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El circo ya ha empezado

Estados Unidos está perdiendo una gran oportunidad mediática para confirmar sus valores y su liderazgo ante el mundo.

Arranca la semana anual de las altivas declaraciones, las audaces retóricas y los debates algo menos rigurosos sobre los problemas del mundo, desde la pobreza hasta el desarrollo, y sobre la paz y la seguridad.

Discutir, debatir y dar recomendaciones son las principales tareas de la Asamblea General de Naciones Unidas que ha iniciado su periodo de sesiones.

Pero la Asamblea también tiene otras faenas, como elegir a los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad –ahí estará España, luchando por un asiento– y de otros organismos, como el desprestigiado Consejo de Derechos Humanos.

Sin embargo, su trascendencia no va más allá del protagonismo mediático que cada final de septiembre adquiere, ya sea por el gran número de presidentes, primeros ministros y monarcas que hay por metro cuadrado en Nueva York, o por las pantomimas que algunos pintorescos dirigentes tratan de escenificar.

Por eso urge reformarla, si se quiere que sirva para algo. Por ejemplo, dándole más poder frente al Consejo de Seguridad, y promoviendo debates más constructivos y menos repetitivos. Sólo con que en sus sesiones se escuchase más a los expertos y menos a los figurones se habría dado un gran paso.

Este año, la frustración impera en los pasillos de la Asamblea. Si en 2011 las primaveras árabes habían inculcado cierto optimismo –por supuesto precipitado–, este año el humor es otro. La vergonzosa ineficacia de la ONU a la hora de abordar la situación siria, así como los últimos episodios de violencia antiamericana y antioccidental, precisamente allí donde hace un año reinaba el optimismo sobre un futuro mejor, tienen la culpa. Además preocupan de manera creciente la tensión derivada del programa nuclear iraní y de la posibilidad de un ataque israelí a sus instalaciones, la penetración de Al Qaeda en el Sahel y la reducción –por primera vez en años– de la ayuda internacional destinada a combatir la pobreza.

Por otro lado, el anfitrión, Barack Obama, no se reunirá cara a cara con ninguno de los líderes que acudan a la cita, algo nada usual. A falta de 43 días para las elecciones, ha decidido dejar todo en manos de la secretaria Hillary Clinton. Por supuesto, le han llovido las críticas por estar más interesado en su reelección que en sostener conversaciones con otros dirigentes mundiales, aunque la Casa Blanca sigue pregonando el intenso compromiso de Obama en materia de política exterior y seguridad nacional. Estados Unidos está perdiendo una gran oportunidad mediática para confirmar sus valores y su liderazgo ante el mundo, y para explicar cómo piensa afrontar lo que se le viene encima.

Obama se retira de la escena, y otros la ocupan; como Ahmadineyad, que en su primer día en Nueva York ya se encargó de llenar los titulares con insultos a Israel y demás, a pesar de la advertencia de Ban Ki-Moon con respecto a las declaraciones incendiarias y provocadoras. Pues ahí está Ahmadineyad, en plan sobrado. Será porque le dejan. 

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