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CASO “PRESTIGE”

El hombre que contaminó España

El presidente del holding “Alfa-group”, Mijail Fridman, el verdadero y único dueño del fuel que se vierte al mar, generándole beneficios gracias a las aseguradoras, no es una figura desconocida ni en su país ni en el mundo. Es un repugnante producto de la descomposición, tanto moral como física, del bolchevismo.

Al parecer, ha escogido las peores cualidades de la especie humana. Es un enano que pesa más de 100 kilos. Vive sólo: no soporta a nadie a su alrededor. Es un hombre sin escrúpulos, mediocre, avaro, mezquino, desconfiado patológico del mundo entero. Por lo menos así lo describe la propia prensa rusa. Está estrechamente vinculado con la mafia y con el poder político y es capaz de cometer cualquier crimen por dinero. A pesar de tener una de las fortunas más importantes del mundo (unos 2.000 millones de dólares) nunca presta dinero a nadie. Al mismo tiempo, le encanta cuando alguien le invita a tomar una cerveza. Pide cigarrillos a sus guardaespaldas para no comprarlos. No soporta las críticas y nunca perdona a sus enemigos.

Nació en una familia judía ucraniana hace 38 años en una ciudad provincial de Livov. Dicen que sus peores defectos, especialmente la falta de cualquier moral, los debe a sus padres, que siempre han llevado una doble vida. Por una parte, fingían ser buenos ciudadanos leales a los ideales ateos del comunismo, por otra eran integristas judíos que intentaban además educar a su hijo religiosamente. Pero, Mijail no se hizo religioso. A los 17 años se fue a Moscú para estudiar la carrera de ingeniero metalúrgico. Hasta ahora reprocha a los comunistas “no dejarle” hacer el doctorado por “antisemitas”. Pero la verdad es que no tenía facultades para ser un científico. Lo que le interesaba de verdad eran los “negocios”. Así, desde muy tierna edad se dedicó a revender las entradas del famoso teatro Bolsoi de Moscú. Al mismo tiempo, compraba objetos personales a los turistas extranjeros con el propósito de la reventa, aprovechando la escasez de productos de consumo en la época comunista. Se dedicaba también a la venta de droga.

Por supuesto, todos estos “negocios” eran ilegales y se consideraban como “delictivos” en la Unión Soviética. Para salir adelante y tener una protección oficial ante la policía municipal encargada de detener y castigar a los “especuladores callejeros”, Fridman ofreció sus servicios de informador al todo poderoso KGB. A los servicios secretos rusos le interesaban sus relaciones con los extranjeros y los “narcos”. Por ser “soplón” le perdonaban sus pequeños pecados.

La hora de Fridman llegó con los tiempos de Gorbachov, que abrió el camino a la iniciativa privada en Rusia. Dicen que sus primeras empresas dedicadas a la compra-venta de artículos de consumo prosperaron gracias a la mafia “báumanskaya” (llamada así por un barrio de Moscú). Le protegía, le abría hueco en la jungla del capitalismo salvaje ruso y, sobre todo, le ayudaba a “vencer” a la competencia. Pero, Fridman debe el verdadero éxito de su negocio a la corrupción en el Estado ruso. Tan ahorrador con la cerveza y los cigarrillos, no escatima dinero para sobornar a los altos funcionarios públicos. Y es que invertir en el soborno en Rusia es el negocio más lucrativo del mundo. Así, tiene a sus hombres en la Administración Presidencial (el gobierno paralelo), en el propio Gobierno y en el Parlamento. Vladislav Surkov, director adjunto de la administración, es un hombre de Fridman, igual que una docena de altos cargos del mismo organismo. Financia al grupo parlamentario progubernamental “Yedinstvo”. El ministro de Bienes del Estado, encargado de las privatizaciones, Farid Gazizullin, es también su “hombre”.

Con la ayuda de los corruptos se hizo, por ejemplo, con una de las compañías petroleras más grandes de Rusia: la “Empresa Petrolera de Tiumen”(EPT). En 1997, debido a su aporte financiero a la campaña presidencial de Yeltsin, el Estado le cedió el 40 por ciento de la compañía por un valor de 810 millones de dólares, de los que pagó sólo 170 millones. El resto, el 60 por ciento de las acciones, le costó unos 90 millones. Y eso que según los expertos el preció de la compañía es diez veces más alto. La Fiscalía llegó a abrir un expediente para estudiar la historia de la privatización de la EPT. Fue archivado debido a las presiones desde la cúpula del poder.

Últimamente, el imperio de Fridman se extiende gracias a la “bancarrota” de las compañías petroleras, propiedad del Estado. Así se hizo con “Chernogornieft”, con una producción de 6 millones de toneladas de petróleo al año, por sólo 160 millones de dólares. El mismo destino corrieron las empresas “Kondpetroleum” y “Rospan”. Esta última fue privatizada de forma completamente gratis, ya que Fridman presentó unos papeles falsos en los que se aseguraba que la compañía le debía 70 millones de dólares.

Así que nadie ni nada puede parar los negocios de este hombre. En este contexto, la operación “Prestige”, en la que debe ganar un millón de dólares por el hundimiento de su mercancía, parece un episodio de poca monta.

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