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PANORÁMICAS

Una historia de amor al capitalismo

Hay dos libros que compiten entre sí por ser los más leídos e influyentes en EEUU. Por un lado, en la versión del rey James, la Biblia. Por otro, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. Ambos tienen en común el estar escritos por judíos, el ser adorados –desde la perspectiva divina y profana, respectivamente–... y ahí se acaban las semejanzas.


	Hay dos libros que compiten entre sí por ser los más leídos e influyentes en EEUU. Por un lado, en la versión del rey James, la Biblia. Por otro, La rebelión de Atlas, de Ayn Rand. Ambos tienen en común el estar escritos por judíos, el ser adorados –desde la perspectiva divina y profana, respectivamente–... y ahí se acaban las semejanzas.

No puede haber más separación entre la ética de la compasión que se respira –sobre todo– en el Nuevo Testamento y la ética de la competitividad, el egotismo y la excelencia que anima el pensamiento de la filósofa norteamericana, en este sentido una continuadora y discípula de la magnanimidad aristotélica.

También es una cuestión de estilo. Allá donde la Biblia de la versión del rey James es un lujo de belleza y sentido del ritmo literario, el tocho de más de seiscientas mil palabras de la novelista ruso-norteamericana es en gran parte infumable y reiterativo. Hace falta tener mucho estómago literario para tragarse los cientos de páginas de prosa prosaica de Ayn Rand, a la que el estilo le importaba un pepino, porque para ella lo relevante en literatura era otra cosa. En su comentario a la obra de Faulkner o Nabokov podemos averiguar qué cosa:

Faulkner es un buen estilista pero absolutamente ilegible en cuanto al contenido... Nabokov es también un brillante estilista, escribe bellamente, pero sus temas, su sentido de la vida, su perspectiva antropológica son tan malvados que ningún tipo de habilidad artística puede justificarlos (...) Por el contrario, mi objetivo como novelista es la proyección de un ideal de ser humano, de un hombre tal y como debería ser. La filosofía es el medio necesario para alcanzar tal fin.

Es decir, La Rebelión de Atlas es novela de ideas en grado sumo, realizada y subordinada a un fin social: el agit prop libertario. Después de todo, el realismo socialista de Stalin y el realismo capitalista de Rand no están tan lejos: viva el fondo, al infierno con la forma.

La adaptación de una novela de ideas es especialmente delicada. No se trata fundamentalmente de trasladar una serie de diálogos, un catálogo de acciones o una atmósfera política o social. Tampoco predominan las emociones amorosas o criminales al uso. Lo que hay que hacer es transplantar los conceptos encapsulados en una trama novelística construida con palabras a las imágenes de una película de corte convencional. Unos conceptos enhebrados, eso sí, por un espíritu tan especial y una pasión tan desaforada como los que animaban a Ayn Rand, defensora encendida de la razón objetiva y fría.

Por tanto, una adaptación de La rebelión de Atlas debe transmitir esa sensación paradójica de fuego helado que es la marca de la casa del carácter y el pensamiento de Ayn Rand. Atlas Shrugged Part I ha constituido un desafío cinematográfico que ha sido recibido en Estados Unidos con frialdad por la crítica cinematográfica especializada y con división de opiniones por el sector mediático en principio más proclive a la pensadora libertaria. Por ejemplo, Johan Norberg ha escrito en su blog:

Es mejor de lo que piensas y yo la adoro... Muchas cosas se dejan fuera, pero la mayor parte de las elecciones tomadas están bien equilibradas y la película prueba el talento de Ayn Rand como narradora y dramaturga.

Sin embargo, en la muy libertaria Reason Kurt Loder sostiene:

Es una bendición, supongo, que Ayn Rand, que amaba el cine y de hecho trabajó ampliamente en la industria cinematográfica, no está viva para ver lo que han hecho de su novela más influyente. La nueva y muy esperada versión cinematográfica de La rebelión de Atlas es un desastre, plagado de diálogos embalsamados, actuaciones embotadas, efectos especiales pobres y una puesta en escena que difícilmente pasaría la prueba en un programa de televisión.

Por mi parte, soy de la opinión de Norberg. Incluso voy más allá. Porque me ha parecido que la película tiene una dimensión contracultural realmente fascinante. A contracorriente de la tendencia predominante en la cinematografía estadounidense, el hecho de haber sido realizada con un presupuesto relativamente escaso ha alejado de ella a las grandes figuras, el funambulismo de los efectos especiales o la lujosa caracterización de época para adoptar un punto de vista y una estética despojada de todo artificio y manierismo para centrarse en lo relevante: la actualidad de La rebelión de Atlas en relación a su propuesta moral, política y económica respecto de la crisis financiera que estamos atravesando.

Y desde ese punto de partida la película rápidamente muestra sus cartas presentándose como una distopía de corte orwelliano situada en 2016, en un contexto de gran depresión económica, las bolsas de valores en caída libre, manifestaciones de extrema izquierda tipo 15-M y una toma de decisiones políticas de intervencionismo regulatorio y depredación fiscal por parte del Gobierno estadounidense semejantes a las que están tomando un gran número de Estados actualmente.

Frente a una actitud de servidumbre voluntaria por parte de la mayor parte de la gente, que fía su salvación y bienestar individual al Estado "de Bienestar", Ayn Rand plantea su desafío moral a partir de un triángulo de antiguos compañeros de universidad y más tarde genios empresariales: Ragnar Danneskjold el Pirata, que se dedica, entre otras actividades delictivas, a asaltar barcos de ayuda fletados por el Gobierno; Francisco D'Anconia, empresario play boy; y, sobre todo, John Galt, pero... ¿quién es John Galt? Junto a ellos, los hermanos Taggart, Dagny y James, herededos de una empresa ferroviaria, y Ellis Wyatt, un empresario petrolífero de la vieja escuela. Y rodeándolos a todos una troupe de políticos corruptos, abogados parásitos, aprovechados intermediarios de favores políticos...

Los hermanos Taggart, a su vez, son el pivote de esta primera parte. Mientras que James busca el desarrollo de la empresa pegándose al poder político para conseguir prebendas y privilegios del Estado, para lo que tiene que emplear mucho tiempo y dinero en influir, su hermana Dagny se centra en los aspectos estrictamente empresariales, buscando en la innovación tecnológica y la competencia industrial el motor para el desarrollo de su empresa de transportes ferroviarios. Dagny es

alguien que sabe lo que es trabajar para sí mismo y no dejar que otros se lleven las ganancias de su energía.

En el caos de opiniones económicas para todos los gustos, de keynesianos a hayekeanos pasando por marxistas, el punto de vista de Ayn Rand es meridiano: la raíz del problema de la crisis en el seno del capitalismo es de orden ético, ya que se ha perdido el sentido de la moral competitiva, aquella que empuja a la sana competencia, a la excelencia. ¿Qué deben hacer los emprendedores, los empresarios, los creadores ante el triunfo de la idiocracia (el gobierno de los idiotas), el aborregamiento generalizado y la igualdad impuesta por decreto? Como un Jünger del capitalismo, Rand propone un emboscamiento generalizado, un replegamiento a la rebeldía de las élites innovadoras, un apartheid autoimpuesto de los stevejobs del planeta...

¿Qué pasará con el misterioso John Galt, el pirata Ragnar Danneskjold, el playboy Francisco D'Anconia , la iron lady Dagny Taggart, el melifluo James Taggart o el olímpico Henry Reardon? Dado el poco éxito de público y crítica, me temía que no continuaría esta saga, que habría de tener al menos dos partes más. Y es que, dada su extensión, su complejidad argumental y el especializado público conceptual al que se dirige, La rebelión de Atlas debería haber sido adaptada como serie destinada a la televisión por cable y no a la cada vez más amorfa y palomitera audiencia cinematográfica. Sin embargo, las últimas noticias desveladas por su productor y mecenas, John Aglialoro, es que la segunda parte se rodará y se exhibirá en 2012, aprovechando que es un año electoral, en los que sube la sensibilidad hacia los temas políticos.

En cualquier caso, y dada su estética tardofuturista, a veces deudora de la oscuridad lluviosa de Blade Runner y en ocasiones de las líneas claras y metálicas de Gattaca, deliberadamente estática y enfática como era El manantial, Atlas Shrugged Part I se merece el esfuerzo de comprar su versión norteamericana (editada con subtítulos en español) porque es una utopía creer que esta distopía liberataria llegue a estrenarse por estos lares socialistas o conservadores alguna vez.

 

ATLAS SHRUGGED PART I (Estados Unidos, 2011). Director: Paul Johansson. Protagonistas: Taylor Schilling, Grant Bowler, Matthew Marsden, Michael Lerner, Jon Polito, Edi Gathegi, Paul Johansson. Guión: John Aglialoro, Brian Patrick O'Toole, basándose en la novela de Ayn Rand. Duración: 102 min.

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