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Francisco Pérez Abellán

La justicia española ama a 'el Negro'

El peor narco que haya pisado España, presunto culpable de haber introducido aquí 12.000 kilos de cocaína, nada más pisar la calle se dio el piro.

¿Recuerdan a Carlos Santamaría, el Negro y Pelopincho? Sí, hombre, aquel tipo con tanta suerte que, en 2001, dio con unos jueces de buen corazón, los llamados Juan José López Ortega, Carlos Ollero y Carlos Cezón, una sección entera de la Audiencia Nacional, la sección más blanda que el queso de Burgos, que le pusieron en la calle porque el psiquiatra de la cárcel de Valdemoro hizo un informe en el que advertía de que el ingreso en prisión había puesto al reo al borde del suicidio. Para que luego digan que la justicia es igual para todos.

En cualquier prisión aunque no tienen por qué saberlo los jueces muchos de los reos al sentirse encerrados sienten pulsiones autolíticas, esto es desgarrarse la vid para desaparecer por los agujeros. El Negro era uno más de los que no pueden con su negra alma.

Sorprendentemente el CGPJ, gobierno de los jueces, que no nos tiene acostumbrados a reaccionar tan de repente, suspendió y expedientó de empleo y sueldo a los implicados y Carlos Dívar, que tiempo después tendría algún problemilla por pasar gastos de estancia en hoteles de muchas estrellas, se puso a la puerta de la Audiencia Nacional, como una de aquellas chicas de la Cruz Roja, las postulantes, con una taza en la mano, a fin de recabar fondos que no dejaran sin recursos a los colegas jurídicos.

Ahora devuelto el Negro adonde solía, por mor de la extradicción, el fiscal, de otra causa que le alcanza, otro hombre con buenos sentimientos, aunque en un principio pensaba solicitar 60 años de cárcel para el Negro, puesto que a otros miembros les ha caído un máximo de 30, por los mismos hechos, ha llegado un acuerdo con él, que en todo momento le ha llamado respetuoso "Excelencia", al fiscal y a la señora jueza: "Excelencia por aquí, excelencia me escapo por allá", en puro animus iocandi, y luego al final, ha pedido perdón de forma muy educada y atenta, porque solo tendrá que cumplir unos años a la sombra. Carlos, el Negro, es amado por la justicia española, y dado que es el supuesto coordinador de la mayor operación de introducción de cocaína, ahora también es el narcotraficante mejor tratado de todas las épocas.

El Negro Santamaría fue el primer embajador de un cártel que llegaba a la península después de haber roto con las mafias gallegas del contrabando de tabaco. Se creaba una nueva franquicia colombiana y llegaba el Negro con todos sus poderes: miles de kilos de cocaína y miles de millones en la bolsa, dispuesto a que nadie lo dejara encerrado en Valdemoro. Ni entre Pinto y Valdemoro.

La Policía Nacional, vacunada contra los sentimientos demasiado hermosos entre hombres, le cortó el resuello en 1999. Y si les llama excelencia, le arrean en el morro. El cártel compraba la droga en Bolivia y Perú y un treinta por ciento en la tierra de Pablo Escobar, en zona de la guerrilla. Donde la piel de las colombianas parece ala de mariposa.

Carlos vivía en Madrid como Pablo Escobar, cuando vivía, en Colombia, rodeado de lujos, coches de quinientos caballos y mujeres de piernas largas, a mil revoluciones por minuto, que alcanzan los cien por hora en ocho segundos. Caso insólito, pero aquellos tres hombres buenos de este cuento no quisieron que sobre sus conciencias pesara la posibilidad de que el Negro diera el salto al vacío, y lo pusieron en libertad. Cualquiera entiende que es imposible pasarse sin darse tres tiros, fumarse dos paquetes de rubio, y si se tercia, enseñarle a una de aquellas como se lo hacen los machos en su patria, detenido por un tuercebotas. De ahí que, herido en su honor, quisiera apretarse fuerte fuerte el nudo de la corbata.

El peor narcotraficante que nunca haya pisado España, Carlos Ruiz Santamaría, el Negro, presunto culpable de haber introducido en la piel de toro 12.000 kilos de cocaína, nada más pisar la calle se dio el piro, sin pensar qué podría pasarles a aquellos jueces de corazón tan blanco. Les dejó en la confusión y abandono profesional. Hay quien dice que, al menos uno de ellos, rogó a la brava hembra del colombiano que su tronco volviera la grupa, porque estaban a punto de acabar con la carrera judicial.

El caso es que andando el tiempo el Negro, que no se llama Santamaría, sino Yenes, se fue a Brasil donde dio con juristas de temple más recio que los españoles, que le colocaron en 2008, por narco, descubriendo un año después que era el mismo ladino que se la dio con queso a los hispanos, que ahora al reexpedirle a la madre patria, acaban de concederle otra sentencia benévola, esta vez de conformidad, por solo quince años de prisión y una multa de 400 millones de euros, que seguro que no paga, por ser responsable de un delito continuado de distribución de droga contra la salud.

El Negro, cuando se alivió por el desagüe, tenía una amiga que pasaba por su señora, que era una real hembra de toma pan y moja, llenando de tufo a Chanel nº 5 las escaleras de la entrada a las secciones de la Audiencia. La señora de el Negro iba mucho a los pasillos y despachos, visitando togas, y hay quien dice que contribuyó con su pose de parada militar a resblandecer el ánimo de los jueces, que obligó a la fiscalía a interponer una querella por prevaricación, aunque como pasa en España, al final la querella fue archivada o desactivada. O no sé qué de nada.

En otros países, hay jueces prevaricadores que, aunque no lo crean, cobran pasta gansa por poner en libertad a narcos. Pocos se la juegan solo por estar a buenas con el Espíritu Santo. En España conozco a un abogado que no defiende narcos porque no le deja su ética. El Tribunal Supremo, en diciembre de 2004, tras una ardua deliberación, anuló las sanciones contra el trío de la bondad personificada, e incluso les echó una filípica con afán de reñirles severamente, admitiendo que habían adoptado una decisión errónea al excarcelar a el Negro. No era para menos. Esperemos que no del todo, sinceramente.

En España

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