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Inestabilidad en Libia

El problema es que Libia sigue siendo un gran bazar de armamento y que su inmensidad geográfica y el descontrol reinante agravan la situación.

La reunión prevista para el día 12, en la localidad libia de Ghadames, entre los primeros ministros de Libia, Argelia y Túnez –Alí Zeidan, Abdelmalek Sellal y Hamadi Jebali, respectivamente– se explica ante la magnitud de la inestabilidad en Libia y sus consecuencias transfronterizas para sus dos vecinos. No se trata pues de analizar el tema estrella para muchos del norte de Malí, y la eventualidad de una intervención militar multinacional, sino de algo mucho más inmediato: el agravamiento de la situación en Libia.

La perduración de las milicias más de un año después del derrocamiento de Muamar el Gadafi, los arreglos de cuentas de estas con individuos y comunidades vinculados con aquél y, también, los golpes de mano contra las nuevas autoridades y contra sus instrumentos políticos y de seguridad definen la situación a comienzos de 2013. Esta es la situación cuando lo que ocurre en Libia, y en concreto el sangriento ataque terrorista contra el Consulado estadounidense en Bengasi, el pasado 11 de septiembre, sigue teniendo consecuencias en Washington.

Para ilustrar cuán grave es la situación no hay más que referirse al intento de asesinato, en Sebha el 5 de enero, de Mohamed Megaryef, presidente de la Asamblea Nacional libia y por tanto presidente interino del país. Tres de sus guardaespaldas resultaron heridos cuando diversos individuos atacaron durante tres horas el hotel en el que se encontraba. Este ataque, unido al que sufría, el 7 de enero en Bengasi, el cabecilla de la yihadista Ansar Al Sharia, Salem Abu Khartala, permite comprobar la ubicuidad de la violencia.

El lanzado contra Megaryef es achacado por muchos a elementos gadafistas, sobre todo por haberse producido en la localidad de Sebha –uno de los últimos refugios de los leales al líder derrocado– y por la calidad del objetivo fijado. En cuanto al ataque contra Abu Khartala, todo indica que se trató de un ajuste de cuentas derivado de la participación de éste en el asesinato, en julio de 2011 y también en Bengasi, de Abdelfatah Younes, quien había sido ministro del Interior de Gadafi hasta que decidió pasarse a los rebeldes para convertirse en el líder militar de estos hasta su asesinato.

Pero aunque haya aún elementos gadafistas en la clandestinidad y aunque se realicen ajustes de cuentas en diversos escenarios –realidades ambas que tampoco son tan sorprendentes si recordamos la sucesión de revueltas, guerra civil e intervención militar extranjera que desembocaron en el derrocamiento de Gadafi y en el estallido del caos– lo verdaderamente preocupante en clave regional es otra cosa. El problema es que Libia sigue siendo un gran bazar de armamento y que su inmensidad geográfica y el descontrol reinante no hacen sino agravar la situación a escala más amplia. Armas libias siguen interviniéndose en Oriente Próximo; Argelia y Túnez son vecinos cada vez más preocupados y, finalmente, la gravedad de la situación en el norte de Malí sigue recordándonos los nefastos efectos que el deterioro de la seguridad en Libia ha provocado ya.

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