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DESDE SEFARAD

Judaísmo y liberalismo

"Las teorías socialistas que niegan la propiedad privada y la creación de capital son contrarias a la teología judía", asevera Meir Tamari –rabino, economista, fundador del Business Ethics Center of Jerusalem y ex alto cargo del Banco de Israel– en su libro The Challenge of Wealth. De hecho, Tamari va mucho más allá: "La propiedad privada y la acumulación de capital son principios básicos del judaísmo". En parecidos términos se ha expresado el principal rabino del Reino Unido, Jonathan Sacks.

"Las teorías socialistas que niegan la propiedad privada y la creación de capital son contrarias a la teología judía", asevera Meir Tamari –rabino, economista, fundador del Business Ethics Center of Jerusalem y ex alto cargo del Banco de Israel– en su libro The Challenge of Wealth. De hecho, Tamari va mucho más allá: "La propiedad privada y la acumulación de capital son principios básicos del judaísmo". En parecidos términos se ha expresado el principal rabino del Reino Unido, Jonathan Sacks.
En la imagen, la menorá instalada en el recinto del Parlamento israelí.
A pesar de que Israel es un Estado fuertemente intervencionista y de que los judíos estadounidenses se decantan masivamente por el ideario demócrata, realmente existen principios dentro del judaísmo que corroboran la postura de Tamari y Sacks. Daré cuenta de algunos de ellos.
 
Individualismo
 
El judaísmo cree en el individuo y en su capacidad de iniciativa. Esto se desprende del mandato de Dios a Adán y a Eva para que se reprodujeran y llenasen la Tierra (Génesis, 1:28). La doctrina rabínica ha interpretado estas palabras como un mandamiento positivo de Dios para que el individuo se esfuerce por mejorar el mundo haciendo uso de su propia iniciativa y de acuerdo con su conocimiento, saber y entender.
 
El Tratado de los Padres, en su mishná (apartado) número 13, exhorta a la responsabilidad individual: "Si yo no cuido de mí, ¿quién lo hará?". Pinchas Brener, uno de los más prominentes rabinos de la comunidad judía de Venezuela, ha afirmado: "El judaísmo insiste en la responsabilidad individual por la acción (…) en última instancia, la persona tiene que asumir la responsabilidad por sus actos".
 
El propio Talmud (Sanedrín, 37a) asevera que el ser humano está obligado a repetirse continuamente: "El mundo fue creado para mí". El objetivo es que el individuo se percate de que sólo a través de la iniciativa individual puede crearse un mundo mejor.
 
Propiedad privada
 
El judaísmo siente un profundo aprecio por la propiedad privada. El precepto "no robarás" forma parte de los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés, y es una de las siete leyes noájidas.
 
La Torá.En el primer Libro de los Reyes, capítulo primero, se cuenta cómo el rey Acab fue duramente reprimido por Dios por haberse apropiado ilegítimamente de la viña de Nabot. El profeta Miqueas hizo otro alegato a favor de la propiedad (Miqueas, 4:4) cuando profetizó: "[Llegará el día en que] se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente". El respeto del judaísmo hacia la propiedad privada llega mucho más lejos cuando el Talmud declara (Baba Kamá, 60) que ésta ha de ser respetada incluso en caso de guerra.
 
El castigo que la Torá (Antiguo Testamento) impone a quien daña la propiedad del prójimo no es otro que la restitución de lo robado o dañado (Éxodo, 22:3); acorde, pues, con uno de los más elementales axiomas del liberalismo.
 
Acumulación de capital
 
Desde el punto de vista de la fe mosaica, la parnasá (dicha económica) es una bendición. No en vano la Torá describe con gran detalle la riqueza de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. La riqueza acumulada honestamente es símbolo del esfuerzo individual. El Talmud, por su parte, dice: "Los beneficios adquiridos como fruto del trabajo tienen tanto valor como el temor a Dios" (Berajot, 8a).
 
Sensu contrario, la pobreza degrada; y, según el Talmud, "un pobre es como un muerto". Esto es así en tanto que para el judaísmo la pobreza no deja de ser una consecuencia de los hábitos del individuo, de los que él mismo es responsable. No obstante, a fin de paliar la pobreza del prójimo, la caridad (entendida como voluntaria, y en ningún caso de carácter confiscatorio) ocupa un lugar muy destacado en la teología judía.
 
Caridad
 
La tzedaká (caridad) está diseñada para aliviar la pobreza y restaurar la plena independencia del individuo. Para Maimónides, la más alta obra de caridad es encontrar un trabajo al necesitado, con el fin de que no esté viviendo siempre a costa de los demás. El judaísmo no ve con buenos ojos al menesteroso que depende continuamente de la ayuda del prójimo. Según el Shulján Aruj, la caridad ha de limitarse a atender las necesidades básicas del individuo: sólo así podrá el beneficiario tomar conciencia de que sólo a través de su esfuerzo y trabajo puede llegar a tener una vida realmente digna. ¿No nos suena esto a las críticas liberales a la ayuda externa?
 
Por otro lado, la caridad es un principio moral que ha de partir voluntariamente del individuo, sin que ningún tipo de aparato coercitivo le expropie su propiedad para lograr una distribución de la riqueza más justa y equitativa.
 
Erradicar la desigualdad económica no es una de las metas del judaísmo. Cada individuo es diferente, y cada cual es dueño de su propio destino gracias al libre albedrío. Según la Torá, las desigualdades económicas son una situación inseparable de toda sociedad libre, y su único remedio es la caridad privada: "Nunca faltarán pobres en tu país (…) abre generosamente tu mano al pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra" (Deuteronomio, 15:11).
 
Gobierno limitado
 
El profeta Samuel alertó al pueblo hebreo de los peligros que conlleva el sometimiento a un rey (Samuel, 8:7-18). Efectivamente, el poder corrompe, y la Torá bien que se cuida de establecer limitaciones muy rigurosas al monarca judío, con el objeto de evitar los abusos de poder (Deuteronomio, 17:16). Asimismo, establece que el rey no debe inmiscuirse en los asuntos religiosos (para eso están los sacerdotes) ni en los legislativos (para eso están los jueces).
 
El judaísmo no considera que el monarca haya de estar por encima de las leyes, más bien todo lo contrario: "Cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta Ley" (ibíd. 17-18). Queda así establecido un claro principio de legalidad.
 
Encontramos otra manifestación en pro del gobierno limitado en el capítulo 12 del libro del profeta Jeremías: allí se exhorta a la monarquía davídica a limitarse a impartir justicia y a librar al oprimido de "la mano del opresor". Estamos, pues, ante un dirigente que sólo actuaría cuando los derechos de un individuo fueran violados.
 
El Antiguo Testamento está lleno de críticas muy duras a aquellos reyes hebreos en trance de convertirse en tiranos. Los más fieles siempre estaban ojo avizor, pendientes de los desvaríos que pudiera cometer el monarca. ¿No es acaso ésta otra enorme virtud liberal, vigilar constantemente al poder?
 
No cabe duda alguna de que el judaísmo y el liberalismo son compatibles. En cambio, cabe preguntarse cuántos judíos son realmente conscientes de ello.
 
 
JOSÉ COHEN, editor de la bitácora Desde Sefarad.
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