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MATERNIDAD Y VIDA LABORAL

Día de la Madre y Día del Trabajo

Una amiga pintora prologó uno de sus catálogos justificando su vocación. En el texto, titulado 'De lo absurdo de ser pintora en 1995', confesaba sentirse culpable porque, mientras el mundo gestaba grandes inventos o libraba diferentes batallas, ella pasaba tardes y más tardes en compañía de dos limones. No mencionaba que al invierno siguiente, cuando esos limones habían pasado de perfectos a mohosos y de arrugados a inexistentes, seguían luciendo su áureo en un lienzo colgado en una prestigiosa galería de arte.

Una amiga pintora prologó uno de sus catálogos justificando su vocación. En el texto, titulado 'De lo absurdo de ser pintora en 1995', confesaba sentirse culpable porque, mientras el mundo gestaba grandes inventos o libraba diferentes batallas, ella pasaba tardes y más tardes en compañía de dos limones. No mencionaba que al invierno siguiente, cuando esos limones habían pasado de perfectos a mohosos y de arrugados a inexistentes, seguían luciendo su áureo en un lienzo colgado en una prestigiosa galería de arte.
Tampoco hacía referencia a que el resultado de su absurdo hobby, para ella una pérdida de tiempo comparado con la productividad de quienes dirigen empresas, plantan tomates o curan enfermos, se vendería por bastantes miles de euros. Al final concluía que las cincuenta horas empleadas en esos superfluos limones no valían para nada pero que ella necesita buscar la belleza. Sus cuadros ya están en los museos. Para que luego digan algunos que el valor de las cosas no es subjetivo.
 
Yo, que paso mis tardes, noches y días en compañía no de dos limones sino de mis hijas pequeñas, siento que también necesito justificar mi aparentemente improductiva vocación. Sé que no estoy perdiendo mi tiempo amamantando, jugando y cambiando pañales, pero a esta sociedad sí se lo parece, pues ha convertido el instinto que la permite sobrevivir, o que la puebla, en un lujo.
 
Contemplando a mi bebita mientras duerme, me siento como mi amiga con sus limones: entregada a un arte gustoso pero absurdo, buscando la belleza sin más, relegada a una actividad que sólo yo valoro. Como no tengo mecenas que me mantenga para dedicarme a  ser mamá a tiempo completo, cuento los minutos de baja maternal que me restan. Después tendré que dejar a mis hijas en consigna a las abnegadas abuelas, al servicio doméstico de importación o en la taquilla de la guardería. Y, como yo, tantas madres que no pueden no trabajar pero tampoco renuncian a su instinto maternal, aunque terminen sintiendo que no cumplen ni en casa ni profesionalmente ni tienen ni un minuto para sí mismas ni para pensar cómo cambiarlo.
 
Demasiadas acaban deprimidas, agotadas, impotentes sabiendo que se están perdiendo la efímera evolución de sus hijos. Mientras ellas corren intentando cumplir con las obligaciones impuestas a las madres trabajadoras, sus hijitos pasan incluso doce horas diarias sin sus padres, a una edad decisiva para el desarrollo (de 0 a 3 años), durante la que se forman los circuitos cerebrales.
 
Quienes no tenemos la suerte de contar con las abuelas debemos dejar a nuestros bebés en manos del personal peor pagado del panorama laboral: servicio doméstico y educadoras de escuela infantil. Reciben entre 500 y 1.000 euros mensuales por criar a los futuros ciudadanos del mundo, muchas veces en jornadas eternas, mientras limpian, cocinan y planchan. Como si cuidar a un niño no necesitara atención ni especialización ni amor. Nadie valora a quienes educan a nuestros hijos, pero tienen en su mano la labor más delicada y vital.
 
Lo suyo sería que madre o padre cuidaran de su descendencia, pero para sobrevivir hacen falta dos sueldos. ¿A quién no le gustaría poder permitirse quedarse en casa al menos temporalmente? Aunque me gusta mi trabajo, quisiera renunciar a él un tiempo para ocuparme del más importante reto constante que son mis hijas. Pero dos o tres años ejerciendo la maternidad o paternidad a tiempo completo no queda muy bien en el currículum. Hasta los creativos de Coca-Cola lo tienen claro, como demuestra su anuncio-homenaje a las madres no trabajadoras, ese colectivo de "fracasadas" que se dedica nada más y nada menos que a sentar las bases de la humanidad futura. Al menos ahora las mujeres podemos elegir: antes no teníamos ni acceso a la universidad.
 
Las españolas jóvenes hemos ganado mucho con respecto a nuestras abuelas, es verdad, pero también tenemos algo en común con ellas: ellas no podían trabajar, nosotras no podemos no trabajar. Tanto avance feminista ha servido para mucho, pero en eso estamos igual, con las opciones igual de limitadas, con la misma falta de libertad. Hasta mi abuela reconoce que no me envidia, ella que quiso trabajar y lo "único" que hizo fue criar ocho hijos. Pero nos convencen de que sí se puede tener todo, de que la vida laboral no se puede evitar pero sí "conciliar" con la familiar.
 
Según la Organización Internacional del Trabajo, España es el tercer país (después de Islandia y Grecia) donde más se trabaja, exactamente 1.807 horas anuales, es decir, hasta las tantas. Para los padres y madres, las tantas empiezan a las cinco de la tarde. Muchas parejas, si quieren ver a sus hijos al menos una hora al día, tienen que acostarles pasadas las diez, aunque no hayan cumplido ni tres años, aunque todos madruguen al día siguiente. Muchas madres no se acogen a las posibilidades de reducción de jornada porque no pueden permitirse ganar menos o porque saben que truncarían su carrera.
 
Una vez más, las leyes bienintencionadas no valen para mucho, porque no pueden (ni deben) regular la realidad del mercado: son nuestras acciones (y las de nuestros jefes) las que modifican esa realidad. Pero no actuamos, y según la agencia europea Eurostat el 17,6% de las mujeres no tiene el número de hijos que desearía porque no se siente capaz de reconciliar trabajo y familia. Obviamente, muchas mujeres se sienten realizadas trabajando, pero gran parte están a la vez frustradas porque las condiciones laborales limitan su libertad.
 
Y luego nos extraña lo que la nueva vida familiar trae consigo: el 40% de los niños con estrés y el 10% con depresión (por no mencionar la obesidad infantil, el botellón, etcétera), las españolas tenemos el menor número de hijos por madre de Europa (1,25), a los treintañeros se les pasa el arroz o no se plantean ni ponerlo a hervir. Además, mientras los jóvenes no procreen, no porque no les gustaría, el conjunto de la sociedad se queda sin paella, es decir sin contribuyentes que generen las pensiones. Quien crea que la Seguridad Social que paga religiosamente va a mantenerle cuando envejezca, ya puede empezar a ahorrar.
 
Pronto volveré al trabajo. Me perderé el día a día de mis hijas en edad preescolar. Alguien (ni yo ni su padre) las tendrá que recoger en el colegio. La tele y el ordenador las esperarán en casa cuando tengan 9 ó 10 años… Y cuando por fin me hagan abuela, si entonces tener hijos está más fácil, habré renunciado a tanto y ni siquiera cobraré mi pensión. Eso sí que es absurdo.
 
Quiero ser madre y tener opción de ejercer sin tener que disculparme ni echarme a perder ni morirme de hambre... ni ser una especie de superwoman que llega a todo pero en realidad a nada. Si esa es la idolatrada igualdad con el hombre, yo me bajo del carro. Tal vez debemos pretender menos igualdad y más libertad.
 
Cualquier madre o padre a quien se pregunte qué es lo más importante en su vida contestará que sus hijos, pero los dejará en manos de terceras personas. Es inevitable, ley de vida, me comenta todo el mundo cuando explico cuánto me cuesta resignarme. Pero se pueden propulsar iniciativas privadas como Take back your time ("Recupera tu tiempo"), una plataforma de norteamericanos unidos contra la epidemia del "sobretrabajo". Entre sus actividades destaca la elaboración de estrategias para conseguir mejores medios que reduzcan los horarios, multipliquen las vacaciones y faciliten trabajar a tiempo parcial o fuera de casa.
 
Lo mismo el secreto es convencer a las empresas de que si pasamos menos tiempo en la oficina necesitaremos menos pausas y cafés y rendiremos más, o que, por ejemplo, ahorrarían mucho permitiendo el teletrabajo. En lugar de esperar a que los gobiernos regulen a las empresas, nosotros podemos hacerlas flexibles.
 
Más vale tarde: feliz Día de la Madre a quienes luchan por que su maternidad no sea un lujo ni un absurdo y se nieguen a admitir el modelo de vida impuesto. No es fácil, pero nuestras abuelas consiguieron mejorar su realidad y nosotras podemos mejorar la nuestra. Al menos ellos, cuando sean bellos limones colgados en el museo de la vida, nos lo agradecerán.
 
 
Elena Gosálvez Blanco, editora de MR (Grupo Planeta).
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