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La Declaración de Gredos y los menores de El País

Todos los diarios —excepto El País y La Vanguardia— dedican un editorial a respaldar la Declaración de Gredos, un documento firmado por los siete ponentes de la Constitución española en la que proclaman la plena vigencia de nuestra Carta Magna y en la que claramente advierten que las “eventuales reformas que el futuro pueda aconsejar deben acomodarse a las propias reglas del juego que la propia Constitución establece; y abordarse con idéntico o mayor consenso al que presidió su elaboración”.

Si significativo es que el diario de Prisa, así como uno próximo al nacionalismo como La Vanguardia, no le hayan querido dar relieve editorial, mucho más lo es —para hacerse una idea del sentido de esta declaración de los “padres” de la Constitución— el hecho de que ni el líder de IU ni del PNV hayan querido sumarse a esta “adhesión inquebrantable” a nuestra Carta Magna.

Tanto El Mundo, como ABC y La Razón respaldan la vigencia de la Constitución y el valor de toque de atención que puede tener esta Declaración de Gredos frente a todos aquellos que alegremente quieren “reformarla” bajo la obvia estupidez de que la Carta Magna no es “inmutable”. El texto de los ponentes, lógicamente sin nombrarlos, les advierte y recuerda que esas “eventuales” reformas “que el futuro pueda aconsejar” “deben acomodarse a las reglas del juego que la propia Constitución establece y abordarse con idéntico o mayor consenso al que presidió su elaboración”.

Frente a todos aquellos que quieren encubrir su secesionismo con una supuesta falta de autonomismo, los ponentes recuerdan que el Estado Autonómico inserto en nuestra Carta Magna “representa el proyecto descentralizador más importante de la historia de España”.

El Mundo respalda las dos premisas que exigen consenso y acatamiento de las reglas del juego a esas eventuales reformas, reprochando a IU y al PNV su oposición a este documento. A IU “le recuerda que es heredera de un PCE que sacrificó parte de sus señas de identidad para facilitar la reconciliación de todos los ciudadanos”. Al PNV, le dice que “es cierto que el PNV no contó con representación en la comisión de los siete ponentes, pero Xavier Arzalluz fue consultado e informado del desarrollo de los trabajos. De hecho, hasta hace muy poco tiempo, el PNV pareció aceptar la Constitución y sus reglas del juego”.

Aunque sorprendentemente es el único en hacerlo, la verdad es que El Mundo se queda pero que muy corto con los reproches a IU y el PNV. En primer lugar, el único sacrificio digno de mención que hizo el Partido Comunista fue aceptar la institución monárquica, pero ante esa renuncia al republicanismo —sólo de cara a la Constitución porque sigue todavía como seña identidad de partido— hay que indicar que los partidarios de la República han sido siempre minoritarios en España. Lo fueron en el referéndum que trajo la Segunda República y mucho más lo eran en el momento de la proclamación de la Constitución. El resto del “sacrifico” del PCE no es más que el que tenía que hacer un partido comunista para ser compatible con un sistema representativo: renunciar a la dictadura del proletariado y defender la otrora vituperada democracia burguesa. Ese sacrificio tiene que ser además contrarestado con el sacrificio de los parientes de las millares de personas exterminadas por los comunistas que tuvieron que empezar a dejar de tratar a Carrillo como un criminal de guerra para abrazarlo como un promotor de la reconciliación nacional. Eso por no hablar del literal “harakiri político” perpetrado por las Cortes franquistas para dar paso a la etapa constituyente...

Respecto al PNV, lo que caracteriza a los nacionalistas vascos es la enorme desproporción de su influencia en la elaboración de nuestra Carta Magna que para nada se correspondía con su exiguo poder de representación ciudadana. A los nacionalistas vascos —a diferencia de otras formaciones que no contaban con representación en la comisión de los siete ponentes debido a su escasa representatividad ciudadana— no sólo se “le informó y consultó” a través de Arzalluz, como tímidamente indica El Mundo; Se les dejó que marcaran e influyeran en nuestra Carta Magna de manera más evidente que la influencia que pudo ejercer ponentes como Pérez Llorca o Fraga. No por nada Arzalluz, después de colar sus cambios requeridos, afirmó que “la Constitución aprobada por el Congreso es para mí, lealmente, más positiva que la de la República en muchos aspectos, y concretamente en el autonómico. No me parece racional decir no a esta Constitución, creo que debemos acatarla”.

Lo cierto es que Arzalluz, una vez conseguido lo que quería de los ponentes, los traicionó y promocionó la abstención en el referéndum constitucional dejando en evidencia la validez de la célebre advertencia de Julián Marías de que “no hay que intentar contentar a los que no se van a contentar”.

Hasta un ponente tan poco sospechoso de proximidad al PP como Gregorio Peces Barba reconocía hace unos días sentirse engañado en su buena fe por los nacionalistas. En cualquier caso, la Declaración de Gredos sale al paso de algunos mitos del nacionalismo vasco —como ese de que la Constitución no fue respaldada en Euskadi— señalando que “los ciudadanos respaldaron por amplísima mayoría la Constitución Española, en todas y cada una de las provincias”.

De todas formas y aunque esta Declaración también incide repetida y genéricamente en los principios que sustentan nuestra Carta Magna, no hubiera estado de más una apelación concreta a la “nación española” como fuente de soberanía, tal y como nuestra Constitución establece.

Que personajes como Miguel Herrero o —en muchísima menor medida— Miquel Roca hayan suscrito esta aceptable declaración en defensa de nuestra Carta Magna no borra el lamentable papelón que ha venido desempeñando —sobre todo el primero— en estos años para desvirtuar el valor y la vigencia de nuestra Constitución. Que a un Miguel Herrero le vista más su título de “Padre de la Constitución” que el de “Premio Sabino Arana” que también ostenta no es una razón para ser ahora más indulgente con este oportunista padrastro de nuestra Carta Magna. Tampoco resta valor ni sentido a esta Declaración el hecho de que la suscriba un nacionalista —por otra parte mucho más moderado que la actual línea de CiU— como Miquel Roca, persona que, en sus actuales quehaceres profesionales y de conferenciante, ha tenido oportunidad de ver el prestigio que le acarrea su “paternidad”, a pesar de poder haberla ejercitado de forma mucho más ejemplar.

En cualquier caso, tampoco parece razonable que esta Declaración conmemorativa tuviera como objetivo descalificar y excluir por su nombre a todos los partidos que la vienen devaluando —incluido el de Maragall. Esa reflexión, que necesariamente ha de ir un poco más allá, es más conveniente que la hagan los diarios, tarea que, sin embargo, no la emprenden unos editorialistas que parecen empeñados en ser más políticamente correctos y conciliadores que los propios ponentes de la Declaración de Gredos y de la Constitución Española.

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