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DRAGONES Y MAZMORRAS

En el corazón de las tinieblas

Les puedo asegurar que esta semana me he ganado el sueldo. Para demostrar que soy una profesional, y pensando en ustedes naturalmente, acudí a la invitación que me hizo gentilmente Juan Cruz para asistir, en el mismismo centro del poder editorial (la Editorial Santillana),  a la entrega del premio Internacional Alfaguara de novela, que en su breve historia (7 ediciones)  ha premiado a novelistas como Sergio Ramírez, ex ministro sandinista.

Pero así como este último acabó siendo un revolucionario arrepentido, no se puede decir lo mismo de la actual premiada, la colombiana Laura Restrepo, millonaria de nacimiento y de cuerpo pero revolucionaria de práctica y de corazón, a quien conocimos en España, en la época de Suárez, cuando militaba  en el PSOE, llegando a ser secretaria general de la Casa de la Cultura de Ciudad Lineal, y  que hoy es directora del Instituto de Cultura y Turismo del Ayuntamiento (de izquierdas) de Bogotá. Un ecuánime jurado presidido por el no menos millonario José Saramago, y formado por escritores seguramente menos ricos pero no menos comprometidos en la defensa de los derechos de los más desposeídos, como Josefina Aldecoa y cuatro más a quienes no nombraré pues ignoro sus trayectorias y no quiero que se piense que los asimilo arbitrariamente a los anteriormente citados, ha premiado su novela titulada Delirio, que, ya lo verán, barrerá en la Feria del Libro.
 
El acto se desarrolló según lo previsto, es decir, con el mayor despliegue de medios de comunicación y de público, propio y ajeno (sobre todo propio), que he visto en estos casos. Jesús de Polanco estaba en la mesa de honor, haciendo de maestro de ceremonias, flanqueado por Isabel Polanco, responsable del grupo editorial, José Saramago, Josefina Aldecoa y la propia Laura Restrepo. Saramago, en su discurso, afirmó una verdad como un templo: que se puede ser una mala persona y un magnífico escritor, para añadir después que ese no era el caso de la Restrepo, dechado de virtudes morales, políticas y culturales. El “implacable e impecable defensor de la palabra”, como le llamó después la premiada, no pudo dejar de aludir también al reciente triunfo del bien sobre el mal en España que atribuyó a la fuerza —también implacable  e impecable— de la lucha que ellos encarnan, y sabemos hasta qué punto es verdad este último extremo. El parlamento de la premiada no tuvo desperdicio: esta señora bien, morena clara, de tez blanca y aspecto europeo común, (a no ser que se maquille muy bien), perfectamente peinada, vestida, lavada, planchada, homogeneizada y presurizada, amiga íntima de Saramago, al que considera su maestro, prodigó todo tipo de elogios a este último y centró su diatriba contra los ricos, los bien vestidos, los pulcros que desprecian a los pobres, a los oscuros, como ella  (se lo juro) llegando en su delirio real a explicar que en algunos países “arios” (sic) no quisieron publicar su novela La novia oscura, porque, siempre según ella, la palabra “oscura”, referida a la piel, es políticamente incorrecta. ¡Vaya, y yo que creía que esas sandeces eran un logro del progresío militante!
 
Con ser impagable lo que dijo, donde realmente se explayó la buena señora fue en la entrevista concedida al órgano oficial del grupo, El País, que dedicó al día siguiente casi cuatro páginas al grandioso acontecimiento y al sustancioso guateque que le siguió. ¡Eso sí que es hacer bien las cosas! Como supongo que la mayoría de ustedes no la habrán leído se la resumo, por su ejemplaridad. Entre otras actitudes igualmente nobles, ella admite hacer “guiños a Saramago” en sus novelas, por eso, como tiene su “conciencia literaria tranquila” (y asegurada) no quitó de la novela presentada la correspondiente cita del maestro, a sabiendas de que él estaba en el jurado y a sabiendas también de que eso es “una lagartada”, sabia medida que la honra intelectualmente. También afirmó odiar los presagios, los mitos y los milagros porque nos “condenan al engaño, al invento, al embute permanente”, para poco después asegurar que los agoreros al decir “Si no hacemos esta guerra, triunfará el terrorismo”, imponen el futuro. Esta declaración de fe en la magia simpatética (léase La rama dorada, de Frazer, Fondo de Cultura Económica, un clásico) se parece muchísimo a la contenida en el editorial del 12M de dicho periódico. Brava coincidencia que, tal vez no se deba a influencia directa, sino a simples afinidades “selectivas”. Pero lo mejor es cuando compara a Escobar (don Pablo), por el que en el fondo tiene una latente admiración, al odiado Bush. El resto de las declaraciones de la Restrepo, niña mimada de la alta sociedad, que ha coqueteado con los guerrilleros y jugado a las socialistas en nuestro país van por el mismo lado, hasta llegar a la siguiente afirmación: “Con su doble golpe de valor y lucidez, España, ha sabido escapar de ese círculo terrible primero rechazando el terrorismo y luego provocando la salida de la ultraderecha” (el subrayado es mío; ¡si la llega a oír Jorge Semprún!). Lo dice una mujer que fundó un partido trotskista que según las malas lenguas de su propio país, tenía sólo cinco miembros hasta que, al escindirse se quedó sola, y que sigue siendo trotskista porque aún no ha “encontrado un credo mejor que le sustituya”. Pues bien, ahí la tienen, ensalzada y premiada por la editorial Alfaguara. Pero veo que me he quedado sin espacio, así que tendré que dejarles para la semana que viene la crónica de la entrega del premio Cervantes al chileno Gonzalo Rojas en la Universidad de Alcalá, que también he vivido en directo y que no quiero despachar en dos palabras. Se lo juro.
 
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