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Obama en Brandeburgo

Brandeburgo ofrece la imagen de un gigante económico que no quiere ver un arma y un gigante armado, cada vez más pobre, que no quiere usarla.

Brandeburgo ofrece la imagen de un gigante económico que no quiere ver un arma y un gigante armado, cada vez más pobre, que no quiere usarla.

Thatcher tenía más confianza en las ideas económicas de un socialista alemán que en las de un conservador británico. También, suponemos que con mayor razón, confiaría más que en las de una conservadora francesa. La hoy presidenta del FMI Christine Lagarde reprochó hace poco a Alemania que funde su economía en la producción, cuando los franceses lo hacen en el consumo, alors quand même! Así que no sorprenderá demasiado que, entre las dos potencias occidentales, se pueda confiar más en una democristiana alemana que en un demócrata americano.

No es que haya nada especialmente negativo en el discurso de Obama en Berlín, salvo que lo único que le interesa es unirse a la línea de popularidad que va de JFK (Ich bin ein Berliner) a Ronald Reagan (Mr. Gorbachev, tear down this wall!) y que no es pacifista rebajar la defensa de Europa del Este frente al autoritarismo de Putin. Pero sí es esencial que el objetivo de su política exterior sea el liderazgo desde atrás, lo que genera un vacío que muchos han corrido a cubrir. De todos ellos (China o la India en economía, Brasil o Turquía en ideologías sincretistas, Francia en la defensa contra el terrorismo), Alemania es a la vez la más poderosa y la más reticente.

Todos conocen las buenas razones que alimentan la tibieza germana, aunque en economía se han sacudido la culpa. En efecto, por las mismas razones históricas que se resiste a mandar más –el ascenso de Hitler al poder–, Alemania está convencida de los beneficios de una moneda fuerte, el control de la inflación y la seguridad jurídica. Se coloca así frente a las posiciones de Obama, cuya receta anticrisis se fundamenta en la flexibilización cuantitativa (impresión de dinero). Cuando termine, y lo hará, algunos, Alemania y la Zona Euro, estarán más preparados que otros.

En contrapartida, Alemania no desea subirse ni siquiera en el vagón de cola de las aventuras bélicas occidentales. La última aportación la hizo al contingente europeo en Afganistán, pero dijo no al eje Sarkozy-Cameron en Libia y dice hoy no a armar a los rebeldes sirios.

En suma, Brandeburgo ofrece la imagen de un gigante económico que no quiere ver un arma y un gigante armado, cada vez más pobre, que no quiere usarla. Obama representa en Berlín a una potencia pasota de visita en una emergente.

Sin embargo, con permiso del progreso hispanoamericano, Europa y Estados Unidos forman el eje de mayor prosperidad y libertad del mundo. La proyección de sus principios económicos y políticos merece más empeño. Es lo que quieren contrarrestar países como China, y lo que anhelan destruir Irán, Corea del Norte o las bandas terroristas. Esperemos que los desistimientos de Obama y las reticencias de Merkel no impidan el ejemplo que sus dos países proporcionan. Y esperemos que, en lugar de convertirnos los españoles, por envidia e insuficiente espíritu de emulación, en los tontos útiles de quienes odian a Occidente, contribuyamos a su expansión.

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