uno viva según su propio criterio.– No sucumbamos a temas de moda.– No permitamos la politización de la ciencia y no sucumbamos a la ilusión del consenso científico, que, de todos modos, siempre se está intentando conseguir, pero solamente por parte de una minoría ruidosa y no por la mayoría silenciosa.– Seamos sensibles y cuidadosos con la naturaleza y exijámoslo en su vida personal [a] aquellos que tanto hablan del medio ambiente.– Seamos humildes frente a la evolución espontánea de la sociedad humana, creamos en su racionalidad implícita y no intentemos frenarla y desviarla en cualquier otra dirección.– No nos asustemos a nosotros mismos con previsiones catastróficas y no abusemos de ellas para la defensa e implantación de intervenciones irracionales en las vidas humanas. Uno de los primeros libros que publiqué, a principios de los años noventa, se titulaba "No me gustan los escenarios catastróficos" (...) En la introducción escribí: "En nuestra época un tanto confusa quiero difundir optimismo, autoconfianza, fe en las propias fuerzas del individuo y en nuestra capacidad colectiva de encontrar salida, de encontrar la solución positiva". Eso es exactamente lo que pretende este libro.
Cuando estaba terminando de escribir este último párrafo, la agencia AP publicó la noticia de que el delegado belga del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, Julian Vandeburie, comparaba la situación actual en el mundo con el Pacto de Múnich del año 1938 en los siguientes términos: "Estamos en un momento idéntico". Esta gente, de verdad, no entiende absolutamente nada.
NOTA: Este texto es una versión editada del capítulo 7 del libro de VÁCLAV KLAUS PLANETA AZUL (NO VERDE), que acaba de publicar la editorial Gota a Gota.