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El fracaso de Obama

Obama se ha dejado por el camino gran parte de la credibilidad y del liderazgo norteamericanos.

En el principio fue El Cairo. Allí Barack Obama pronunció en 2009 el famoso discurso donde afirmó que se desentendería de los asuntos internos de los países árabes, y que tendería una mano a los musulmanes que odian a Norteamérica. Esta política le valió los aplausos de buena parte de Occidente, que le obsequió con un celebrado Premio Nobel de la Paz que en verdad premiaba la belicosidad de Barack hacia todo lo que sonase a la Administración Bush. Aunque pocos repararon en que los distintos grupos y Gobiernos islamistas simplemente mostraron un profundo desprecio por la política de manos tendidas.

En medio de este retraimiento le cogió la Primavera Árabe. En ella chocaron estrepitosamente la doctrina buenista y no intervencionista que emanaba de la Casa Blanca con las necesidades reales de Estados Unidos. Obama estuvo ausente en las revueltas tunecina y egipcia, a la que Washington llegó tarde y mal. En el caso libio, la imprudencia francesa arrastró a los Estados Unidos a una guerra en la que Obama no creía, pero que apuntaló a regañadientes. Su liderazgo desde atrás sirvió para derribar a Gadafi, pero no para apuntalar a un sustituto mínimamente estable, labor que dejó a otros. Pese a los riesgos, respetó al máximo su principio de no provocar al radicalismo islámico entrometiéndose.

Claro que lo que caracteriza a este último es que no le hace falta ser provocado, no al menos deliberadamente, para mostrarse agresivo. Los episodios de violencia que protagoniza son recurrentes, por múltiples pequeñeces que no dependen de las buenas intenciones ni de las cesiones de Obama. Este ha sido su gran error ideológico: pensar que podía aplacar el odio antiamericano de este tipo de totalitarismo sólo con pretenderlo.

¿Qué queda del gran proyecto de Obama al final de su mandato? Este enorme desplante a la realidad ha acabado saltando por los aires con ocasión de un absurdo video. El asalto a las embajadas norteamericanas por todo el mundo árabe constata el fracaso cultural y estratégico de Obama. Estratégico, porque ya no hay nadie, en Trípoli, Bengasi o El Cairo, que impida o minimice los ataques a Estados Unidos en la región. Su impotencia es clamorosa. Y, sobre todo, cultural, porque los ataques generalizados contra las legaciones norteamericanas muestran que los cuatro largos años de entente obamita con el radicalismo islámico no han valido para aplacar a éste, que se muestra tan decidido como siempre.

Obama se ha dejado por el camino gran parte de la credibilidad y del liderazgo norteamericanos. 

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