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Siria, ¿tigre de papel?

¿Qué pretendería una intervención aliada, asegurar una victoria de la oposición, hacer una operación humanitaria o eliminar la amenaza química?

En qué condiciones están las capacidades aéreas baazistas es la gran pregunta que surge ahora que renace el debate sobre una posible actuación internacional en Siria. Todo por la amenaza de las armas químicas, los ataques israelíes, los atentados en suelo turco y la iniciativa ruso-americana para buscar una solución al conflicto.

Sin embargo, las opiniones sobre su letalidad y su fortaleza son variadas. Para unos constituyen un sistema altamente cualificado; para otros, Damasco es un tigre de papel.

Curiosamente, aquellos que desean una intervención extranjera hablan de su desgaste y de la falta de mantenimiento, mientras que aquellos que se oponen alaban su potencial.

Entre los primeros que encuentra parte de la oposición, que destaca las deserciones de varios oficiales de las Fuerzas Aéreas, el primero de los cuales fue el coronel Hasán Merei al Hamade, en junio de 2012. En octubre de ese mismo año, un general retirado y simpatizante de los rebeldes, Akil Hashem, afirmó que con un sólo portaviones y un puñado de aviones de combate era posible establecer y mantener una zona de exclusión aérea. Otro antiguo general de la fuerza aérea unido a la oposición, Mohamed Fares, aseveró que sólo un tercio de los pilotos llevan a cabo ataques contra la oposición, porque Asad no pude contar con la lealtad de los otros dos tercios.

Sin embargo, del lado occidental, y sobre todo desde el Pentágono, se muestra más cautela. El jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Martin Dempsey, ha afirmado que sólo su país puede hacer frente a la fuerza siria, cuyas capacidades aéreas son cinco veces más sofisticadas que las libias, con lo que ha sugerido que cualquier tipo de operación por parte de Washington tendría demasiado riesgo y complicación.

¿Cuál es el verdadero estado de las capacidades aéreas de Siria? El régimen comenzó a utilizar tales recursos en verano de 2012 para frenar el avance de rebeldes hacia los centros urbanos. Desde entonces ha demostrado poder llevar a cabo tanto ataques aéreos independientes como apoyo cerrado a las operaciones terrestres, y aumentado los ataques aire-tierra (desde enero de 2013). También tiene capacidad de reabastecimiento en vuelo (que obtiene de Irán) y sistemas (cohetes, misiles, no tripulados) para transportar armas químicas. En cuanto a su capacidad de defensa aérea, está bien equipada pero con material antiguo y mal mantenido. Una defensa que se demuestra eficaz contra objetivos de corto alcance –como se vio con el derribo de un avión de reconocimiento turco en julio de 2012– y más inefectivo contra objetivos de largo alcance –como quedó en evidencia en los últimos ataques israelíes–.

Es decir, sus capacidades siguen siendo sustanciales, aunque en algún aspecto se demuestran vulnerables. Pero la gran pregunta –mientras llegan de Rusia los misiles avanzados antibuque– debería ser aclarar cuál sería el objetivo de una posible intervención extranjera: ¿asegurar una victoria de la oposición, una operación humanitaria o eliminar la amenaza química?

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