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MITOS Y DOBLES RASEROS

La guerra en los medios

En una importante proporción, los periodistas e intelectuales de las democracias occidentales están viviendo una tortuosa paradoja: por un lado no están asumiendo un bando determinado en la guerra entre el terrorismo y las democracias liberales, pero, al mismo tiempo, el ejercicio de su función requiere de la victoria de las democracias.

En una importante proporción, los periodistas e intelectuales de las democracias occidentales están viviendo una tortuosa paradoja: por un lado no están asumiendo un bando determinado en la guerra entre el terrorismo y las democracias liberales, pero, al mismo tiempo, el ejercicio de su función requiere de la victoria de las democracias.
Las investigaciones, el libre ejercicio de la crítica, el abanico de medios de comunicación, que abarca desde el oficialismo hasta la oposición en todas sus vertientes, el acceso libre a internet y a los medios de todo el mundo no son prerrogativas aseguradas para todos los habitantes del planeta, sino sólo para aquellos que viven en las democracias occidentales. Ni en Siria ni en Irán, por dar dos ejemplos, existe el libre acceso a internet, ni la posibilidad de leer cualquier prensa extranjera que uno quiera, ni la libertad de investigación y expresión. De modo que, en esta guerra entre el terrorismo fundamentalista islámico y las democracias occidentales, el ejercicio del periodismo sería una de las primeras víctimas conceptuales en caso de que los fundamentalistas resultaran vencedores.
 
A lo largo de estos sobrecargados días que han transcurrido desde el ataque de Hezbolá, el 12 de julio, contra la existencia del Estado de Israel he ido tomando nota de mitos e interpretaciones amañadas que de algún modo grafican, bien la neutralidad, bien la franca simpatía con el terrorismo de una buena parte de la prensa occidental.
 
Aunque resulte pueril, no está de más aclarar que la toma de partido en estos casos no es opuesta a la transparencia y la verdad. Al menos el 90% de la prensa española define a ETA como "banda terrorista", y enfoca todos sus artículos, ya sean informativos o de opinión, en función de acabar con la violencia; esto no incide ni positiva ni negativamente en la transparencia y en la fidelidad a la noticia de cada uno de los medios. Otro ejemplo: la mitad más de uno de los medios argentinos, desde el retorno de la democracia en el 83, han denunciado como nefasta la corrupción estatal. Cada medio pone mayor o menor hincapié en tal o cual caso, pero sería muy difícil encontrar uno que sea neutral ante el concepto de corrupción estatal. Sin embargo, respecto al terrorismo priva la medianía, el distanciamiento, la relativización, la minimización.
 
Pasemos, entonces, a aquellos mitos e interpretaciones.
 
La historia la escriben los que ganan – EEUU domina los medios de comunicación
 
Tal vez la Segunda Guerra Mundial haya sido la última ocasión en que el Gobierno norteamericano gozó de cierto consenso favorable dentro de sus fronteras y de buena parte de los medios independientes del mundo, ya fuera de la prensa clandestina antinazi en los países ocupados o de la prensa libre de Inglaterra. Paradójicamente, en el medio de aquella contienda Norteamérica era una potencia, por lejos, menos poderosa de lo que hoy la conocemos: no mostraba con claridad haber superado el pasado dominio mundial de Inglaterra y Francia, y, aun en ese caso, se hallaba, en lo que hace a hegemonía, emparejada con la Rusia soviética.
 
Pero no acababa de suicidarse Hitler en las ruinas de Berlín cuando ya los países recién liberados por los propios americanos comenzaban a hacer oír sus voces críticas respecto de sus liberadores. De Gaulle y buena parte de la prensa francesa se cuidaban mucho más de no ser hegemonizados por los americanos de lo que se habían cuidado de no ser invadidos por los nazis. La izquierda del resto de Europa occidental, que le debía a los americanos tanto el haberse desembarazado de los nazis como no haber sido ocupados por los rusos, apuntó sus cañones teóricos –y en ocasiones también físicos– contra EEUU y sus intereses en el mundo.
 
En definitiva, desde el papel jugado por la prensa independiente en la derrota norteamericana en Vietnam hasta la actual candente hostilidad contra la Administración Bush, que incluye a los principales diarios, a los principales canales televisivos y hasta éxitos de taquilla a nivel mundial, como es el caso de los films de Michael Moore, podemos decir con certeza que si bien los estadounidenses ganaron la Segunda Guerra Mundial, su victoria permitió, precisamente, que la historia la escribiera cada uno que se le antojara.
 
Sería necio, miope o tendencioso suponer que la prensa internacional resulta hoy, hegemónicamente, favorable a la Administración Bush. Seguramente George W. Bush ha ganado un lugar en el podio, junto a Nixon y Bush Sr., como uno de los tres presidentes más maltratados por la prensa, los intelectuales y los artistas desde la segunda mitad del siglo XX.
 
Interpretación tendenciosa: ¿Por qué Israel no quiso negociar?
 
La pregunta es en sí misma tendenciosa. Aun cuando la efectividad de las negociaciones es siempre discutible en los secuestros extorsivos por dinero, éste no era en absoluto el caso. En primer lugar, la muerte de los ocho soldados israelíes no podía ser respondida por negociación alguna: no hay concesión que reciba como contrapartida la resucitación de los soldados asesinados. Tampoco podía considerarse parte de una batalla preexistente: Hezbolá invadió Israel y asesinó a los soldados israelíes sin que mediaran conflictos ni declaraciones de guerra de ningún tipo. En segundo pero no menos importante lugar, cualquier país en estado de amenaza, no reconocido por su vecino, consideraría el secuestro de sus soldados, el cautiverio de los mismos en un país enemigo y la complicidad del Gobierno de dicho país con los secuestradores como una declaración directa de guerra.
 
Por el contrario, Israel se mostró mucho más concesivo respecto al Estado libanés y su ejército, y mucho más cuidadoso respecto a los civiles libaneses, de lo que cualquier democracia occidental ha demostrado comportarse en el pasado o se comportaría en el presente frente a situaciones similares.
 
La pregunta que buena parte del periodismo occidental eludió formular con insistencia fue: ¿por qué Hezbolá no libera a los soldados para que esto se termine? ¿Por qué a Hezbolá le interesa más matar israelíes que proteger a los civiles libaneses? ¿Por qué la ONU no exige que Hezbolá libere de inmediato a los soldados israelíes? ¿Por qué la ONU no organiza un conjunto de fuerzas de paz que libere a los dos soldados israelíes?
 
Esto nos lleva a una tercera interpretación tendenciosa.
 
Interpretación tendenciosa: Desarmar a Hezbolá derivaría en una guerra civil libanesa
 
Hasán Nasralá, líder de la organización terrorista Hezbolá.En primer lugar, el Líbano ha vivido en estado de guerra, dentro de sus fronteras y contra Israel, desde el año 48 hasta la fecha. En 1948 fue uno de los seis países cuyos ejércitos invadieron, sin que mediaran amenazas de ningún tipo contra sus fronteras, el recién creado Estado judío, cuando aún no existía ninguna clase de conflicto territorial. En esa guerra injustificada, Israel perdió el 1% de su población judía, entre civiles y soldados.
 
Fundado el Estado de Israel, también desde el Líbano, que continuaba sin tener ningún tipo de conflicto territorial con el Estado judío, se filtraban los fedayines, que entre 1948 y 1956 se cobraron la cifra de mil civiles judíos muertos por el único motivo de vivir dentro de las fronteras de Israel.
 
En los años 70, la guerra civil libanesa, árabes cristianos contra árabes musulmanes, e izquierdistas contra falangistas, se cobró la vida de más de 90.000 seres humanos. En un breve lustro de los 70 murieron más palestinos masacrados por los sirios y las falanges cristianas en el Líbano que todos los que han caído hasta nuestros días luchando contra la existencia de Israel. Hasta la incursión de Israel en el Líbano, en el año 82, la OLP se había adueñado de la frontera sur del país, y desde allí disparaba katiushas contra los civiles israelíes.
 
De modo que un intento de desarme del Estado libanés contra Hezbolá, de haber sucedido, no habría inaugurado una guerra civil en el Líbano, sino que posiblemente hubiera iniciado el proceso, por primera vez, para concluirla.
 
Pero el segundo término de esta interpretación tendenciosa nunca fue explicitado, posiblemente por su mal gusto: para que no haya una guerra civil entre los libaneses, dejemos que Hezbolá mate israelíes. Los israelíes, dice esta prensa tácitamente, después de todo, no se matarán entre ellos. Como mucho, escribirán en la prensa, harán marchas y votarán a otro Gobierno. Pero debemos cuidar la armonía entre Hezbolá y el Gobierno libanés: porque esos no se andan con chiquitas: se matan entre ellos y, en una de esas, te matan a vos también. De modo que dejemos que Hezbolá masacre a un par de israelíes, y todos en paz. No sea cosa que se arme la gorda. Los judíos ya están acostumbrados a dejarse matar.
 
Interpretación tendenciosa: Hezbolá ganó la guerra
 
Desde el inicio del conflicto, buena parte de la prensa occidental auspiciaba una victoria de Hezbolá. Israel, según estas interpretaciones, se había metido en un berenjenal como el de Vietnam (sin aclarar que jamás un integrante del Vietcong llegó siquiera a 1.000 kilómetros de la frontera norteamericana ni se le ocurrió poner en duda un ápice de la soberanía de este país). Pero detrás de estos análisis supuestamente neutrales había una tendencia, una voluntad, un deseo. No era sólo una descripción neutral de los hechos, había una decisión de, fuera cual fuera el resultado militar y político de la contienda, leerlo como una derrota de Israel y EEUU y como una victoria de Hezbolá e Irán.
 
Estamos condenados al fracaso, suelen decir los periodistas de las democracias occidentales, nuestras sociedades son decadentes, injustas, corruptas. Hezbollah e Irán, continúan, son poderes jóvenes, con convicciones firmes. A lo máximo que podemos aspirar es a que no nos ataquen. Pero si nos atacan, debemos hacer todas las concesiones que nos exijan. Desde vestirnos como ellos digan hasta permitir que conviertan a nuestros ciudadanos al Islam, como ocurrió recientemente en Gaza con dos periodistas, como condición para salvar sus vidas.
 
O nos convertimos, o nos matan, repite buena parte de los periodistas occidentales. Y en esta tesitura, ocurriera lo que ocurriera, le levantarían la mano del vencedor a Hezbolá. Por una causa o por la otra. Mientras que dentro de Israel, como ocurriría en cualquier democracia, continúan los debates acerca de si la guerra estuvo bien o mal llevada. No huelga decir que lo mismo ocurrió en Israel con cada una de las guerras que este Estado se vio obligado librar por su subsistencia. Ya fueran las que se consideraron resonantes triunfos militares (la de los Seis días, en el 67) como las más onerosas (la de Yom Kippur, en el 73). Siempre hubo críticas, cambios de ministros, incluso cambios diametrales de la cultura política. Pero siempre, también, persistió la democracia, la libertad de expresión y las garantías públicas: antes, durante y después de cada una de estas guerras por la supervivencia.
 
Mientras que a los judíos la guerra les repugna e irrita, a sus enemigos les pone eufóricos y triunfalistas.
 
Resulta penoso, en el mismo sentido, leer las coberturas de las masacres diarias realizadas por los terroristas en Irak: contra mercados, mezquitas y edificios públicos. Buena parte del periodismo o bien minimiza estas matanzas diarias, que habitualmente alcanzan la centena de víctimas, y, repito, diariamente, nunca bajan de la cincuentena, o bien responsabiliza a los norteamericanos.
 
Hay que decirlo con todas las letras: los norteamericanos están tratando de impedir que los terroristas iraquíes masacren a los civiles iraquíes. No son los norteamericanos los que ponen las bombas: son los terroristas iraquíes los que todos los días, todos los días, desde hace ya prácticamente seis meses, masacran a su propia gente: niños, mujeres, ancianos y cualquier criatura viva que se les cruce, sin ton ni son, sin propósito ni medida. ¿Es que alguien cree que estas pandillas de asesinos inclementes están luchando por la independencia, por la libertad, por la paz? ¿No se va a alzar ninguna pluma de importancia mundial para denunciar a estos criminales? ¿Seguiremos usando a Bush para justificar cada uno de los crímenes de estos ubicuos grupos de terroristas?
 
Conclusión
 
Bajo ningún concepto creo que debiéramos reducir nuestro nivel crítico y nuestros afanes investigativos respecto a gobiernos democráticamente electos y respetuosos de la libertad de expresión, como los de EEUU, Inglaterra o Israel; pero sugiero que si pusiéramos el mismo empeño en investigar, denunciar y criticar a países como Irán, Siria y sus organizaciones terroristas aliadas, seguramente estaríamos prestando un gran servicio para que las generaciones venideras pudieran gozar de los limitados espacios de libertad que nuestros padres y nosotros pudimos llegar a disfrutar luego de la caída del nazismo.
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