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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El País o la obesidad

Javier Moreno, al poco de ser nombrado director de El País, reorganizó la redacción. Cosa habitual: como los perros, los nuevos directores mean para marcar su territorio. Lo que me llamó la atención fue que los nuevos responsables de las páginas culturales provinieran todos de las de deportes.

Javier Moreno, al poco de ser nombrado director de El País, reorganizó la redacción. Cosa habitual: como los perros, los nuevos directores mean para marcar su territorio. Lo que me llamó la atención fue que los nuevos responsables de las páginas culturales provinieran todos de las de deportes.
Esto podría parecer extraño... si no se supiera que las páginas culturales (que, por lo general, son las más libres y variopintas de los periódicos) están dominadas en ese caimán independiente de la mañana por la publicidad, la promoción y el autobombo de los productos de la casa Santillana, los favores a los amiguetes y la disciplina de partido.
 
Para tales menesteres, la cultura y la afición a la literatura y a las artes (admitiendo, lo cual sería muy exagerado, que el cine español sea aún un arte, pero es a ciencia cierta un beneficioso producto publicitario) no son necesarias, y sí un buen sentido de los negocios y la disciplina. Eso pueden hacerlo los periodistas deportivos más eficazmente que esos maricones soñadores que idolatran la Belleza y la Poesía, como si el horno estuviera para bollos. Que se lo pregunten si no a Ignacio Echevarría, que tuvo la osadía de no obedecer las ordenes del comité central y se negó a hacer publicidad de una novela que no le gustaba. Fue fulminantemente condenado.
 
Claro, Javier Moreno y sus kapos deportistas han dejado muchas de las firmas habituales, para mejor dar gato por liebre, pero resulta que dichas firmas son de poco fiar. Tenemos, por ejemplo, el caso de Calvo Serraller, del que no se sabe muy bien si es crítico de arte, de moda o director de una agencia de modelos (gordas; las delgadas están prohibidas). Y que no me vengan con cuentos: no fui yo quien le echó del Prado.
 
El guardia civil Miguel Ángel Aguilar (y que me perdone la Benemérita por tal ofensa) escribía el otro día (El País, 3-10-06) sobre lo que debía ser un periodista. Como no podía ser de otra manera, en su caso, se basaba en palabras de su señorito, el académico de la mentira, Juan Luis Cebrián, que pronunció este sofisma: el periodista "debe hacer periodismo, aunque moleste a políticos, a sus jefes y empresarios". Como él es jefe y empresario, podría parecer masoquista (¡átenme!, ¡átenme!), pero sólo es mentiroso: sabe que ningún súbdito del Imperio Polanco va a "molestarle"; en cuanto a molestar a políticos, se entiende que se refiere únicamente a los del PP.
 
Pues Aguilar describe en su columna, siguiendo las enseñanzas carismáticas de su jefe, lo que debe ser el buen periodista, y describe con pelos y señales exactamente lo contrario de lo que él es, porque pocas veces se habrá visto a uno que, exaltando los méritos del periodista independiente y rebelde, se porte como un tipo cobarde, servil y à la botte de sus jefes. Aguilar no opina, repite.
 
Pero esto es lo de menos, porque Aguilar es lo de menos. Desde el principio, y sobre todo desde la presidencia de Gobierno del reo en libertad bajo fianza Felipe González, El País es un potente servidor de dos amos, como el personaje de la Comedia del Arte italiana; pero sin su gracia, porque la gracia, el humor, la chispa son cosas ajenas a esos burócratas del agitprop polanquista. Sus dos amos son de sobra conocidos: el primero es su propia empresa, el Imperio Polanco, o mejor dicho sus jefes y apoderados; el segundo, y sólo el segundo, es el "poder socialista".
 
La política editorial del caimán se distingue y verifica con la puesta en marcha de grandes campañas de propaganda sobre un tema elegido, e impuesto a todos los redactores y colaboradores so pena de muerte. Daré algún ejemplo: el "acoso" a El País, que movilizó a la crema y nata de la ralea intelectual mundial. Todos, absolutamente todos, tuvieran la relación que tuvieran con el diario, sus editoriales, sus radios, sus teles, fueron obligados a participar de la campaña, en nombre de la libertad de expresión, cuando se trataba del sabroso negocio de los derechos sobre el fútbol de Canal Plus. Que una estafa tan cínica y pordiosera haya funcionado a las mil maravillas demuestra la habilidad de nuestros mafiosos.
 
Pasemos rápidamente sobre sus eternas campañas de propaganda contra los USA e Israel, con sus picos de ridículo, como cuando participaron virtualmente en la campaña presidencial norteamericana y decidieron que Bush había perdido, pese al voto de los norteamericanos, porque ellos, en Madrid, habían votado en contra... Contra Israel son, a veces, un poquitín más finos, como cuando movilizan a escritores famosos pseudoliberales, como Mario Vargas Llosa, para atacar a los "energúmenos" israelíes.
 
Las campañas a favor de la inmundicia del estatuto catalán y de la "paz eterna" en el País Vasco han sido algo más conflictivas. No porque de pronto sus plumíferos se hubieran encontrado con un pedazo de conciencia en sus neveras, sino sencillamente porque en el seno del PSOE se manifestaron resistencias a la destrucción de España, lo que impuso cierta moderación a esa canallada, que ha salido algo descafeinada. Pero habiendo liquidado Rodríguez Z. a sus opositores, a los que no le servían lo suficiente, como Bono, Maragall, Rodríguez Ibarra y otros, también en El País han cesado las dudas e interrogantes, con lo que se demuestra la férrea independencia de sus redactores, según el modelo Cebrián/Aguilar.
 
Ahora estamos ante un problema peliagudo, otra estafa particularmente grave, porque hay muertos sobre el tapete, con la rendición del Gobierno y del PSOE ante las exigencias de ETA. Una rendición relativa porque, aunque están dispuestos a ceder el máximo ante los terroristas, no pueden darles todo lo que exigen: no pueden darles una provincia francesa, por ejemplo.
 
Y en este tejemaneje de quién engaña a quién resurge la posibilidad de alguna colaboración de ETA en los atentados de Atocha, y se vuelven histéricos, demostrando con su histerismo que algo sucio se ha ocultado. Día tras día El Mundo denuncia, con datos y pruebas, estos hechos, y día tras día el poder socialista y los plumíferos de El País exigen que se clausure El Mundo y se encarcele a Pedro J. Ramírez, por delito de piscina.
 
Comienza una nueva etapa, no tan nueva para el mundo pero si para El País, que siempre está en el furgón de cola: la tercera guerra mundial, contra el totalitarismo islamista. Y está visto que sus manuales "teóricos" y sus libros de estilo cebrianescos se quedan cortos.
 
Gordos y fofos, a base de tantos banquetes de la memoria, rodeados de tinieblas, no saben qué decir y se refugian en viejos sofismas de izquierda, como cuando Antonio Elorza, otro de los productos congelados cuya fecha de consumo ha sido superada hace años, o sea que está podrido, sentando, como siempre, cátedra, nos dice (El País, 30-09-06) que la "crítica intransigente" debe rechazar a los "causantes de desastres en el mundo de hoy, de Al Qaeda a Bush, del Tsahal a Hezbolá", que es como decir que la razón práctica de izquierdas hubiera debido rechazar tanto a Hitler como a Churchill. Hay que estar podrido hasta los tuétanos para escribir que Bush y Al Qaeda son lo mismo.
 
Fernando Savater el Sabio es más fino, pero igual de majo. En el mismo número del vómito sociata de la mañana se considera superior, o sea Filósofo con mayúscula, y da lecciones de urbanidad a moros y cristianos, condenando a los "talibanes católicos" (¿quiénes serán?) y manifestando cierta distancia digestiva hacia el islamismo radical, con motivo de la conferencia del Papa en Ratisbona y de las fanáticas reacciones musulmanas.
 
Él es el único heredero de Atenas, de las Luces, del cielito lindo de la razón práctica, y copiando a Tariq Ramadán cita a Avicena y a Averroes, sin decir, por si las moscas y por miedo, que esos pensadores musulmanes fueron duramente condenados por los representantes del islam radical, y que de todas formas todo ello ocurría por los siglos XII y XIII, y que estamos hablando de hoy; y, disculpen mi osadía: yo, que no soy ni teólogo, ni filósofo, ni siquiera creyente, estoy convencido de que el Papa también hablaba de hoy.
 
Savater el Sabio propone un pacto laico, "tanto para católicos como para protestantes, para musulmanes, judíos o budistas, y para ateos de toda laya" (se olvida de los ortodoxos, que son millones), y que todos juntos bailen la sardana.
 
Se necesita ser imbécil, y estar cegado por la venda velpeau del sindicato de zapateros turcos, para decir semejantes canalladas. ¿Niega que exista un terrorismo islámico, o piensa que a los terroristas islámicos les van a convencer sus doctas palabras y van a depositar sus armas para sumirse en el divino placer de la fraternidad humana? Yo, que soy "ateo de toda laya", estaría contra la Iglesia Católica si intentara restaurar la Inquisición, pero hasta los ciegos ven que no es así, que la Iglesia ha condenado la Inquisición. Son los otros los que asesinan, en nombre de Alá, y El País pretende no la Inquisición (no pueden), pero sí la censura.
 
Tampoco podrán: somos demasiados fuertes.
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