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Francisco Pérez Abellán

El hueso de ciruela

Murió a los 60 años Francisco García Escalero, el 'Matamendigos' de Madrid, y apenas se ha difundido o se ha comentado.

Murió a los 60 años Francisco García Escalero, el Matamendigos de Madrid, y apenas se ha difundido o se ha comentado. Era un asesino en serie que nadie sabe cuántas personas mató y que fue capturado por su pertinaz esfuerzo en delatarse. Cada vez que mataba se entregaba a los médicos o a cualquiera que quisiera escucharle para confesar que había matado. Pero nunca le creyeron. En cuanto salía a la calle se perdía con nuevas víctimas y las asesinaba, haciendo desaparecer sus cadáveres. Sólo al final de su carrera delictiva, tras asesinar a un paciente con el que iba a tratamiento psiquiátrico y después de intentar suicidarse tirándose delante de un coche, por fin unas enfermeras fueron sensibles a lo que decía.

Fui a verle al centro penitenciario de Fontcalent (Alicante), donde acabaría muriendo, y tuve la oportunidad de examinarle a fondo. Recogí impresiones, declaraciones, peticiones. Una de las cosas que echaba de menos era una mayor asistencia psiquiátrica. La criminología tiene mucho que decir en cuanto a las posibilidades de reinserción de un asesino así, a su adaptación a la cárcel y al progreso de su recuperación.

Después de evocar su vida y sus acciones, sigo impresionado. Escalero nació y pasó su infancia y juventud junto al madrileño cementerio de la Almudena. Tal vez eso le familiarizó con la muerte. Como ya he contado, prefería llevarse a su celda un gorrión muerto que un canario vivo, tal era su culto por la muerte y lo muerto. Igual metía el cuerpecillo del pájaro en una jaula.

Escalero, maltratado por la vida, empezó a delinquir saltando la valla del cementerio y en su interior atacó a una pareja que disfrutaba de su soledad entre las tumbas. Abusó sexualmente de la chica, lo que le llevó a prisión por primera vez. Desde entonces no pudo enderezar su camino y acabó ingiriendo cinco litros de vino al día con reynoles (rohipnol, un hipnótico), lo que le empujaba a la locura. En sus crisis golpeaba a sus compañeros mendigos y los mataba. A algunos los mutiló, y al menos en una ocasión, porque no se sabe cuántas, arrancó de un mordisco un pedazo de corazón. Fue la nota discordante de una serie para televisión de entrevistas carcelarias de Jesús Quintero, el Loco de la Colina, que ya loco me había entrevistado también a mí en su espacio, cuando la radio tenía nombre y apellidos. Pero Escalero explicó en aquella serie, muy mal emitida, que había cometido canibalismo.

Otras de sus víctimas fueron emasculadas y enterradas con la verga entre los dientes. Los cuerpos los arrojó a un pozo. Hubo cadáveres que se sospecha nunca fueron encontrados. Lo peor es que el Matamendigos fue juzgado y encontrado inimputable sin haber sido nunca debidamente estudiado. Le enviaron al psiquiátrico penitenciario donde ha muerto. Murió sin que hubiera servido para extraer esa porción de antídoto contra la violencia al que podría haber contribuido. La noticia fue sobre todo local y nunca nacional. Un diario adelantó que se estaba haciendo la autopsia porque, aunque se decía que falleció de muerte natural (de forma no violenta), existía la duda de si murió de un ataque o porque se atragantó con un hueso de ciruela. He esperado un año por ver si se difundían las verdaderas causas de su muerte y no he vuelto a saber nada del hueso de ciruela.

La criminología es para mí ahora un enorme hueso de ciruela atragantado en la razón y la inquietud. Se dispara la incertidumbre sobre lo que impulsa a no profundizar en las razones de la violencia, lo que hace que un hombre mate hasta convertirse en asesino en serie y que pase años asesinando en pleno Madrid sin ser nunca descubierto, ni siquiera creído cuando intenta que alguien le pare porque no quiere seguir matando. Con el Matamendigos todo ha terminado en una ciruela de la que no sabemos si de verdad mató al gran asesino. A otro perro con ese hueso.

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