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POLÍTICA ECONÓMICA

Confianza, tonterías y evolución de las empresas españolas

Según nuestra vetusta (con perdón por la falta de progresismo) Real Academia de la Lengua, una tontería es un dicho o hecho tonto, un acto sin importancia, cosa de poca entidad. Sentarse mientras otros están en pie; acudir a tal estreno cinematográfico, y no a tal otro; animar a los de una religión, mientras se no-anima a otra; revivir cansinamente unas escenas del pasado reciente pero no otras; que la primera visita oficial sea a tal país y no a cualquier otro, son hechos que algún viejo, pero progresista, varón del PSOE ha calificado de simples tonterías achacables a un gobernante novato.

Según nuestra vetusta (con perdón por la falta de progresismo) Real Academia de la Lengua, una tontería es un dicho o hecho tonto, un acto sin importancia, cosa de poca entidad. Sentarse mientras otros están en pie; acudir a tal estreno cinematográfico, y no a tal otro; animar a los de una religión, mientras se no-anima a otra; revivir cansinamente unas escenas del pasado reciente pero no otras; que la primera visita oficial sea a tal país y no a cualquier otro, son hechos que algún viejo, pero progresista, varón del PSOE ha calificado de simples tonterías achacables a un gobernante novato.
Se trata de hechos más o menos afortunados sí, pero, en definitiva, insignificantes; una sosería vamos, una simple gansada, una bobada.
 
Ya se sabe: lo primero que muestra que un novato ha llegado a un cargo, es que saca el hacha y se lanza a destruir, y lo hace porque quiere construir el solo la magna pirámide que dejará como herencia. Comienza así por tirar todo lo que estaba cuando aterrizó, sin pararse siquiera a calibrar la bondad o maldad, la eficacia o la eficiencia, de lo que ha quedado del gobierno anterior. Sigue, luego, comprando nuevas cosas. Por sistema, han de ser las opuestas a las que el gobierno saliente adquirió. ¿Que el despacho estaba decorado en blanco y negro?, pues que lo redecoren en rojo y verde; ¿que él se unió al sector norteamericano?, pues yo al antiamericano. En fin, dicen los viejos varones, esas cosas simplemente pasan. Es parte de la condición humana, una bobada de nuestra soberbia naturaleza.
 
¡Ya aprenderá! ¡Denle tiempo! Y además bastante, si nos atenemos a la predicción de "The Economist": es más que posible que "the government's assault" pueda incluir con el tiempo muchos más hechos de esa naturaleza.
 
Otro sector es más proclive al hombre en cuestión. Será novato en las formas, pero tiene un gran fondo, una gran ideología y lo está demostrando desde que entró en política. Así, dicen, en cuanto ha tenido ocasión, se ha empleado a fondo en alegrar el oído de la Gran Sociedad con discursos que algún ministro ha calificado como verdaderamente importante. Hablar y hablar de principios tan novedosos como el sol, tan pesados como un ministro sin cartera, tan solemnes como la alianza de civilizaciones para luchar contra el franquismo (perdón, el terrorismo) ha sido tildado de verdaderamente notable, valioso, conveniente, prestigioso, destacado, principal, eminente, sólido, enorme, excelente, grande, vital, trascendental, sustancial, primordial, fundamental, sobresaliente, solemne, considerable, influyente…
 
Poco interesa si alguien ha oído, poco si alguien ha escuchado, poco lo que en realidad se dijo o se quiso decir. Sólo importa el golpe de efecto: que ese ami, o ese freund ponga cara de felicidad (aunque probablemente esté pensando en cuánto misiles "stand off" va a venderte).
 
Desgraciada o afortunadamente, la sociedad moderna —la grande y la chica— posee termómetros infalibles para enjuiciar cuándo un gobernante hace o dice una tontería, y cuándo no.
 
El primero de ellos se llama COSTE, el segundo CONFIANZA
 
Comencemos por el COSTE. Si dices o haces una bobada, y lo más que ocurre es que recibes una tormenta de abucheos de tus ignorantes votantes o eres vilipendiado por los agresivos medios durante una o dos jornadas, puedes concluir que lo que has dicho o hecho ha sido, simplemente, una tontería. "The Economist" te dedicará un párrafo tirándote de las orejas, pero nunca tendrá efecto en los índices que publica.
 
Por el contrario, si haces una insignificante cosa y de facto la acción cuesta millones a los sufrientes ciudadanos, a las arcas del Estado y a ti, a mayores, te supone suscribir y pagar —en dólares y bilis— un contrato con el lobby que representa al enemigo, tienes necesariamente que concluir que aquello que hiciste no era tal tontería.
 
En atención a la congelación sine die de contratos que han sufrido las empresas españolas en la reconstrucción de Irak, por ejemplo; en atención a la perdida de subsecuentes inversiones, creación de empleo, y demás tontas variables de crecimiento, deberíamos concluir que mantener tus posaderas en el asiento mientras desfila la bandera de un muy respetado y respetable país democrático no es ninguna tontería de un novato. Más correcto sería afirmar que es una magna estupidez que debería hacernos reflexionar en las próximas elecciones.
 
Si prometes, por ejemplo empleo; si, debido a que Europa ha decapitado a Keynes, sabes que no tienes capacidad de ofertarlo directamente sino que debes acudir a la vía indirecta, que pasa necesariamente por los agentes empresariales más dinámicos; si sabes cómo está empeorando para ellos el entorno, debido a los más bajos costos laborales de nuestros amigos del Este, o de Oriente, poner piedras en sus zapatos es una magna idiotez.
 
Porque finalmente el país al que tratas de despreciar se reirá a mandíbula batiente, recordándote la conclusión de aquella famosa fábula entre el cocodrilo y el pájaro —"para el peso que me haces"—, mientras que a los que te debes y por los que existes como político llorarán amargamente, viendo cómo sus garbanzos y los de quien de ellos depende se ponen en peligro.
 
Si das un abrazo a tu amigo francés y a tu amigo alemán, y sugieres que, pobriños, se les deje un poco más de margen porque están pasando malos días; que se olviden las sanciones por el exceso de déficit que ellos voluntariamente acordaron con el resto de los miembros, porque lo que hay que hacer es una tolerante educación en positivo —nunca decir que no, nunca reñir, siempre comprender, siempre alentar— no estás haciendo otra cosa que elevar a largo los costes de tus mercados. Y esas tonterías, las sufrirán tus votantes y los que no te votaron, y los del PSOE y los del PP, y los catalanes, y los que no lo son.
 
El segundo instrumento que mide el grado de memez de los gobernantes es la CONFIANZA.
 
Es ésta un cierto estado de ánimo, un valor inmaterial que con firmeza presenta como posible lo deseado.
 
Confía el estudiante que ha estudiado, en que le saldrá bien el examen. El que no ha mirado el libro sólo confía en que su habilidad para copiar o para embaucar al profesor nuevamente sirva para lo que está preparada.
 
Es confianza la del ciudadano de un país moderno que espera que la policía detenga a los malos y le proteja contra los delincuentes de todo tipo, y no al revés, es decir, que se detenga a los buenos y se deje en libertad o se incentive a los delincuentes*.
Es, finalmente, confianza la del emprendedor que se lanza a invertir porque su experiencia le indica que las circunstancias globales —entre las que se incluyen la labor de gobierno o desgobierno de sus gobernantes— van a hacer posible lo que prevé. Y, créanme, hace falta un gran estado de ánimo para meterse en un berenjenal como el de producir, vender, ¡cobrar!, crear trabajo, y que la prosperidad de muchas familias caiga sobre tus espaldas.
 
Si un gobernante hace una tontería, o dos, o diez, la confianza no se altera. Pero si, por el contrario, la confianza baja es que el gobernante lo está haciendo mal en cosas que los ciudadanos juzgan como importantes.
 
Hace escasamente un año —en diciembre de 2003— la Asociación Europea de Cámaras de Comercio e Industria publicaba su "Economic Survey, 2004" en el que se evaluaba el "Business climate" en los países de la Unión.
 
Tras repasar dicho informe podía el lector sentirse satisfecho mirando al futuro: pese a que las expectativas de creación de empleo no eran especialmente alentadoras, la confianza de las empresas de los países miembros ascendía notablemente. De un 13,2% neto en 2003 se pasaba a un valor de 21,7% para final de 2004.
 
Por otro lado, si el lector era español, podía ampliar aún más su sonrisa y, con un sano orgullo, arrancarse por seguidillas, porque en España las perspectivas eran más alentadoras, en todos los aspectos, incluyendo el de inversión, cifras de negocio y exportación.
 
De los más de 4.500 empresas españolas consultadas, el 40% declaraba poseer expectativas excelentes sobre el desarrollo de nuestra economía en 2004; el 49% las calificaba de buenas, sólo el 11% de regulares o malas. En Alemania, por ejemplo, dichas cifras eran de 29, 46 y 25. Las de Francia, 47, 36.7 y 16.3.
 
Los datos reales del primer trimestre de 2004 fueron muy alentadores. La esperanza se transformó en realidad. Sí, empezamos bien el año, pero, desgraciadamente, lo acabaremos mal. Cuando todo iba viento en popa, algo —una tontería o dos, una cosa insignificante, un conjunto de bobadas— se ha cruzado en el camino del emprendedor español, y le ha chafado no sólo lo que esperabas sino aún lo que tenía por seguro.
 
Acaban de darse a conocer los datos relativos a la confianza empresarial constatados en 2004 según un estudio elaborado por las Cámaras de Comercio de España. Estos datos, permiten corroborar si las expectativas a las que nos referíamos se han transformado o no en realidad.
 
Se trata de un índice que mide las perspectivas de la empresa española, desglosada entre otras medidas, en industria, construcción, comercio y minería, y ponderada respecto a la importancia del sector en la economía española, tamaños, etc. Es un índice con alta fiabilidad, tanto por la manera en que está construido el sintético, como por la muestra en la que se basa.
 
Pues bien, desgraciadamente tenemos que decir que en mayo ese índice de confianza alcanzaba los 17,3 puntos bajando al 5,3 en septiembre —una pérdida del 70%—. Es cierto que en octubre vuelve a subir hasta 10,9, pero se interpreta esa subida como un repunte en el sector comercial debido a las expectativas de las compras navideñas. Ya se sabe: en Navidad todos gastamos de lo lindo.
Puede argumentarse así: "bueno si se gasta es porque hay confianza". Sí, pero no. Frente a los racionales productores, muchos consumidores nos dejamos llevar ampliamente por la inercia del consumo, y seguimos consumiendo hasta que el número rojo, o el despido, o cosas de la misma jaez, nos obligan a frenar drásticamente. Y ni por éstas: véanlo desde otra perspectiva: respecto a las mismas cifras del año anterior, Navidad incluida, el índice confianza acusa un descenso de 3,6 puntos.
 
Por sectores, el informe de las Cajas señala que —salvo comercio y otros servicios— todos los demás sectores sufren pérdidas de confianza, empezando por la construcción que los padece especialmente: sus expectativas de inversión son negativas por tercer trimestre consecutivo; achacándose más del 50% de la explicación a la debilidad de la demanda. Ya se sabe que invertir en bienes raíces requiere mucha confianza. ¿Cómo hubiera quedado el índice si el Secretario de ilustre apellido hubiera hablado antes de la suavización de las deducciones por planes de pensiones o vivienda? ¿Cómo si nos hubiéramos enterado que la Señora Ministra era capaz de hacer un plan de choque para la vivienda en un fin de semana?
En fin, que la confianza cae, y si cae es porque se entiende que se cometen errores; y si cae tanto es porque se juzga que se cometen errores de bulto en grandes temas, y no en tonterías.
 
Aún así no se inquieten: seguro que hay solución. Transcribo el final de un irónico editorial de The Economist (10/9/2004) "in its usual spirit of "consensus and dialogue", the government has set up a committee to resolve the dispute".
Dentro de poco, tendremos un plan de choque contra las tonterías.
 
* Si se me permite el pequeño dislate, no me resisto a sostener que afirmar que a un alto mando de una fuerza de seguridad se le destituye por pérdida de confianza es, no sólo una gran tontería, sino un grave insulto al resto de sus compañeros que me merecen toda la confianza del mundo. Si hay individuos corruptos, arranque usted las malas hierbas. Así todo el árbol crecerá más frondoso, y la confianza del ciudadano aumentará.
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