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El islamismo marroquí, en alza

La muerte de Yasin puede ser un momento no de debilitamiento sino de revitalización de la causa islamista.

El fallecimiento, el pasado día 13, del jeque Abdesalam Yasin deja de momento huérfano al más importante movimiento islamista de Marruecos, Justicia y Caridad, grupo con importante proyección en el país y también en el exterior, particularmente entre la abundante inmigración marroquí en Europa.

No pudiendo ser sucedido, por motivos obvios, por su muy mediática hija Nadia Yasin, el veterano jeque, que se permitió desafiar a principios de los setenta a Hassán II, será sucedido por cualquiera de las figuras más visibles de su movimiento: Fatalá Arsalán, Mohamed al Abadi, etc.; pero lo importante, más allá de tal medida orgánica, es el legado que deja. Fue en 1987 que fundó Justicia y Caridad, movimiento especialmente nocivo en términos de inoculación de la ideología islamista dentro y fuera de Marruecos; y aunque en un momento como este algunos se puedan ver tentados a destacar supuestas actitudes moderadas y componedoras del propio Yasin o de su grupo –relacionándolo, por ejemplo, con el sufismo–, lo cierto es que él fue –y su grupo sigue siendo– una herramienta de radicalización de gran alcance.

Con islamistas más o menos radicalizados en el poder (Túnez y Egipto), en las calles (el Frente de Acción Islámica jordano, que socava la autoridad del rey Abdalá), en las trincheras (Jabhat al Nusra, en Siria) u ocupando inmensos territorios (norte de Malí), no es momento para elogiar a alguien que, como Yasin, trabajó con ahínco para inocular esta ideología; ahora deja un legado que muchos se sentirán tentados de asumir.

Socavar la figura de Mohamed VI cuestionando su perfil religioso es su principal herencia en términos de potencial desestabilización del régimen marroquí. Su capacidad para la organización de las masas de creyentes fue su principal herramienta. Enormes manifestaciones perfectamente encuadradas a lo islamista, copando las grandes avenidas de las principales ciudades del país, lo pusieron de manifiesto. Convocadas para criticar las intervenciones militares en Afganistán o Irak, o para apoyar la Segunda Intifada, las manifestaciones de Justicia y Caridad (JyC), que ningún régimen islámico podía prohibir, fueron siempre pulsos al régimen y desafíos a otros islamistas –los institucionalistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD)– y a los movimientos laicos. Algunos destacan ahora que JyC compartió manifestaciones con el Movimiento 20 de Febrero, pero también deberían recordar cómo JyC guardaba siempre las distancias con respecto a los que veía como laicistas.

Ahora que sucesivas amnistías han puesto en la calle a salafistas como Hidouci, Fizazi, Kettani o Rafiki, y que los islamistas supuestamente moderados del PJD, con su ministro de Justicia –Mustafá Ramid– a la cabeza, preconizan la liberación de los restantes presos islamistas, y cuando se desafía al Rey –como en paralelo se hace cada vez más en Jordania–, la muerte de Yasin puede ser un momento no de debilitamiento sino de revitalización de la causa islamista.

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