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Francisco Pérez Abellán

El fetichismo de El Chicle

El Conejo ha contado cuatro versiones de la muerte de la joven y todavía falta la verdadera.

La mujer de Enrique Abuín, el Chicle, presunto autor de la muerte dolosa de Diana Quer, echó en falta cinco prendas de lencería, que al parecer le han sido robadas. Su marido, ese ser al que defiende, y al que sigue sometida, pese a todo lo horrible que se supone de él, fue acusado por su hermana gemela de haberla obligado, cuando solo tenía 17 años, a ponerse un camisón a punta de navaja para violarla. ¿Quién lleva un camisón para disfrazar a la víctima y exacerbar así sus impulsos? La ropa interior de las señoras suele ser objeto fetichista de primer orden.

Si de verdad el Chicle, ese ser de paletones como un conejo, al que también llaman Conejo, llevaba preparado un camisón para perpetrar un monstruoso abuso sexual, eso supone una gran elaboración de fantasías sexuales que explica que no pudiera aguantar más el 25 de diciembre y tuviera que arriesgarse al máximo, en Boiro, para llevarse a una nueva "joven morena, alta y de pelo largo" con la que practicar el presunto juego de la ropa.

La que vestía Diana Quer fue supuestamente quemada para limpiar huellas, pero sobre todo para borrar la ceremonia del crimen. Algo sucio y elaborado. El Conejo Chicle ha contado cuatro versiones de la muerte de la joven y todavía falta la verdadera. No sería el primer homicida al que avergüenza el mecanismo de la muerte.

Sin embargo, va quedando en evidencia, porque aquella improvisación de que la había atropellado fue desmentida por el estado del cuerpo saponificado –hecho cera y jabón–, que debería haber presentado fracturas y lesiones compatibles con un golpe de automóvil, pero está libre de ellas. Luego la muerte se produjo de otra forma más terrible y en sintonía con el rapto. En una orgía de excesos que produce el estado febril de la maldad.

Hay quien piensa que la estrategia de la defensa de buscar atenuantes puede apoyarse en la confesión tardía o la aportación de señalar dónde estaba oculto el cuerpo, en un profundo pozo de agua potable. Pero la realidad es que la investigación encontrará motivos para aplicarle la mayor pena posible, porque otra cosa sería una hecatombe y El Chicle sería poco menos que el rey de la impunidad.

Su esposa, Rosario, ahora exonerada de delitos como el de encubrimiento, ha decidido apoyarlo a tope, sin que sea impedimento el hecho de que supuestamente la ha ofendido para abusar de su hermana y buscar extrañas sobre las que descargar la libido desatada. Rosario, que ha escapado por haber facilitado la llave de la derrota, se pega al convicto que durante tanto tiempo, sin que nadie tomara nota, iba diciendo a algunos conocidos, porque amigos no tiene, que sabía dónde estaba Diana, como certifica su hermana María. E incluso alguno de los que lo tomaban a chirigota le decía: "Anda, saca a Diana Quer del maletero del coche". Y él, sin achantarse, decía: "Ahora la saco". Sin que estas voces escandalosas llegaran a oídos de la autoridad. Aunque una parte del pueblo le acusaba sin acusarlo.

Corre, Conejo, que en los pasillos de la prisión ya se dice tu nombre. Corre, que te vas a morder las paredes de la boca tropezando con tu lengua de chicle. Has sido capaz de vivir con el cuerpo de la víctima a un tiro de piedra de la casa de tus padres. Has puesto a tu esposa en la picota. Tu hermana y tu sobrino no quieren oír hablar de ti, porque suponen que deberías pagar con quinientos días sumergido en el mismo pozo. Pero este es un país democrático, donde no cabe la funesta muerte que te desean y donde la ira debe ser reconducida hacia la justicia.

Corre, Conejo, porque esta vez vas de cabeza a la balanza del destino, donde te medirán el dolor y la pena, la maldad y la alevosía. Tal vez haya rastros de fetichismo hasta en la nave fantasma donde se fabricaba gaseosa, hoy habitada por el escalofrío. Los agentes van a reconstruir la felonía con la que te deshiciste del cadáver pensando que otra vez podrías roer las bridas con los dientes, pero ahora te apretarán el alma; y de tu boca huirá la fea sonrisa.

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